No siempre es fácil para encontrar el momento más apropiado para realizarse un tratamiento cosmético, ese momento justo en el que se consigue mejorar su rendimiento y sacarle el máximo provecho. Por ejemplo, ¿te has planteado cuál es el mejor para hacerte una mascarilla facial? Sin duda, conviene que aproveches la hora del baño.
¿La razón? El vapor abre los poros, lo que contribuye a que el producto purificante actúe en profundidad, eliminando esas células muertas e impurezas que se pueden llegar a acumular en los poros hasta darles un aspecto apagado e incluso crear granitos. Por eso, la eficacia de las mascarillas limpiadoras se potencia si, ya con el cutis limpio, se dejan actuar durante el baño o inmediatamente después.
Un truco: Una forma alternativa de conseguir el mismo efecto es empapar una manopla con agua caliente, llevarla al rostro y mantenerla así de treinta a sesenta segundos, extendiendo después la mascarilla.
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