Es difícil que el colorete no quede como las marcas de un indio en pie de guerra cuando se intenta conseguir un buen resultado con las minibrochas de los envases... Para un rubor favorecedor y una tez perfecta, hacen falta las herramientas adecuadas.
Brocha para colorete. Grande, de pelo suave y forma redondeada. El secreto es usar poco producto - siempre se está a tiempo de poner más - y extenderla con suavidad, en movimientos circulares y ascendentes, sin presionar contra la piel.
Brocha para polvos traslúcidos. Grande, de pelo suave o bien en forma de abanico. Su función es, más que aplicar los polvos (eso se hace mejor con la borla), extenderlos, repartirlos y arrastrar el exceso para que quede tan sólo un velo finísimo sobre la piel.
Brocha para maquillaje. Medio, de pelo semirrígido. Una relativa novedad en el mundo de las brochas para el rostro, y el favorito de cada vez más profesionales, que encuentran que con este tipo de brocha, la base de maquillaje se extiende mejor y se funde con la tez a la perfección. Deja un acabado muy natural al regular muy bien la cantidad de base aplicada.
Brocha para polvos de sol. Grande, suave, muy redonda. Los polvos bronceadores, bien utilizados, son geniales a la hora de dar un color sano y natural, y vale la pena gastarse un extra para extenderlos mejor, con la suavidad y mano ligera requeridas para un efecto impecable.
El truco de la experta Sarah Monzani, maquilladora que ha trabajado con estrellas como Julia Roberts o Madonna, nos explica dos secretos importantes en torno a las brochas.
Es mejor tener pocas y buenas que muchas y malas.
Para reconocer una buena brocha, hay que comprobar que es suave, que las puntas no pinchan y que el pelo se ve compacto, sin abrirse en los extremos.
No conviene lavar brochas ni pinceles en agua, sino en alcohol. Ella vierte un chorrito en una tacita, lo mueve un poco, deja que se disuelva el maquillaje, lo retira, lo seca con un pañuelo de papel y lo deja secar al aire.