La idea que se esconde bajo el concepto de los peelings es, en principio, fascinante: eliminar la piel antigua para emerger, nuevo y reluciente, como si se fuera un bebé. Claro que el proceso es algo más complejo que todo eso... Pero de lo que no cabe duda es que los procesos de exfoliación, sean caseros o los cada vez más sofisticados peelings químicos, ganan cada vez mayor popularidad debido a su capacidad para aclarar la piel y darle un aspecto y tono más uniforme.
Los fundamentos de la exfoliación
La epidermis, la finísima capa externa de la piel, puede dividirse en varios estratos. En el más profundo, en la capa basal, se crean las células cutáneas. Al nacer son redondas, jugosas y se reproducen rápidamente. A medida que maduran, ascienden a través de la epidermis hasta llegar al exterior, la llamada capa córnea, empujadas por las nuevas células que se están formando.
Durante este proceso, y mientras se desplazan hacia el exterior, las células cambian de forma (se aplanan progresivamente), y, sobre todo, aumenta su contenido en queratina, una proteína natural. Para cuando llegan al exterior, cuando las células ya han cumplido su función, lo hacen ya muertas y formadas exclusivamente por queratina, razón por la que pasan a llamarse queratinocitos. Poco a poco, y a medida que las otras células van empujando desde abajo, estos queratinocitos se van desprendiendo de forma natural.
Cuando se exfolia la piel, lo que se hace es arrastrar esas células muertas que, si se acumulan, pueden dar un aspecto algo átono a la epidermis, especialmente a medida que envejecemos y se ralentiza ese proceso de renovación y movimiento celular, ya que a los veinte años, el ritmo del crecimiento celular es el doble de rápido que a los sesenta. Eliminar estos queratinocitos es no sólo una forma de darle un aspecto más suave a la piel, sino que también estimula esa renovación celular desde dentro, lo que contribuye a darle un aspecto más juvenil.