Las cremas hidratantes borran las arrugas. Por desgracia, no. Pero usarlas desde joven y con regularidad retrasa su aparición y ayuda a que el cutis se vea más fresco, lo que las hace menos visibles.
Cuanto más crema se use, mejor. En absoluto. Basta con poco producto para suavizar la piel. Para asegurar una mejor aplicación, caliente antes la hidratante entre las manos.
Hay que mantenerse siempre fiel a un mismo producto. Al igual que variamos el guardarropa según la estación, hace falta adaptar el tratamiento facial a cada momento. En invierno hacen faltan productos más untuosos, mientras que el calor del verano pide texturas más ligeras y suaves. En periodos de estrés no conviene recurrir a las fórmulas muy cremosas, ya que aumenta la producción natural de sebo, mientras que ciertos tratamientos médicos exigen productos muy emolientes. Escuche a su piel para darle siempre sólo aquello que necesita en el momento justo.
La crema se reparte de forma equitativa por todo el rostro. Definitivamente, no. Las pieles grasas, normales y mixtas harán bien en olvidarse de aplicarla por la zona T (frente, nariz y barbilla), mucho más grasa que las mejillas.
La piel grasa no necesita hidratantes. Depende. La mayor producción de sebo de estos cutis hace que su manto hidrolipídico sea más eficaz a la hora de frenar la deshidratación, pero esto no significa que siempre sea suficiente. Hay muchas mujeres (especialmente, las más jóvenes), que pueden prescindir de la hidratante pero que finalmente requieren ayuda extra a medida que cumplen años o que las condiciones externas son más agresivas (ambiente muy seco, aire acondicionado, viento frío). La clave es optar siempre por fórmulas oil free o libres de aceites, texturas que aportan agua, pero no grasa, a menudo completadas con activos matificantes que ayudan a controlar el brillo. Evite los productos que contengan un alto porcentaje de aceites minerales, lanolina, ácido oleico, manteca de cacao, vaselina o ácido esteárico, más adecuados para pieles secas.