En la antigua Grecia, uno de los peores insultos que se podían proferir era decir "no sabes ni leer ni nadar", lo que equivalía a llamarle analfabeto... ¡a la máxima potencia! Y es que desde sus inicios, el ser humano ha hecho grandes esfuerzos para conquistar el medio acuático con mayor o menor fortuna. Tanto para griegos como para romanos, la natación formaba parte de su entrenamiento militar como soldados, y en el Antiguo Egipto, era parte de la educación de los niños. Todo esto se convirtió en cosa del pasado a partir de la Edad Media, y no sería hasta el siglo XIX cuando en Europa se redescubrió el placer de moverse a través del agua. De hecho, en España el primer club de natación moderno no se fundó hasta entrado el siglo XX.
Actualmente, nadar ha dejado de ser algo elitista gracias a la multiplicación de piscinas tanto cubiertas como al aire libre, y desde los tres meses, hay bebés que se lanzan al agua con la misma alegría que pequeños patitos. Todo ello, con grandes ventajas para la población, pues existen pocos deportes tan sanos y beneficios como la natación. Si ahora durante el verano le pica el gusanillo de lanzarse al agua, ¿por qué no convertir esta sana modalidad deportiva en una costumbre durante todo el año?
¿Qué ventajas tiene echarse al agua?
Una de las ventajas de nadar es que le sienta prácticamente bien a todo el mundo, desde los más pequeños hasta los ancianos. El agua contrarresta la fuerza de la gravedad siendo, por tanto, un deporte de bajo impacto que supone poca tensión para huesos y articulaciones. Es fácil de adaptar a todos los niveles de forma. No hace falta ser un gran deportista para practicar la natación si se toman las precauciones mínimas. El ser humano se encuentra generalmente en posición vertical, y al nadar, pasamos a la horizontal, lo que ayuda a mover las secreciones del sistema respiratorio, mejorando la respiración. El equipamiento es barato: basta un traje de baño, gorro y gafas. Se trabaja la coordinación motora de todo el cuerpo. Mejora la capacidad cardiopulmonar al ser un trabajo aeróbico a la vez que tonifica la musculatura, ya que la resistencia del agua obliga a hacer fuerza. Hace trabajar más de dos tercios de la musculatura corporal, al involucrar tanto el tren inferior, como el superior, el tronco y la cabeza, obligando a un esfuerzo equilibrado entre brazos y piernas. Se ha demostrado muy favorable para personas con problemas de asma, ya que favorece la función pulmonar en reposo y el control de la respiración. Ayuda a quemar calorías: practicando una hora de natación se queman quinientas calorías. Equilibra la presión arterial y normaliza el pulso. Fortifica las articulaciones y mejora la postura al contribuir a colocar la columna.
Reglas sensatas: hábitos a tener en cuenta
Es importante usar zapatillas de baño de uso exclusivo para la piscina, para evitar contagios de hongos o similares. Al salir del agua, hay que secarse a fondo entre los dedos de los pies. Conviene secarse los oídos con cuidado tras la sesión de natación, pero siempre sin llegar a entrar dentro del conducto auditivo. Si se va a nadar en serio, hay que calentar. Esto se puede hacer bien realizando unos largos tranquilos o bien corriendo o andando a buen paso. Lo importante es que el cuerpo eleve su temperatura ligeramente. Antes de entrar al agua, hay que darse una ducha. No está de más volver a darse otra al salir. Hay que llevar gorro de baño, especialmente si se tiene el pelo largo. No se debe acudir a una piscina pública mientras se padezca alguna enfermedad infecciosa o contagiosa. El corte de digestión no se puede producir tan sólo tras la comida, sino también si se ha hecho mucho ejercicio o se está muy acalorado por cualquier razón. No se debe correr ni jugar alrededor del recinto de la piscina para evitar caídas, resbalones y cualquier tipo de accidente similar.