Albert Domènech
Desde hace años, se enfrenta solo a su público, sin el respaldo y el cariño de su compañero Josema Yuste, con el que se comió el mundo inventando otra manera de hacer humor con Martes y Trece. Millán Salcedo habla con cierta nostalgia de esa etapa, pero es contundente cuando se le pregunta por un posible regreso: “No”. El humorista considera que a la formación cómica se les “rompió el humor de tanto usarlo” y que la prioridad actual de la televisión pasa por “el morbo y la carnaza”. Es directo, y a pesar de sus constantes onomatopeyas y juegos de palabras, intransmisibles en esta entrevista escrita, habla claro y denuncia la censura que sufrió durante algunos momentos de su carrera profesional y las malas artes de una televisión cruel que “no tiene paciencia”. Salcedo presenta ahora, junto al pianista Marcos Cruz, el espectáculo De verde en cuando, un monólogo que cabalga entre la parodia, el cabaret y el musical, y con el que rinde homenaje al género del humor sin dejar de ser él mismo: “Pese a quien pese, yo continuó ahí, en mi línea, en mis trece”.
-Cuentan que el verde es el color de la esperanza, y la esperanza está buenísima. El día que le echemos la mano a la esperanza esa, no la podemos perder nunca.
-¿No le hemos echado la mano aún?
-No. Estamos un poco pesimistas porque es posible que el periodismo que nos venden a través de los medios y determinados programas que no nombro, o canales que entrarían en la palma de una mano, nos estén alarmando y asustando. Por eso creo que nunca debemos perder ese color verde, que es el color de la esperanza, o el del palacio del mago de Oz, que era verde esmeralda.
-Se jacta de poder ser “sí mismo” en todo lo que hace. ¿No ha tenido que reinventarse?
-¿Para qué? ¿Qué necesidad hay de reinventarse si ya me funciona mi humor? Soy una de las dos “Empanadillas de Móstoles”, y eso no lo puede decir todo el mundo. Tengo mi propia línea, soy Millán, y ya está. La gente que va a verme ya sabe lo que va a ver. De alguna manera, me he convertido en un referente, en un clásico para gran parte del público.
-¿Ser un clásico implica que no haya renovación generacional en su público?
-Sí que la hay. De hecho, estoy un poco flipado porque veo que a mi espectáculo también acude gente muy joven. Todo ello es debido a la venta de los DVD con trabajos míos anteriores, y al boca-oreja generacional que pasa de padres a hijos.
-¿Alguien ha intentando reconvertir su humor clásico en algo más moderno?
-Siempre hay alguien que te dice que esto de los juegos de palabras ya no se lleva. ¿Cómo que no? Estoy viendo constantemente gente en la televisión haciendo esos juegos de palabras. Casi todo lo que veo en el fondo musical de la televisión está pillado de los referentes musicales de los años 60, 70 o 80. Mucha de la publicidad que se hace tiene su base en gags cómicos. ¡Qué casualidad que nosotros ya lo hacíamos! Incluso Pedro Ruíz o Eloy Arenas. Aquellos referentes estamos todavía vivos, ¡no nos cambien!
-¿Tuvo miedo de subirse al escenario solo cuando se disolvió Martes y Trece?
-Sí. A nosotros se nos rompió el humor de tanto usarlo. Cuando tuve que volver a ponerme en pie en un escenario, reconozco que me faltaba el báculo que significaba esa apoyatura con mi compañero Josema. Supongo que a él le pasaría lo mismo, lo que sucede es que él no ha salido solo. A mí me gustaría ver a mucha gente sola encima del escenario y dándolo todo, que es donde realmente se tiene que ver al verdadero artista.
-¿Esa nostalgia puede desembocar en una segunda etapa de Martes y Trece?
-Yo siempre digo que no, y Josema prefiere pasarme la bola a mí (Sonríe).
-Le pasa la bola pero no se moja. Usted, en cambio, parece tenerlo claro. ¿Cree que ahora no funcionarían?
-No funcionaría absolutamente nada. Son tiempos convulsos con mucho morbo y carnaza, y lo que querrían algunos es que nos juntáramos para podernos criticar y ponernos a parir. Además, creo que está todo inventado: si volviéramos haciendo lo de siempre, nos criticarían por hacer lo de siempre, aunque tuviera audiencia; y, si no hiciéramos lo de siempre, nos dirían que antes éramos mejores. ¿Qué hacemos, entonces? Separase a tiempo, una de las mejores cosas que ha sabido hacer Martes y Trece.
-¿No se ve haciendo ninguna Nochevieja más?
-No, ni falta que le hace a la Nochevieja.
-¿Tampoco solo?
-¿Solo? Puede ser, pero todo se andará. Ahora estoy intentándome curar de aquella vorágine y aquella especie de tsunami que nos vino. Durante más de treinta años me dediqué las 24 horas del día, sola y exclusivamente, a Martes y Trece; aquello me hizo pupita.
-¿Por qué? No les fue nada mal…
-Le empiezas a dar rienda suelta a la imaginación, las 24 horas del día, y ni que Dios fuera humorista podría soportarlo. Es más, si Dios fuera humorista, no estaría en todas partes, estaría solo. Y ahora, pregúntame de quién es esa frase.
-Me lo imagino. ¿Suya?
-Sí, fíjate (Ríe).
-Asegura en su espectáculo que le debe mucho a la televisión, pero que lo suyo es el teatro. ¿Por qué sale perdiendo, la televisión, en esa comparativa?
-Digo aquello de “mucho te debo televisión, pero ante Dios juro que lo mío es teatro puro”. Se ha intentado recuperar el Estudio 1, que tuvo tanto éxito, y no hay manera porque no tiene audiencia. La televisión de ahora va encaminada hacia otros derroteros y lo que vende es la carnaza. Se asa una carnaza en la parrilla televisiva,que es muy impresentable. Es una pena que en un país como el nuestro, que tiene un Siglo de Oro, con autores impresionantes, no se pueda mostrar esa tradición a través de la pantalla.
-Dejando de lado el contenido, ¿cree que la televisión de ahora es más cruel que la de antes?
-No hay ninguna paciencia, nadie apuesta por nada. Parece ser que todos los románticos se han suicidado y aquella televisión que educaba, entretenía, y que nos gustaba tanto y reunía a las familias, ahora es un espejismo. No debería ser así. Hoy en día se destila mucho morbo, y eso engancha e intoxica. Hay mucha gente que ve todo eso y le encanta, aunque luego reniegue de ello.
-¿Hay más libertad de expresión que antes?
-Indudablemente. Estamos en pleno siglo XXI y ahora existe mucha más libertad.
-En su espectáculo carga duro contra la monarquía. ¿Eso no lo podían hacer antes?
-No. ¡Si te contara!
-Cuente, que para eso ha venido.
-Los primeros que tuvimos el dudoso honor de imitar o parodiar al Rey y a la Reina en televisión fuimos Martes y Trece, y no os podéis imaginar la que se lió. Primero nos revisaron el guión de cabo a rabo. Cuando grabamos el gag en la más estricta de las soledades, la cinta fue de despacho en despacho por los altos andamios de la televisión hasta que le dieron el visto bueno. Fue absolutamente inocuo. Nosotros tenemos el honor de ser los primeros en imitarles, pero jamás pudimos hacer lo que realmente nos hubiera gustado, algo que también nos pasó en el cine. Nunca Martes y Trece pudo hacer la película que quería porque estábamos absolutamente manejados.
-¿Qué película les hubiera gustado hacer?
-Una con guión propio, repleta de gags, y donde nosotros hubiéramos tenido cabida como guionistas en primera línea de ataque: producción, posproducción y en el montaje. Nada, todo era una vorágine espantosa.
-¿Cree que eso sigue pasando hoy en día?
-Sí, pienso que sí, pero se hace de manera distinta. Yo he sentido el peso de ese brazo protector que te lleva por los pasillos, una especie de cura gordo que te dice “pero qué necesidad tenéis vosotros de hacer esto, hombre”. Es como un consejo paternal que te aplaca y, sinceramente, no sé qué es peor; casi prefiero la censura.
-¿Está seguro?
-Es que a mí me han censurado cosas sin que me diera cuenta. En el programa que hacía en Telecinco, Un Millán de cosas, por ejemplo.
-¡Qué me cuenta! Ahora estamos hablando de la televisión actual…
-Sí, lo sé. En ese programa me censuraron historias sin contar conmigo, y eso que yo era director del producto e iba al montaje. Llegó el día de la emisión y me encontré con la sorpresa de que se habían recortado cosas. Por San Valentín, hicimos una pieza que trataba de hacer algo así como bodas imposibles. Una de las parejas insólitas que hicimos fue la del Rey Don Juan Carlos con no sé quién.
-¿Qué pasó?
-El día de la emisión habían recortado la cara del Rey y habían puesto la del Conde Lecquio. ¿Comprendes la tontería?
-Totalmente. ¿Sigue pensando que sí que hay libertad de expresión?
-No se sabe. A río revuelto, ganancia de pescadores. Pasa como con la política en España: hay crisis y se recorta para que nadie invierta. El humor se está resintiendo muchísimo. A los pobres guionistas a los que llaman de un modo xenófobo “negros”, les maltratan de una manera impresionante. Los guionistas tendrían que estar en primera línea de ataque porque son los creadores de todo.
-¿La creatividad no tiene cabida, hoy en día?
-Es difícil. La gente va directamente al monólogo. ¿Por qué? Porque es más barato y punto; una persona y que, a poder ser, sea autónoma. Lo de los recortes sociales es lo mismo. Hay una pancarta que vi en una manifestación y que me encanta. De hecho, no sé cómo no se me ha ocurrido a mí: “No hay pan para tanto chorizo”. Creo que eso lo sintetiza todo.
-¿La peor censura que puede tener un humorista es la autocensura?
-Hombre, a veces no te queda más remedio, porque físicamente no puedes llegar a aquello que solías llegar, o porque de alguna manera piensas "¿para qué me voy a complicar más la vida?". Sinceramente, a la larga hay mucho ajuste de cuentas.
-Suena muy mal, eso.
-Es así. Te tachan, te ponen en listas negras, no te programan, etc. Hay un humorista y monologuista maravilloso en este país que se llama Pedro Ruiz, y que ahora está viviendo determinadas historias porque en su momento fue avezado y cortó muchas cabezas políticas. Este es un país de vividores que se te pegan.
-En la obra homenajea también a sus padres. ¿Qué les debe ahora que está sobre el escenario?
-Imagínate. Me hubiera gustado haberles debido muchísimo más, porque no los tuve mucho tiempo, especialmente a mi padre, que murió cuando yo tenía siete años. Era un homenaje que necesitaba hacer para sentirme acompañado y en mi propio domicilio. Lo que se proyecta en la pantalla del escenario es un atardecer captado desde la terraza de mi casa. Y sí, he decidido llevarme a mis padres de gira.
-Los collage que se proyectan también son suyos…
-Sí. En los tiempos tecnológicos que corren, siempre quiero romper una lanza a favor de los artesanos. Es una pena que a la chavalería de hoy en día no les hayan inculcado el blanco y negro; para ellos esto es sinónimo de “qué coñazo”. Es una pena porque hay grandes obras maestras que no podrían ser en color: Los Hermanos Marx, El gordo y el flaco, etc. Es una pena que para insultar se llame a la gente payaso. ¡No hombre no! Los payasos son sinónimo de alegría, no de insulto.
-¿Desde cuándo conviven con usted los juegos de palabras?
-Desde que salí del asunto de mi madre (Sonríe). Me encantan los juegos de palabras, no lo puedo evitar. Reconozco que tengo un poco de deformación y que todo me parece que puede tener gracia, por lo que a veces abuso de ello. Al lado de mi casa hay un sitio donde venden ostras y se llama “Ostradivarius”. Me encanta. Lo he hecho siempre, desde pequeño, como pintar o dibujar.
-Y todo eso ahora confluye en su mundo verde de mayor.
-Sí, es mi mundo; en este espectáculo continúo en mis trece. Simplemente porque creo que, de verde en cuando, hay que hacer “derreír”.
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