A pesar de que el país ha vuelto a recibir un duro revés derivado del nuevo terremoto, podríamos decir que orden, disciplina y respeto son tres palabras que resumirían perfectamente los principios a los que obedece el modo de vida japonés. Una filosofía que en situaciones extremas en las que lo habitual sería que cundiera el pánico, les ha ayudado a mantener la calma y no perder los nervios. Así, haciendo gala de su carácter práctico y previsor, los ciudadanos japoneses no sólo han transformado gimnasios y grandes almacenes en sus nuevos hogares, sino que además han conseguido crear espacios comunes para distribuir bienes de primera necesidad como la alimentación, la salud o la educación.
Muchos de los ciudadanos que han perdido sus casas en la pequeña ciudad de Kamaishi, situada en la costa del norte de Japón, han recurrido a su ingenio para formar en el gimnasio de una escuela primaria este espacio de tiendas de campaña organizadas y alineadas de forma perfecta. Cada uno tiene su propio espacio en el que cuentan con todo lo necesario para sobrevivir: ropa, calzado, alimentos y algunos objetos personales que consiguieron rescatar tras el tsunami.
Gracias a su perfecta organización nadie ocupa más de lo necesario y todos conviven de forma ordenada y respetuosa. Esa es la fórmula que les ha llevado al éxito y que les está permitiendo superar día a día la tragedia que vivieron el pasado 11 de marzo y que terminó con la vida de miles de personas.
Sin embargo, y aunque toda ayuda parece insuficiente, entre tanta tristeza y desamparo siempre existe un rayo de luz que augura un futuro mejor. Es el caso de Daisuke Takahashi y su mujer, Kaori, dos jóvenes que han recuperado la sonrisa y las ganas de vivir gracias a su primera hija, Kotone, que vino al mundo en un centro médico de la localidad de Osaki, en Miyagi. Y es que, aunque estaban preocupados porque el terremoto hubiera afectado al bebé, todavía no pueden creerse que su pequeña naciera sana y salva y que por fin la tengan entre sus brazos.
Dentro de la admirable capacidad de reacción que está teniendo el pueblo japonés, destaca la rapidez con la que han creado espacios dedicados a cubrir sus principales necesidades, como es el caso de las zonas educativas dedicadas a los más pequeños. Así, a pesar de todo, muchos niños han podido continuar con su curso escolar acudiendo a estas improvisadas clases que imparten algunos profesores que viven en los gimnasios o naves que ahora son su hogar.
Con más de 5.000 muertos y 28.000 casas destruidas, Ishinomaki, una ciudad de unos 180.000 habitantes en la provincia japonesa de Miyagi, se enfrenta a la difícil tarea de limpiar toneladas de escombros y empezar de cero. "Lo que ahora mismo hace más falta son voluntarios", afirma Takashi Yamamoto, jefe de operaciones de la ONG Peace Boat, desde la Universidad de Senshu, habilitada como centro de coordinación de la ayuda.
Además de limpiar escombros, su trabajo es repartir comida entre los cerca de 8.000 evacuados en más de 140 refugios en la zona. Cada día los refugiados reciben de los militares dos boles de arroz, pan y sopa de miso, aunque las ONG intentan completar el menú con más comida caliente. "Necesitamos aceite, verduras y vasos de papel", explica un voluntario.
Unos 700 refugiados se alojan desde el tsunami en el liceo Kadowaki. Su director, Akira Akama, explica que la mayoría son familias a las que la tragedia dejó sin nada, aunque también abandonaron sus casas porque carecían de agua, gas y electricidad. "No tenemos ni idea de cuánto tiempo tendrán que quedarse aquí", confiesa Akama, que señala que probablemente lo que van a necesitar a medio plazo es atención psicológica pues son personas que de un momento a otro lo han perdido todo.