Ya han pasado cerca de tres semanas desde que se produjera el terrible seísmo que asoló Haití y en especial, a su capital, Puerto Príncipe. Después de los numerosos informes, artículos, reportajes y demás noticias que hemos conocido tras el terremoto, un país que ya conocía la pobreza, se esfuerza en no perder lo único que les queda, la esperanza.
El acceso al país es complicado, prácticamente sólo se puede acceder desde Santo Domingo, donde se agolpan camiones y coches cargados de ayuda humanitaria. Se cuentan por miles las organizaciones humanitarias que desde todo el mundo se han volcado con el país haitiano aunque una vez cruzada la frontera, las dificultades comienzan a hacerse más reales.
Estados Unidos ha tomado la iniciativa en el reparto de ayuda humanitaria y prácticamente son ellos los que organizan los repartos de alimentos. La única forma de evitar los saqueos y los asaltos a la comida es por medio de las armas y el uniforme militar. La desesperación de la gente es enorme, aunque cada día que pasa, se va ordenando todo un poco más en un país que está prácticamente destrozado.
Algunas zonas de Puerto Príncipe, como Cité Soléil han salido peor paradas tras el seísmo. Este barrio haitiano, donde prácticamente no entraba la policía antes de lo ocurrido, ha resultado completamente devastado. El noventa por ciento de lo que había construido se ha derrumbado, y los que no tenían nada, ahora tienen menos.
En medio de este peligroso barrio, se levantaba el dispensario médico de María Magdalena. Hoy se reduce a unos plásticos puestos entre dos calles, por miedo a que se derrumbe lo poco que ha quedado en pie. Aquí, las misioneras Hijas de la Caridad, de las que alguna lleva más de 30 años en Haití, tratan de aportar todo lo que tienen día y noche. Sin luz, ni agua, ni casas, ni prácticamente nada, estas hermanas denuncian que lo que más necesitan ahora son simplemente plásticos o toldos, para que los damnificados puedan protegerse de la lluvia y del duro sol, y sillas de ruedas y muletas, para la cantidad de mutilados que el terremoto ha dejado a su paso.
En otra zona de la capital, en el barrio de Carrefour, la orden de los padres Redentoristas dedicaba su tiempo a un colegio que ha quedado completamente destrozado. En Saint Gerard, más de 500 niños abandonados o huérfanos pasaban sus días menos infelices que en la calle. Tras el terremoto, el edificio está destrozado y una cantidad disparatada de niños, bajo los escombros. En más de una ocasión, el olor a podrido de los escombros te indica donde buscar más cadáveres, mientras que lo principal ahora, es proteger a los que han sobrevivido.
A pesar de la brutalidad de la situación por la que están pasando los haitianos, sorprende ver como no pierden la esperanza ni las ganas de seguir adelante. Se ve a la gente rezando en la calle mientras queman cadáveres para evitar que se propaguen más enfermedades. La vida en Haití, busca la forma de pasar página mientras resulta inevitable ver lo que ha pasado.
Mientras los haitianos y la gente que ha venido a ayudarles, luchan por devolverle la normalidad a Puerto Príncipe, llega la hora reconstruir un país, que tardará años en recuperarse.
Dicen que los americanos han venido no sólo para ayudar sino también para quedarse. Algunos hablan de un nuevo Guantánamo en el Caribe. Ingenieros, arquitectos y multinacionales deberán ahora ayudar a que este país pueda salir con fuerza de esta catástrofe. Uno de los grandes miedos que tiene la gente en Haití es saber que pasará cuando se deje de repartir la comida de las organizaciones humanitarias. ¿Quién se quedará entonces para reconstruir la sociedad, la política, las infraestructuras, los hospitales, comisarías, comercios, etc..?