Podría tratarse perfectamente del guión de una película de espías, desarrollada en el incomparable marco de la II Guerra Mundial y de la Guerra Fría, entre tensiones, mensajes codificados y dobles personalidades, aunque en esta ocasión, la realidad supera a la ficción. Elizaveta Moukasseï, la mejor espía que ha tenido el servicio secreto soviético, murió ayer a los 97 años de edad.
Todo empezó en los inicios de la II Guerra Mundial, cuando la amenaza alemana comenzaba a cobrar importancia entre los países desarrollados de la época. El mundo se preparaba y se aproximaba una guerra sin precedentes que dividiría el mundo en dos frentes. Ante los medios de información que disponían los gobiernos para poder adelantarse a las intenciones de sus enemigos, los servicios secretos de los países adquirieron una importancia esencial, que hacía del espionaje, la mejor arma para conocer de cerca al enemigo, sus movimientos y la opinión de personalidades importantes sobre el conflicto y sobre los intereses políticos y financieros del país. La guerra de espías comenzaba y adquiría una importancia vital, en un mundo donde la buena información podía evitar consecuencias desastrosas.
A principios de 1939, el matrimonio Moukasseï abandonó la Unión Soviética para instalarse en los Estados Unidos. La tapadera fue esencial para el éxito de la operación y así, Mijail Moukasseï, fue nombrado por la Unión Soviética, nuevo vicecónsul de la embajada soviética en los Ángeles, el empujón necesario que necesitaban para adentrarse en los salones y recepciones más exclusivos del país.
Bajo las órdenes del mismísimo Stalin, los Moukasseï comenzaron a celebrar recepciones y cenas en su casa, organizaron fiestas para las celebridades de Hollywood y empezaron a tener contacto con la alta sociedad norteamericana, que facilitaba el acceso a las opiniones y tendencias que los políticos norteamericanos comentaban en sus encuentros. La tapadera funcionaba a la perfección.
Elizaveta actuaba bajo el nombre clave de Elza. Era la encargada de recibir a los invitados de las fiestas de una manera cándida y atenta, mostrando sus delicadas maneras y actuando de ejemplar anfitriona, mientras su marido, actuaba de diplomático sin querer darle demasiada importancia a la política.
De esta manera, durante los años 40, los Moukasseï tuvieron en su casa a invitados de la talla de Charlie Chaplin, Douglas Fairbanks o Walt Disney, quienes a su vez, tenían contacto directo con las altas esferas políticas del país. En esas fiestas, comentaban la situación política y financiera del país como también mostraban las opiniones que algunos políticos les habían contado en determinados encuentros.
A través de un sistema de radio codificado, Elza comunicaba al centro de inteligencia soviético toda la información a la que había tenido acceso. Nunca sospecharon de ellos.
Tras regresar de su misión en Estado Unidos, el matrimonio de espías fue destinado a un país de Europa Occidental, que las autoridades rusas, aún no han querido revelar, para desempeñar la misión más importante que realizaron durante su pertenencia al cuerpo de espías. De hecho, no hay prácticamente ningún dato sobre esta apasionante pareja, ya que Rusia, guarda un secretismo especial al respecto.
En 1977 el matrimonio regresó a Rusia y fue en ese momento cuando se conoció la identidad real de la pareja. El gobierno les condecoró por el éxito de casi cuarenta años, al servicio del espionaje ruso y se demostró que nunca se logró descubrir a la pareja.
Mijail Moukasseï falleció en agosto de 2008, desde entonces, la salud de su mujer Elizaveta, comenzó a empeorar hasta que falleció ayer, con 97 años de edad.
Un portavoz de la SVR (agencia de inteligencia rusa), Serguei Ivanov, declaraba ayer que “bajo nombres en código, ellos sirvieron a Rusia durante más de 50 años, leal y discretamente y a veces arriesgando sus vidas”.
Una apasionante historia que quizás veamos pronto en la gran pantalla.