Las ideas para sortear la crisis tienen mil matices y la última de ellas es de lo más original. La encontramos en Dallas (Pensilvania, Estados Unidos), donde se han puesto de moda las subastas de alimentos como vía para ahorrar. Se trata de una versión low cost de Sotheby’s o Christie’s, donde lo que se subasta no son reliquias, joyas u obras de arte, sino filetes de carne, botellas de leche o paquetes de arroz.
La escena es insólita: en un gimnasio local reconvertido en esta singular subasta, una tarima, un moderador y un micrófono ofrecen todo tipo de alimentos al mejor postor. Kirk Williams, de 50 años, se dirige a los compradores. Una manera de agudizar el ingenio, gracias a la cual, según algunos estudios de consumidores, se puede ahorrar hasta un 50 por ciento en llenar la nevera.
Mientras los consumidores buscan cierto alivio por la recesión y las subidas de los precios de la comida, las subastas de alimentos ganan popularidad como una vía fácil de reducir costes y se han multiplicado por nueve estados, desde Oklahoma hasta Nueva York. ¿El sistema? El mismo que en cualquiera de las casas más prestigiosas. ¿Necesita papel de cocina? ¿Quizá un par de cosas para preparar la cena? Pues coja un número y puje. Muchos buscadores de chollos han dejado de mirar las ofertas del supermercado y han encontrado una vía para hacer la compra a precio de ganga. Desde cereales hasta carne, cualquier cosa necesaria para alimentar a una familia.
La idea no es nueva, pero sí su acogida y su éxito. En algunas de las zonas más pobres del país, esta práctica se emplea desde hace años, pero la actual situación económica ha empujado a numerosas personas como Williams a ofrecer este tipo de alternativas a consumidores de clase media. Una buena solución para aquellos que se han visto ahogados por las hipotecas o el paro.
Los productos vienen de supermercados, proveedores de restaurantes y tiendas de alimentación, y para salir a subasta deben encontrarse en buen estado. La mayoría pronto vecerán su fecha de caducidad, o cuentan con algún defecto en su envasado, pero esto no disuade a los nuevos pujadores.
Hace un par de meses que Williams organizó la primera de estas subastas, y la acogida fue excepcional: unas 300 personas se acercaron en busca de precios más baratos con los que llenar el carro de la compra. Impresionado por la demanda, decidió programas nuevas subastas por el estado.“Ahora mismo, la gente no tiene mucho dinero de bolsillo”, declaró Williams a la prensa. “Están buscando ahorrar dinero”.
Uno de los primeros pujadores es Rich Harris, de 28 años, que perdió hace poco su trabajo de soldador. Harris apareció en la subasta de Williams buscando carne para llenar el frigorífico y unos snacks para sus hijos. Con su mujer embarazada del tercer niño, “Ahora mismo, básicamente intento estirar mis dólares”, dice. “Los tratos parecen bastante justos.” Con muchos precios disparados, y con menos recursos, la comida es uno de los gastos en los que se puede ahorrar.
También los subastadores ven en esta práctica un pequeño negocio. Por cada 12.000 dólares vendidos, Williams gana 1000.