Ojos de acero, pelo cenizo y ni una arruga a la vista. Gabardina, sombrero y un andar lento por las deshabitadas calles de un Madrid que amanece en fin de semana. Inmensa soledad la de Pepe Sancho (Valencia 1944), que, en estos momentos de su vida, y después de 22 años de matrimonio, comienza a dejarse arropar por los aires de la soltería en un pequeño piso céntrico de Madrid en el que hace y deshace a su antojo... No hubo una nueva oportunidad y, ahora, ya no podrán envejecer juntos. Hace tan sólo dos semanas, Pepe hubiera dado un mundo por volver con su mujer, María Jiménez, la mujer de su vida para acabar, con felicidad, un amor eterno... Quince días después, y con las memorias de su esposa en la calle, Calla, Canalla, dice, sereno y dolido, que ya no hay nadie en el mundo que pueda salvar su matrimonio.
- Más que Sancho usted debería ser Quijote, o don Juan o Felipe el Hermoso... Al menos eso es lo que parece después de comprobar cuánto le ha amado María Jiménez. Es mujer que ha confesado, tras la última ruptura, haberse visto como Juana la Loca y caer "muerta al suelo" fulminada de amor cuando usted, en las Navidades pasadas, le dijo que la abandonaba.
Aunque en algún momento he interpretado Don Juan Tenorio, no soy un don Juan ni un Quijote. Me gustan mucho las mujeres pero, a diferencia de don Juan, no he buscado la salvación del alma para la eternidad. Yo con mi alma no tengo dudas. Irá a donde tenga que ir. Sin embargo, con lo que he tenido y tengo dudas es con mi vida y con mi cuerpo; y lo peor es que no he sabido resolverlas. La prueba es que mi matrimonio ha terminado en fracaso.
En cuanto a lo de las últimas Navidades, cuando María cuenta que se desmayó, he de decir que, ambos estábamos haciendo un esfuerzo sobrehumano para continuar juntos, cuando se le ocurrió que iba a investigar mi vida, paso por paso, y que todo (incluso el teléfono móvil) tenía que ser supervisado por ella. Sospechaba que yo la estaba engañando y me dijo: " A partir de ahora tengo que saber dónde estás, con quién, cuándo...". "María, difícilmente podremos salvar nada si nos ponemos así", le contesté... Y es entonces, cuando María dice que yo abandoné la casa, que ella cae desmayada. Lo siento, pero yo no pude aceptar no poder dar un paso en libertad, soportar que fiscalizara cada uno de mis pasos... "Pues ya sabes dónde tienes la puerta", me dijo. Y la verdad es que ya lo sabía muy bien. Dejé la casa de María porque era muy difícil que la sintiera como mía (cada dos por tres se encargaba de recordármelo) y fui sacando mis cosas poco a poco. Pero, que quede claro, no me fui. María, aunque no tenía ninguna prueba de mis infidelidades, me echó. Claro que, no era la primera vez que me echaba... Además, tampoco sentía realmente que aquella era mi casa. La verdad es que mi espacio allí era cada vez más pequeño.
- Perdone, ¿infidelidades o infidelidad?
Sí, infidelidades que habían sido perdonadas, aunque Calla, Canalla es ya una magnífico epitafio para nuestro matrimonio. Es probable que hiciera falta que María escribiera este libro para que la adicción que teníamos el uno con el otro se acabara definitivamente. Las declaraciones que había hecho mi mujer anteriormente me habían dolido, pero no eran imperdonables. Sabía que eran fruto de un momento de pasión o de enfado; pero el libro es otro tema. Cuando terminé de leerlo tuve que sofocar las lágrimas porque me emocioné en muchos pasajes... pero también contener la ira porque María se ha aprovechado de mis confesiones públicas de infidelidad para hacer un terrible retrato sobre de mí.