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EL
PRIMER ÁRBOL DE NAVIDAD
La
costumbre de adornar árboles para dar la
bienvenida a la época navideña arraigó en Alemania y en los países escandinavos
en el siglo XVII y fue llevada por los soberanos de la casa Hannover hasta
Gran Bretaña en el siglo XVIII.
George III, coronado como soberano de Inglaterra, en 1762, y su
mujer, la reina Charlotte, oriunda de Alemania, fueron los primeros en
adornar su palacio con un abeto doméstico, aunque no fue hasta medio siglo
después, cuando la buena sociedad inglesa cayó hechizada por la idea de
reproducir, en sus casas, lo que sus ojos habían visto en el palacio de
Windsor habitado, entonces, por la soberana Victoria y su esposo, el príncipe
Alberto de Sajonia-Coburgo. Un noble germánico que introdujo el árbol
como la última moda en las navidades de la sociedad victoriana de 1848,
años después de contraer matrimonio con la Reina.
Un árbol gigantesco que sostenía al mundo
Alberto de Sajonia –nacido en Coburgo– llevó consigo a Inglaterra la memoria
de un país en
el que ya, en torno al siglo XVII, se empiezan a reunir las familias alrededor
de un árbol de Navidad. Cómo olvidar aquellos días en los que algunas
familias alemanas, después de buscar alguna excusa para que los niños
salieran de casa, aprovechaban la ausencia de éstos para decorar el árbol
con frutos y juguetes el mismo día 24 de diciembre.
Cómo olvidar, también, la antigua creencia germánica de que
era un árbol gigantesco el que sostenía al mundo y el que soportaba –esto
explica la costumbre de poner luces a los árboles–, en sus ramas, el peso
de la luna, el sol y las estrellas. Un árbol que era, además, el símbolo
de la vida ya que, en invierno, cuando casi toda la naturaleza aparecía
muerta, éste no perdía su verde follaje.
Referencia universal
Alberto de Sajonia y la Reina de Inglaterra reprodujeron en su palacio
la memoria de niño del Príncipe alemán. Mandaron cortar un inmenso árbol
y, después, cuando éste quedó instalado en uno de los grandes salones
de la mansión, lo adornaron –el cristal de Bohemia llegaría más tarde–
con velas, bolas, frutos, pan, madera, telas y juguetes.
La aristocracia inglesa le siguió los pasos y, de ahí, en tan sólo unas
décadas, el árbol, junto al tradicional Belén y la figura de Papá Noel,
se convirtió en una referencia navideña universal.
El abeto, o árbol de Navidad, símbolo vegetativo del bosque y expresión
de las fuerzas fecundantes de la Madre Tierra, fue, también, objeto de
culto para la princesa Nassau-Weilburg, que lo introdujo en Austria; para
la duquesa de Orleáns, Hélene de Mecklembourg, que colocó un árbol en
las tullerías, en 1840; y para la emperatriz Eugenia que se convirtió,
durante el segundo imperio, en la más fervorosa defensora de la
nueva moda.
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