Una escapada a Nueva York, la ciudad de los rascacielos

Es en esta su porción más vibrante donde asoman la 5ª Avenida y Broadway, Harlem y Central Park, el Soho con sus aires bohemios y el Empire State y todo el resto de edificios que, como el Chrysler o el Flatiron, integran la familia de los rascacielos más famosos, vistos una y mil veces en las pantallas, porque, no en vano, en sus calles se ruedan a diario una media de 75 producciones de cine y televisión. Y es también en uno de sus lindes donde se levanta sobre la islita de Liberty island, en la bahía de Nueva York, su icono más representativo: la Estatua de la Libertad, un regalo que Francia le hizo a Estados Unidos para conmemorar el Centenario de su Independencia en 1886 y que pasó de ser considerada como el regalo más costoso de la historia a ser hoy el hito más reconocible no sólo de la Gran Manzana, sino de todo lo que significa Estados Unidos; libertad y democracia incluidas.

Esta mole de 225 toneladas diseñada por el escultor francés Frédéric-Auguste Bertholdi alrededor de una base metálica construida en París por Eiffel mide desde la base hasta la antorcha algo más de 46 metros, y las siete púas de su corona representan los siete océanos del mundo. Desde Battery Park salen los ferrys con destino a la isla que permiten a los visitantes admirar su monumentalidad exagerada desde la base de La libertad iluminando al mundo, que es su verdadero nombre. Pero incluso si uno decide prescindir de esta excursión más turística siempre puede tomar el ferry a Staten Island como hacen tantos urbanitas estresados para ir y volver del trabajo –como hacía Melanie Griffith en Armas de mujer antes de ser tocada por la fortuna y poder pagar los alquileres prohibitivos que se gasta la Gran Manzana–, y así dejarse acompañar durante un buen tramo por la vista de Miss Liberty.