Escondida durante siglos en un rincón de la Península, Pontevedra, también conocida como Pontus Veteri, salió de su letargo a finales del Medievo y llegó a su esplendor en el siglo XVI. Fundada, según el mito, por el héroe troyano Teucro, se convirtió en aquella época en un importante puerto internacional, del que ha quedado como ilustre testigo la iglesia de Santa María, levantada con las aportaciones del poderoso Gremio de Mareantes. La decadencia no tardaría en llegar en siglos posteriores como consecuencia de guerras y pestes: la población fue mermando y el comercio poco a poco fue perdiendo entidad. Hasta que en el siglo XIX la villa intenta renacer: se derriban murallas y se crea el paseo por el que hoy bulle la ciudad: el de la Alameda, orientado hacia la ría, con plataneros, robles y tilos que invitan a un caminar despacioso. El paseo es cita obligada para sus habitantes, al igual que los afamados bailes del casino, recuerdo de unos tiempos aristocráticos que han dejado profunda huella en la ciudad.
Las plazas constituyen el verdadero corazón pontevedrés. En la de la Verdura aún se celebra el mercado, además de un rastro de libros y antigüedades. La de la Herrería es el centro neurálgico de la capital y permite divisar, mientras se descansa plácidamente en una de sus terrazas, de una excelente vista de las torres de la Peregrina. En otra de las plazas imprescindibles, la de la Leña, concluye el recorrido: su bello cruceiro y el espectacular pazo que alberga el museo de la ciudad constituyen una de las estampas más tradicionales.
IMPRESCINDIBLE
La Peregrina. Capilla barroca en forma de concha de vieira con fachada convexa. Alberga la venerada imagen de la Virgen de la Peregrina, Patrona de la ciudad.
Basílica de Santa María. Su fachada renacentista era como un faro de bienvenida para los marineros que regresaban a casa. En ella se distinguen las figuras de Carlos V, Hernán Cortés y Colón (horario de culto).
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