|
|
Mapa de situación
|
|
|
Plan de ruta
|
|
Cuentan que Goya solía presumir mucho del Ebro, y que cuando bebía un chato sentado a la puerta de su villa en la Corte dejaba el culín y se lo echaba al Manzanares diciendo: «Toma, a ver si creces». Pero don Francisco, como tantos otros, era injusto con el madrileñísimo río, pues a poco que se hubiera tomado la molestia de remontarlo en dirección a su nacimiento en la sierra de Guadarrama, lo habría descubierto abundante y brioso.
Allá en la sierra, bien cerca de sus fuentes, se alza la villa de Manzanares el Real y su luminoso castillo. Fue erigido por el primer marqués de Santillana —el poeta Iñigo López de Mendoza— y sus descendientes a lo largo del siglo XV, con elementos a medio camino entre lo morisco y lo renacentista. El castillo ha sido completamente remozado en el siglo XX para deleite de conferenciantes, políticos en actos de gala y personalidades nativas y foráneas. Aquí se firmaron los estatutos de la Comunidad de Madrid y aquí aún se recuerda con regocijo a los jugadores del Celtics, de Bostón, contorsionándose como culebras en las diminutas escaleras de caracol de las cuatro torres. Es un placer quedarse bajo los arcos del patio o en el adarve de Mediodía, ambos concebidos por Juan Guas. Las vistas desde este último, o desde cualquiera de las almenas, dejan sin habla: a los pies de la fortaleza, el embalse de Santillana salpicado de garzas y ánades; a sus espaldas, el caos granítico de la Pedriza rematado por la colosal peña del Yelmo, y más allá aún, rozando el azul, las cumbres del Guadarrama.
|