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- Languedoc Rosellón (Francia)

Abadías románicas del Languedoc

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Impresionante imagen del monasterio de Saint-Martin-du-Canigou.


Interiores del monasterio de Saint-Michel-de-Cuxa.



Mil años atrás, estos Pirineos dieron un vuelco. Una fiebre constructora se extendió por sus valles, e iglesias, monasterios, ermitas y catedrales fueron creciendo como setas en otoño. Los condados cristianos, que se expandían a costa de los moros del Sur, precisaban una espiritualidad asentada sobre sólidas bases. Escindidos del imperio carolingio del Norte, que poco a poco se iba diluyendo, giraron sus ojos hacia Roma y su aliado, la orden benedictina de Cluny (al Sur de la Borgoña). Los nuevos monasterios pronto se convertirían en centros de cultura con un amplio poder terrenal.

En la falda del Canigou, Saint-Michel-de-Cuxa fue el más importante. Su origen se remonta al 879. El año anterior, una avenida del río Têt se había llevado el precario monasterio que el arcipreste Protasio y varios monjes habían levantado en su ribera. Los supervivientes se trasladaron al sitio donde se levantaba la iglesia de Saint-Germà-de-Cuxa. Allí fundaron una nueva abadía bajo la advocación de ese santo y de San Miguel. Pronto, gracias a donaciones de particulares, pero, sobre todo, de la familia condal de la Cerdaña, se expandieron sus posesiones y creció su riqueza, lo que les permitió construir una gran iglesia. De forma basilical, anchos pilares unidos por arcos de herradura separan su nave central de las dos laterales. Hay quien ha querido ver en estos arcos una influencia morisca, sin embargo, su trazado, habitual en construcciones prerrománicas, tiene un origen anterior al de la expansión árabe, de la misma manera que la colocación de las piedras de sus muros en forma de espina de pescado apunta su ascendencia romana. En el 974, siete obispos la consagraron. Eran tiempos del abad Garin, hombre santo llegado de Cluny que introdujo nuevas observancias y atrajo a nobles, como el dux de Venecia Pere Orsèol, que se retiró y murió en este monasterio. Otro abad brilla con luz propia; el abad Oliba, que también lo era de Ripoll y obispo de Vic, dirigió el monasterio durante la primera mitad del siglo XI, añadió un deambulatorio alrededor de la cabecera de la iglesia y dos campanarios lombardos, construyó también esa extraña cripta del Pesebre con forma de anillo y un enorme pilar en medio, y, sobre ella, la iglesia de la Trinidad. Un siglo más tarde se labró una elegante tribuna de mármol para el interior de la iglesia y se construyó el claustro, el más antiguo y amplio de todo el Rosellón.

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