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La Familia real Española suele pasar algunos días en esta estación del Pirineo leridano.
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Pocos hubieran imaginado hace la friolera de cuarenta años, cuando Baqueira inauguraba su primer telesilla, que este rincón del Pirineo catalán llegaría tiempo después a hacer las veces de capital extraoficial del país. Y es que en nada menos que en eso se convierte la estación aranesa durante los primeros días de cada año, cuando sus pistas, sus pueblitos abigarrados de piedra e iglesias románicas y los restaurantes de nivel en los que aquí es casi obligado rematar la jornada de esquí, vuelven un año más a hacer gravitar a su alrededor a lo más ilustre de la vida política, económica y cultural española, Familia Real incluida.
Baqueira, alzada en icono del glamour invernal, presume porque puede de ser la estación mejor y más exclusiva, la más requerida por estas fechas, amén de la dueña y señora del dominio esquiable más vasto a este lado del Pirineo y del forfait más caro. Y cierto es que esquiar aquí no es barato, pero no lo es menos que los precios van muy de la mano de los servicios del todo impecables que la estación ofrece a sus incondicionales hasta en el menor detalle: desde unos remontes a la última hasta las casetas en mitad de las pista en las que detenerse a templar el cuerpo con un café bien caliente y una butifarra, o las mejoras con las que la estación saluda cada temporada.
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