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Por el barrio del Castillo de Praga, la fortaleza más grande del mundo

En el centenario del gran escritor checo Franz Kafka seguimos sus pasos por la ciudad que lo vio nacer hasta alcanzar la colina que domina sus alturas. Mil sorpresas esperan allí


Actualizado 3 de junio de 2024 - 14:02 CEST
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Era el 3 de junio de 1924, hace justo un siglo, cuando, con solo 40 años, fallecía por tuberculosis el gran escritor checo Franz Kafka. Un centenario que la ciudad que lo vio nacer celebra con un montón de propuestas que van a llenar su agenda cultural y de ocio los próximos meses: visitas guiadas que recorren los lugares vinculados al autor, un tranvía tematizado circulando por sus calles y numerosas exposiciones, conciertos y otras actividades que rinden homenaje a su figura y su huella en la literatura universal y se extienden también a otras ciudades de República Checa, Alemania, Austria, y hasta España.

El universo del autor de La metamorfosis se empieza a descubrir en la Ciudad Vieja. Cerca de la gran Plaza, en el número 5 de la calle U Radnice, está su casa, como recuerda una placa. Y muy cerca, la Casa del Minuto, donde también vivió (en la imagen). Sus pasos llevan después al palacio Kinský, en el que estudió bachillerato –sede actual de la Galería Nacional de Praga–; la Universidad Alemana, donde cursó Derecho; o el barrio judío Josefov, en el que transcurrió su infancia y se ubica la estatua de bronce inspirada en uno de los pasajes de su primer cuento.

 

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En la avenida Národní de la Ciudad Nueva lo que vemos es cómo gira la cabeza del escritor más querido de Praga –una obra formada por 42 planchas de acero inoxidable– delante del edificio comercial y de oficinas Quadrio. Y visita obligada es el Museo Franz Kafka y los cafés que frecuentaba –Savoy, Louvre, Slavia…–, inspiración constante en su labor literaria.

 

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Todo ello se puede abarcar a pie, pero para alcanzar las alturas del barrio del Castillo (Hradčany), donde continúa la huella de Kafka, será mejor tomar el tranvía (números 22 y 23). Lo que aguarda arriba es el conjunto monumental más grande del mundo y tiene tantos lugares de interés que podría acaparar por sí mismo todo un día y nos faltaría tiempo, pero al menos, deberás reservar una mañana. Desde que en el siglo IX se erigiera la primera fortificación, en este enclave situado sobre una colina que domina la ciudad y fue villa real y el principal centro religioso de Bohemia, los reyes ejercieron su poder. Hoy aquí se encuentra la oficina del presidente del país.

 

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Dentro del perímetro amurallado de la ciudadela afloran templos, museos, jardines y numerosos palacios levantados por familias nobles a partir del siglo XVI. Un siglo antes un devastador incendio había arrasado con la mayoría de las viviendas de madera que ocupaba el personal que trabajaba en la corte. Por la plaza Hradčanské, rodeada de palacios –el arzobispal, Šternberský (otra de las sedes también de la Galería Nacional de Praga, donde está la obra maestra La Fiesta del Rosario, de Durero), Martinický, Toscano y Schwarzenberg– se accede al Castillo, al que conviene llegar cuando el reloj marca la hora en punto, para asistir al cambio de guardia de los soldados que lo custodian.

 

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Una vez cruzadas las puertas, el primer edificio que nos encontramos es la catedral gótica de san Vito, que despunta sobre el perfil de Praga y tiene detrás una historia de 6 siglos. En ella se han celebrado coronaciones, bodas y entierros de reyes y emperadores –entre ellos el del monarca español Fernando I, nieto de los Reyes Católicos, uno de los muchos vínculos del templo con España– y deslumbra por sus vidrieras y la capilla de san Wenceslao, cuyas paredes están cubiertas de piedras semipreciosas.

 

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No es el único templo del complejo, más adelante está la basílica de San Jorge, que tras su fachada de color rojo exhibe un interior románico. Y también el santuario de Loreto, importante lugar de peregrinación marina que alberga un tesoro: una custodia con más de 6000 diamantes incrustados –el Sol de Praga, le dicen– y una réplica de la Casa de la Virgen María. Casi enfrente abre sus puertas una de las cervecerías más antiguas y auténticas de Praga, U Černého vola (el buey negro), frecuentada por los vecinos del barrio, periodistas, artistas y diplomáticos del Ministerio de Asuntos Exteriores, que se encuentra también en el recinto del Castillo.

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Ver la importante colección de arte del Palacio Lobkowicz nos lleva un largo tiempo, con obras que abarcan desde los siglos XVI a XX distribuidas a lo largo de una veintena de galerías. Entre ellas encontramos pinturas de Rubens, Velázquez, Cranach o Brueghel el Viejo, partituras originales de Beethoven y Mozart, retratos de familia, cerámica, mobiliario y todo tipo de objetos decorativos. El palacio también cuenta con restaurante y cafetería, donde se puede aprovechar para comer o tomar algo, y todos los días asistir a los conciertos de música clásica que acoge.

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Pero si hay un rincón curioso en el barrio del Castillo es el Callejón del Oro, con una docena de casitas de colores adosadas a la muralla que parecen salidas de un cuento infantil. Construidas para dar cobijo a los guardias reales y a sus familias, más tarde ocupadas por pequeños artesanos locales y orfebres y hoy por tiendas de souvenirs y productos típicos y exposiciones que recrean la historia de sus vecinos, su nombre se debe a la leyenda popular de que en este pintoresco lugar vivían los alquimistas de la corte de Rodolfo II (Praga es el tercer vértice del llamado triángulo esotérico de Europa, junto a Lyon y Turín).

 

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Hasta el Callejón de Oro llega la huella de Franz Kafka, su inquilino más famoso. Durante un año (entre 1916 y 1917), el famoso escritor ocupó, junto a su hermana, la número 22. Cruzar su puerta implica agachar la cabeza, como en las del resto de la calle; en su interior, nos hacemos con un par de libros del escritor de El proceso, a los que se les estampa un sello que testifica que fue comprado en la propia casa del autor.

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Todavía quedan cosas por ver y hacer en el complejo, como admirar la Pinocoteca (Obrazárna Pražského hradu), con la mayor colección de cuadros y la más antigua de la República Checa, entrar en la torre de Dalibor, que fue prisión y conserva el agujero que da al aljibe a donde eran bajados los condenados mediante poleas; el palacio de los señores de Rosenberg, y, sobre todo, el antiguo Palacio Real, en el que sobresale el inmenso salón gótico de Vladislav –63 metros de largo–, escenario de muchos acontecimientos de Estado y hace siglos de ¡torneos medievales a caballo!

 

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Para tomarse un respiro entre tanto monumento está Mandlárna (mandlarna.cz), una pequeña tienda donde tomar una rica bebida de almendras checas o comprar delicias elaboradoras con estas, y los jardines del Castillo. El Jardín Real –fundado por encargo de Fernando I de Habsburgo, en el que trabajaron los mejores jardineros de Europa y donde mandó construir un palacete por su esposa, la Reina Ana–, los jardines del Sur, el foso de los Ciervos –por los que hoy se pasean pavos–, las huertas y el viñedo de San Wenceslao, el más antiguo de Bohemia.

 

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Dominado por el palacete clasicista de la Villa Richter y con unas extraordinarias panorámicas de la Ciudad Vieja, el Barrio Pequeño (Malá Strana) o el palacete de verano Belvedere, se organizan en este entorno eventos vinícolas, culinarios, sociales y culturales. Es hora de abandonar el conjunto y lo haremos descendiendo por la romántica escalinata de Zámecké Schody que baja hasta el barrio de Malá Strana mientras nos despedimos lentamente del monumental Castillo de Praga.

 

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