Es, literalmente, un pueblo-jardín. O un jardín notable, como fue condecorado por el Ministerio de Cultura francés. Una villa de cuento en la que miles flores, en su mayoría rosas, colorean las callejuelas de piedra mientras exhalan al aire ráfagas de un perfume embriagador. Se llama Chédigny y lo encontramos en el sur de Turena, en el sector más desconocido del Valle del Loira.
Apenas unas 500 almas pueblan este apacible rincón que había sido un lugar de paso sin ningún interés, afeado por los tendidos eléctricos y el tráfico permanente. Hasta que un alcalde con ganas de renovación decidió soterrar los cables, evacuar las aguas y organizar las calles de manera bonita, plantando ¿por qué no? unas cuantas rosas por aquí y por allá. Y así, de manera natural, Chédigny experimentó un giro de 360 grados.
MAYOR BIENESTAR
El caso fue que, cada vez, fueron creciendo más flores. Y los vecinos se fueron percatando de que este hecho, curiosamente, elevaba la calidad de vida. Así que el pueblo se fue, tapizando de rosas de distintas especies hasta erigirse en un jardín infinito. Hoy atesora más de mil rosales de 300 variedades diferentes, algunas tan antiguas que no existen en ningún otro lugar del mundo.
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Es así como Chédigny paso de ser una población insípida y desangelada a uno de los principales focos de atracción turística de la zona. No en vano sus escasas calles se ven transitadas por entre 80.000 y 120.000 visitantes al año. Nadie quiere perderse este espectáculo floral que, aunque tiene su mayor apogeo en los meses que van desde mayo hasta julio, está presente hasta octubre, cuando el frío, el viento y las lluvias hacen que se esfumen los pétalos.
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RINCONES ESPECIALES
Un simple paseo, en cualquiera de sus rincones, está enmarcado por flores de colores. Pero especialmente la Rue du Lavoir, que es donde más rosas se concentran. Rosas que, por cierto, están todas identificadas con su nombre y su año de plantación. Cuentan los vecinos que el pueblo se ha ralentizado desde que tiene este nuevo rostro. A pie y con semejante fragancia, se percibe que el ambiente vegetal pacifica y que los habitantes, en efecto, viven en calma.
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Este relax tiene su máxima expresión en Le Jardin du Curé (El Jardín del Cura), donde se puede dar una refrescante caminata bajo los olmos. Este lugar, que recrea un huerto del siglo XIX, con plantas medicinales y árboles frutales, contiene exóticas especies florales de cuando los jesuitas volvían de las colonias cargados de semillas. También viñedos como los primeros que trabajan los clérigos y hasta un tilo plantado para celebrar el nacimiento del hijo de Napoleón en 1812. Hoy es más alto que la Iglesia.
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CHÉDIGNY ES CULTURA
Chédigny, que está ambientada por el rumor del arroyo Orfeuil con cuyas aguas se riegan las flores, no sólo exhibe un impecable gusto botánico sino también un interés cultural. Para ello están sus festivales, que se suceden a lo largo del año y atraen a numerosos turistas: Festival de Bouche et de Blues, Festival de Musique Barroque… y, por supuesto, Festival de Roses.
Y es que es éste también un pueblo de artistas que encuentran inspiración entre las rosas. Fotógrafos, ceramistas y pintores que exponen su trabajo en el Centro de Exposiciones Le Pressoir, así como en Le Pot Aux Épines, una tienda efímera (sólo está los meses de verano) de objeto de decoración y artículos artesanales.
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En este pueblo-jardín, donde ya de paso se puede comer divinamente en cualquiera de sus dos restaurantes, Maison Flore y Le Clos aux Roses, no sólo es un equipo de jardineros el que se encarga del cuidado de las rosas. Hasta los habitantes se les ha contagiado la pasión floral. Resulta asombroso a las ventanas para comprobar cómo este jardín urbano se extiende hasta en el interior de las casas.