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Astipalea, la isla griega más idílica y desconocida está en el Dodecaneso

Esta joya escondida de Grecia goza, además de una silueta fantástica en forma de mariposa, de todos los ingredientes mediterráneos que hacen de ella un destino arrebatador


8 de mayo de 2023 - 10:25 CEST
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Geográficamente se halla en el Dodecaneso, ese archipiélago que se desliza abigarrado por el Egeo, a lo largo de la costa occidental de Turquía, mostrando una seductora mezcla de campo, mar y montaña. Pero el alma le pertenece a las Cícladas, con las que no sólo comparte su belleza de catálogo sino también su esencia cautivadora.

Digamos, pues, que Astipalea busca su propia identidad dentro del conjunto de paraísos insulares de Grecia. Y la encuentra, curiosamente, en su silueta, a la que no hay territorio que se le equipare. Porque esta isla, completamente desconocida para el turismo de masas, tiene forma de mariposa. Sí, vista desde las alturas, la costa dibuja un perfecto lepidóptero.

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¿CÓMO LLEGAR A ASTIPALEA?

Hay que partir desde Atenas para aquí tomar un avión (40 minutos) o un ferry (unas 8 horas) y llegar a esta idílica joya que se presenta como sumida en su propio sueño. Una isla pequeña y tranquila, mística y serena, tocada por la magia del ambiente griego: la vida en la calle, las tabernas concurridas, las mesas con manteles a cuadros en la misma orilla del mar. La más pura autenticidad incluso en lo que se refiere al turismo, puesto que el 90 por ciento de sus visitantes proceden del país heleno.

 

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PURA AUTENTICIDAD

Así se percibe nada más arribar en su ajetreado puerto y después de divisar desde la lejanía ese perfil que resulta tan familiar: el de un caserío blanco reposado sobre un acantilado, dentro de un paisaje desnudo por la erosión. Una imagen que, conforme el barco se acerca, desvela un mundo maravilloso.

Y es que en Astipalea encontramos los ingredientes que han dado fama a sus hermanas más codiciadas: las iglesias blancas con cúpulas azules de Santorini, los molinos de viento de Mikonos, las playas deslumbrantes de Cefalonia. Y, por supuesto, la hospitalidad inherente a todas ellas en cualquiera de los archipiélagos.  

 

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DEL INTERIOR A LA COSTA

En Astipalea hay que dejarse llevar sin rumbo, mapa, ni horario. A ello ayuda su tamaño manejable (unos 18 kilómetros de largo por 13 de ancho) gracias al cual resulta imposible perderse. Así se descubre Chora, la población mayor y principal, encaramada sobre la pendiente de una colina. Una delicia de ciudad atravesada por callejuelas estrechas y casas que se precipitan al mar, en la que destacan los restos de un antiguo castillo veneciano que se erigen majestuosos sobre el paisaje.

En verano, cuando el clima puede resultar bochornoso, no hay mejor manera aspirar un poco de aire fresco que subir hasta el punto más alto donde, además de unos fotogénicos molinos de viento, descansa una especie de atalaya desde la que se vierten unas vistas fabulosas sobre el Egeo.

Y si no, claro, siempre quedarán las playas que se suceden por la costa dentada, a veces en forma de recoletas calas de aguas cristalinas que dibujan el escenario perfecto. Playas que van ribeteando las alas de la mariposa, muchas de ellas agazapadas bajo bonitos pueblos de pescadores como Livadia, Analipsi, Schinondas y Vathi.

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MÍSTICA Y TERRENAL

También Astipalea tiene su carga mitológica, como mandan los cánones de la Antigüedad. Y es que cuentan que esta isla era, en realidad, una mujer seducida por Poseidón en la forma de un leopardo marino alado y con cola. Tal es la relevancia de este lugar que hasta existe una mención en uno de los poemas de Ovidio. Y para más barniz cultural hay que añadir que aquí nació el filósofo cínico Onesícrito.

Pero más allá de lo mítico, en Astipalea seduce lo terrenal. Las sendas nada concurridas que unas veces culebrean por valles fértiles plagados de olivares y otras se pierden en colinas yermas como de otro planeta. También las pequeñas aldeas que viven tan apartadas del ritmo común de otras latitudes que apenas cuentan con infraestructura hotelera. El alojamiento, en efecto, es más bien limitado, pero esto no es un problema. Las familias de la isla, en una costumbre muy extendida, alquilan sus propias habitaciones. Y la convivencia con ellas, sin que afecte a la intimidad, resulta maravillosa.

 

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Lo mismo sucede con la gastronomía, que, lejos de ofrecerse en sofisticados restaurantes, se puede disfrutar en sencillas casas de comida. Una gastronomía que incluye las delicias propias de la cocina griega (es decir, los manjares de la dieta mediterránea), a las que se suman especialidades autóctonas como el pouches (queso con miel) y la arntista (lentejas con pasta). Eso y los productos del mar, entre los que destaca la langosta, el pulpo y cientos de deliciosos pescados.

 

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