Comienza con estas líneas un viaje de esos que deja marcado para siempre. Es lo que tienen los destinos donde la belleza se muestra en todo su esplendor, que resultan tan idílicos en persona como en el imaginario. Un pueblo de postal que se despliega colina abajo junto al esplendoroso lago di Como regalándonos una panorámica inigualable. Porque así es Bellagio. Especial, sorprendente, idílico. Al fin y al cabo, único.
Navegando por los pueblos más bellos del Lago de Como
Sin embargo, son miles los turistas que cada día lo visitan a pesar de que no tenerlas todas consigo. Y nos explicamos: a este coqueto pueblo de fachadas coloreadas y ambiente exclusivo anclado en la confluencia de las dos vertientes en las que se divide el Lago di Como, que posee forma de Y invertida, se llega porque se quiere llegar. La prueba es que, alcanzarlo, no es del todo sencillo.
Para hacerlo se puede escoger entre dos opciones. La primera nos lleva a recorrer una estrecha carretera colmada de infinitas curvas junto a acantilados de vértigo que pondrán a prueba hasta al más ávido de los conductores. Eso sí, las vistas al lago harán que merezca la pena todo esfuerzo —a pesar de que la frenética manera de ponerse al volante de los locales pueda causar más de un susto—.
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La segunda manera, es hacer el viaje en barco: de los pueblos vecinos situados en los dos márgenes opuestos del lago —uno, el que mira hacia Lecco; otro, el que se halla hacia Como— parten ferris a cada poco que conectan con la bella localidad. Escoger esta opción brindará, además, la oportunidad de contemplar el bello perfil de Bellagio desde el agua. Y, por si acaso cabía alguna duda, bien merece la pena.
Que Bellagio no escatima en belleza es algo bien sabido. Para explorar sus bondades, lo más sencillo será que nos dejemos llevar por esos ríos de personas que, con móviles y cámaras en mano, tratan de captar cada detalle, cada recoveco, cada rincón de este encantador lugar a diario.
Tocará deambular por el laberinto de callejuelas que compone su centro histórico, pues es la mejor manera de dejarse abrazar por el encanto que derrochan sus fachadas de tonos pastel. Ventanas y contraventanas de madera de las que, a menudo, cuelgan macetas floreadas. Donde menos lo esperamos, una estrecha vía peatonal se desparrama cuesta abajo hacia el puerto regalándonos esa típica estampa tan repetida en las postales. A cada poco, hermosos negocios locales que parecen sacados de un cuento, tiendas de souvenirs, restaurantes, heladerías, galerías de arte y boutiques de moda de precios prohibitivos que van tentando al personal.
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No habrá nada como escoger una terraza de las que hay repartidas por la céntrica piazza San Giacomo, junto a la basílica di San Giacomo, del siglo XI, para dedicarse a contemplar la vida pasar. En Daisy´s Bar nos permitimos el capricho de una tabla con los más selectos antipasti y el aperitivo de turno. A dos pasos, una pasticceria muestra en su coqueta vitrina las delicatessen locales disponibles: pocos son los que no caen en la tentación de llevarse algo a casa.
No será mala idea tampoco bajar hasta el puerto, donde una galería porticada repleta de mesas y sillas estratégicamente colocadas con vistas al lago son el mejor reclamo de sus bares y cafeterías: saborear un Aperol Spritz desde los veladores del Hotel du Lac o el Hotel Florence, mientras los ferris van y vienen frente a nosotros, es una maravillosa manera de tomarle el pulso al pueblo. Una forma de ser partícipes del ajetreo del día a día formando parte de ese escenario de película que ha sabido conquistar, desde tiempos remotos, a infinitos personajes. No es de extrañar que nombres como George Clooney o Madonna hallan escogido el lago di Como para establecer una de sus residencias. Sin embargo, no solo ellos han caído rendidos a sus encantos a lo largo de su historia: ya en tiempos de romanos, Virgilio o Plinio el Joven estuvieron por aquí.
ENTRE JARDINES, VILLAS EXCLUSIVAS Y MIRADORES
Tanta belleza derrocha este enclave junto a las montañas de los Alpes, que siempre ha sido conocido por ser refugio de la más alta aristocracia. El lugar escogido para levantar en él esas imponentes villas de lujo a las que se retiraban cada verano. Qué mejor rincón que este, alejado del ajetreo de grandes ciudades como Milán, para desconectar. De aires renacentistas y barrocos, a muchas de aquellas resplandecientes villas también le añadían exóticos jardines. Hoy, la combinación de ambos, son uno de los grandes reclamos del destino.
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Villa Serbelloni es, precisamente, una de esas majestuosas construcciones: levantada en el siglo XVII, en la actualidad se halla en manos de la Fundación Rockefeller de Nueva York. Por desgracia, tan solo podremos acceder a sus jardines, perfectos para pasear relajadamente entre todo tipo de setos, árboles y plantas. Con el mismo nombre, Villa Serbelloni (villaserbelloni.com), se conoce también al antiguo Grand Hotel Bellagio, que hoy forma parte de los mismos propietarios. Un referente de la localidad desde hace décadas y un exclusivo alojamiento que lleva desde 1878 recibiendo a los clientes más destacados de todos los ámbitos a nivel mundial: desde Winston Churchill a J.F. Kennedy, Clark Gable o Al Pacino han dormido entres las paredes de este hotel de lujo. Sus restaurantes, por cierto, dirigidos por el chef Ettore Bocchia, son todo un acierto si se busca disfrutar de un homenaje gastronómico para recordar.
Habrá que caminar hasta punta Spartivento, el lugar donde Bellagio se acaba para dar paso a la inmensidad del lago. Se trata del punto exacto donde este queda dividido en tres partes: allá, en la ribera izquierda, se intuye Varenna, otro de los pueblos más famosos de Como. A la derecha, Menaggio, con la torre de su iglesia sobresaliendo entre los tejados de sus casas. En este mismo lugar un diminuto puerto deportivo aloja pequeñas embarcaciones, muchas de ellas disponibles para alquilar y disfrutar así de una jornada de excursión diferente.
Los jardines más curiosos y bonitos del mundo
Aunque, si en realidad optamos más por planes de secano, no hay problema: obligada es también la visita a Villa Melzi (giardinidivillamelzi.it), situada en el lado opuesto de la localidad. Mandada construir a comienzos del siglo XIX por el vicepresidente de la República, Francesco Melzi D´Eril, sigue estando habitada, por lo que las zonas interiores solo son visitables en determinadas épocas del año. Sus jardines, repletos de sorprendentes esculturas y especies vegetales, sí están abiertos al público con normalidad.
Para despedirnos de Bellagio, nada como subir a lo más alto del promontorio, el lugar donde se encuentran las ruinas del antiguo castillo: las vistas bien merecen el salto. Una fortaleza levantada en su origen en el siglo VI a. de C. por los insubrios, pero por el que pasaron romanos, godos y hasta lombardos, pero que quedó destruido en el siglo XIV. Para acceder a ellas, eso sí, habrá que reservar una de las visitas guiadas organizadas desde Villa Serbellloni.
Más tranquilo, eso sí, es caminar al atardecer por la vereda del lago, transformado en un agradable paseo con vistas a la ribera oeste repleto de cuidadas jardineras con flores de infinitas especies. Cuando el sol comienza a acercarse al horizonte, y los colores de las pequeñas localidades ribereñas y de las montañas reflejadas en el agua empiezan a mutar, la estampa se convierte en una postal inolvidable.