La última batalla entre cristianos y moriscos que tuvo lugar en Málaga se dio en Frigiliana en el siglo XVI, concretamente en la peña junto al castillo de Lízar, hoy desaparecido. Así lo atestigua el conjunto de una docena de azulejos históricos repartidos por el casco antiguo del pueblo en el que se narra, paso a paso, aquella gesta. Una hazaña bautizada como la batalla de las Alpujarras que resulta fácil de descubrir mientras se pasea, relajadamente, por las enrevesadas calles encaladas repletas de balcones floridos y macetas de colores que tanto atraen a los miles de turistas, tanto nacionales como llegados de los rincones más remotos del mundo, hasta este pueblito de postal de la Axarquía malagueña. Qué le vamos a hacer si Frigiliana es bella a rabiar.
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Por eso mismo, lo primero que te proponemos tras alcanzar por carreteras nacionales este tesoro de fama internacional, es que dejes el coche a un lado. Porque a Frigiliana se viene a caminar, a olvidarse de mapas y GPS, a confiar en la intuición y perderse por esa suerte de laberinto que te conquistará desde el primer instante. No hay manera más bonita de llegar a cada uno de sus pintorescos rincones, que dejando que el propio pueblo te guíe.
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Así recorrerás sus empinadas cuestas, aquellas que te conducen hasta la calle Real, repleta de pequeños y coquetos negocios rebosantes de alma. Enseguida quedará patente que los vecinos de Frigiliana, propietarios de muchos de estos establecimientos, son tanto extranjeros como malagueños. ¿La razón? Un tercio de sus algo más de 3000 habitantes proceden de hasta 20 nacionalidades distintas.
No tendrás más remedio que parar en encantadoras tiendas como El Rincón del Esparto, donde la artesana Lourdes Bueno elabora verdaderas maravillas con sus manos, o en Almagra (almagrafrigiliana.com), donde picar llevándote a casa algún que otro objeto de decoración. La mítica Panadería Manolo, con sus 50 años de trayectoria, te atrapará por los aromas que emanan de su horno, y en El Colmao (elcolmaowineandexperiences.com) podrás disfrutar de una cata-maridaje de las de recordar. El momento dulce, en Chocolates Artesanos Frigiliana, donde probar las combinaciones del cacao del 70% con los sabores más inesperados.
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Tras subir y bajar más de una cuesta y escalinata, como el pintoresco callejón El Garral, de los más instagrameables de Frigiliana, te toparás con otras de las sorpresas que esconde la localidad: la iglesia de San Antonio de Padua, que, con su exterior recientemente rehabilitado, esconde en su interior antiguas pinturas descubiertas bajo capas de cal que dejan con la boca abierta. No muy lejos, está, probablemente, el rincón más fotografiado de todo el municipio: el cruce entre la calle Real y las escalinatas de Hernando el Darra, y sobre la fuente –una de tantas que hay repartidas por todo el pueblo– que decora la esquina, luce el inmenso escudo de Frigiliana. En el suelo, el empedrado tradicional de la zona regala la estampa más bella.
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La vida local en Frigiliana se desarrolla a un ritmo pausado que nos anima a bajar pulsaciones y a disfrutar del entorno. También a seguir descubriendo, a casa paso, los múltiples acontecimientos históricos que han tenido lugar en la localidad. Nuestra recomendación es que subas hasta el Barribarto, nombre popular con el que se conoce la zona más alta de Frigiliana, para seguir deleitándote con sus coquetos rincones tan auténticamente rurales: un banco rodeado de flores en el que descansar por aquí, un patio medio escondido por allá, o los múltiples miradores desde los que disfrutar de las increíbles vistas a la vecina Sierra de Almijara y, algo más allá, al mismísimo Mediterráneo.
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De espaldas al mar, la peña en la que un día se levantó el castillo de Lízar y del que tan solo quedan restos. Ya se encargaron los cristianos, tras la famosa rebelión, de acabar con él, no fuera a suceder que los moriscos regresaran y se hicieran fuertes de nuevo desde la fortaleza. Con las piedras de aquel castillo, de hecho, se levantó otro de los edificios más emblemáticos de la localidad: el antiguo palacio renacentista de los Condes de Frigiliana, también del siglo XVI, es un edificio señorial que conserva los esgrafiados de su fachada. Su interior alberga la Fábrica de Miel de Caña Nuestra Señora del Carmen, la única que queda en toda Europa. Por algo es el producto estrella de las cartas y menús de los restaurantes, no solo de la localidad, sino de toda la provincia. Un poco más allá, la Casa de los Aperos ha sido reformada y aloja la sede del ayuntamiento del municipio.
Pero hay más: no debes olvidarte de guardar cierto tiempo para adentrarte en el famoso Jardín Botánico de Santa Fiora, que se despliega ladera abajo y acoge todas aquellas plantas que han sido utilizadas por los locales a lo largo de los siglos tanto para alimentación como con fines medicinales o para la fabricación de objetos y aperos. ¿Por ejemplo? La caña de azúcar o el tomillo, el romero, el palmito o el esparto.
La gastronomía de Frigiliana es amplia y abundante. No escatima la localidad malagueña en restaurantes donde catar las exquisiteces de la comarca. Entre los productos estrella, la miel de caña de azúcar que añaden a diferentes recetas para darles un delicioso toque, o todas esas frutas y verduras que crecen en las huertas de la Costa Tropical.
Un rincón ideal para disfrutar de la oferta culinaria de la zona es el restaurante Adarve (restauranteeladarve.com), situado en lo más alto de Frigiliana, en el barrio de Barribarto, con un coqueto salón y una terraza con vistas únicas a la sierra. No puedes perderte sus berenjenas rebozadas con miel de caña –con qué si no– o su tradicional cuscús, una verdadera oda al pasado árabe de la localidad.
Tampoco defrauda jamás otro de los afamados restaurantes del pueblo, The Garden (thegardenfrigiliana.com), donde al caer la noche los farolillos y velas conquistan su amplia terraza panorámica. De nuevo Oriente y Occidente se fusionan en el plato bajo la batuta de Roberto Grimmond, tras el original proyecto. Un horno Josper, el producto de 10 procedente tanto de la sierra como de las aguas del Mediterráneo y el ingenio de Roberto ponen sobre la mesa platos tan apetecibles como el dahl de lentejas y garbanzos con raita y chutney de mango, el curri de remolacha con leche de coco y regaliz o el cordero especiado con alioli de hierbabuena, melaza de granada, piñones y tabulé. ¡Para chuparse los dedos!
Para dormir, eso sí, cualquiera de las atractivas y coquetamente decoradas habitaciones del Hotel Casa Torreón 109 (hotelcasatorreon109.com), que ocupa una antigua casa de Frigiliana reformada y transformada en un encantador bed & breakfast de 6 habitaciones, piscina en la azotea y pequeño patio interior. Cuentan los vecinos que, en el pasado, funcionó también como mezquita, casino, e incluso calabozo.
¿HACE UNA ESCAPADA?
Sí, y no solo una, te proponemos dos, para que puedas elegir según te lo pida el cuerpo. La primera de ellas te llevará hasta una aldea que ya existía allá por el siglo XVI pero que, posteriormente, fue abandonada durante años. Hoy El Acebuchal, quién lo diría, es un precioso enclave completamente recuperado y restaurado en el que un buen puñado de casas rurales rebosantes de belleza ofrecen el lugar perfecto desde el que desconectar. Apenas 14 vecinos y un restaurante, El Acebuchal, conviven con las decenas de turistas que cada día se acercan a descubrir este tesoro. ¿Uno de los responsables? Antonio García, propietario del restaurante, que hace 20 años se puso manos a la obra junto a su familia para recuperar el pasado del lugar.
Otra excursión te llevará a calzarte las botas de trekking, y mejor que no les tengas demasiado aprecio, porque vas a usarlas a base de bien. Te proponemos animarte con la ruta de senderismo que te llevará hasta las Pozas del Higuerón, una caminata de casi 20 kilómetros entre ida y vuelta que recorre el cauce del río Higuerón adentrándote en lo más profundo del Parque Natural Sierra de Tejada, Almijara y Alhama. Por el camino, que en gran medida se recorre con los pies dentro del agua, se descubren verdaderos tesoros patrimoniales en forma de yacimiento de la Edad de Bronce, pozos antiguos o caleras ya olvidadas. También cortijos en desuso y, lo mejor: las pozas del Higuerón, cuyas aguas, entre altísimos desfiladeros y saltos de agua, refrescarán antes de descubrir la cascada final.
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