Una vuelta a miles de años atrás, un paseo por los inicios del pensamiento y la cultura. Viajar a Atenas es sumergirse en los vestigios más importantes de la Antigüedad, los mismos que despertaron la conciencia de las civilizaciones occidentales y que son la llave para conocernos –y también para comprendernos- hoy en día.
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Porque ahí donde hoy se la ve, tan caótica y bulliciosa, la capital griega es el lugar donde codearse con los latidos precursores de la democracia, los primeros pasos del arte, el despertar de la ciencia, la eclosión de la filosofía. Y también, claro, donde atender las resonancias mitológicas, como aquella que relaciona su nombre con el de Atenea, la diosa de la sabiduría, que al plantar en la ciudad un olivo, símbolo de la paz y la prosperidad, dejó para siempre a los mortales el más valioso legado.
UNA JOYA UNIVERSAL
Un recorrido por Atenas es, inexorablemente, una exploración minuciosa de la Acrópolis, el conjunto monumental más famoso del mundo antiguo que, desde su posición elevada, supervisa la evolución de una metrópoli que se extiende descontroladamente.
Es precisamente en su carácter de testigo mudo de los milenios donde el pasado se reconcilia con el presente. Donde uno se transporta a aquella ciudad, alumbrada por la sabiduría de Pericles, cuyo poder no conoció límites. Es aquí donde uno puede sentirse Sócrates declamando elocuentes discursos en los orígenes de los tiempos.
La Acrópolis, considerada Patrimonio Mundial, es el lugar que todo el mundo debería contemplar al menos una vez en la vida. Esta colina sagrada, pese a estar deteriorada por el paso de los años, las guerras y los terremotos, sigue siendo una maravilla a la que hay que volver una y otra vez para no perder ningún detalle.
MARAVILLA UNIVERSAL
Empezando, por supuesto, por el Partenón, símbolo de la gloria de la antigua Grecia, que ejerce su dominio sobre el conjunto. Con un mármol que se muestra reluciente bajo el sol de mediodía, en esta joya monumental de todos los tiempos los relieves escultóricos encierran una revolución: la de la aparición de los dioses y los hombres, por vez primera, en el mismo nivel.
Y es que en el mayor templo dórico de Grecia existen rasgos inalcanzables al visitante de a pie. Como la ingeniosa curvatura de sus líneas para lograr una ilusión óptica. O los imperceptibles restos de un techo cuajado de estrellas pintadas sobre un fondo azul. O la huella de la que fuera la gran escultura de Atenea para la que se construyó este lugar.
Pero más allá del Partenón, la Acrópolis regala otros muchos tesoros. Entre los más valiosos está el Erecteion, con las famosas Cariátides -o más bien sus réplicas-; el Templo de Atenea Niké -o de la Victoria Alada-, que conmemora el triunfo sobre los persas; los Propileos que formaban la gran puerta monumental de acceso y el teatro de Dioniso Eléuteros, que fue el más grande de esta civilización y sirvió para que estrenaran sus obras Sófocles, Esquilo y Aristófanes.
EL MUSEO Y EL ÁGORA
Altamente recomendable para interpretar los restos del yacimiento es visitar el Museo de la Acrópolis, renovado hace varios años, donde también se desvelan secretos de la Antigüedad. Emplazado a unos 300 metros del conjunto, en un edificio de arquitectura contemporánea, a lo largo de sus tres plantas de exposición se recogen auténticas joyas de la arqueología griega: una amplia colección de piezas pertenecientes a los diferentes monumentos, restos de la ciudad antigua situados bajo un suelo de cristal, infinidad de esculturas y piezas clásicas.
Después habrá que dar un paseo por el ágora para descubrir el centro de la vida social de antaño. Edificada en el siglo VI a. C., fue destruida por los persas y reconstruida posteriormente hasta ser arrasada por los érulos. Pese a tantos bandazos de la historia, hoy mantiene casi intacto el templo de Hefesto y, por encima de todo, su increíble aura de tiempos remotos.
OTRAS HUELLAS
Siguiendo con la Antigüedad, hay que visitar también el Estadio Panatenaico, construido originariamente en el siglo IV a. C. como sede de las Panateneas, unas competiciones religiosas con las que se rendía culto a los dioses a través de la hípica, el atletismo, la lucha o las carreras de cuadrigas.
Tras muchos siglos en desuso, fue restaurado en 1895 como una réplica del original y capacidad para 70.000 espectadores. Y aunque hoy en día se celebran pocos acontecimientos deportivos, su mérito reside en ser el recinto de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna en 1896.
Pero descubrir la genuina Atenas supone también empaparse de otras épocas de su pasado. Y nada mejor que hacerlo en el Museo Arqueológico Nacional, tan importante como el anteriormente mencionado. Aquí lo que encontramos son tesoros que se remontan al Neolítico, así como antigüedades de la Edad de Bronce y de los periodos cicládico, minoico, micénico y clásico.
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GUIÑOS MODERNOS
Tiempo habrá después de volver a la actualidad, para lo que hay una fórmula perfecta: la de confundirse con el gentío de la Plaza Syntagma. Se trata del epicentro de la ciudad moderna, donde se alza el magnífico edificio del Parlamento custodiado por los evzones, guardias vestidos con el uniforme tradicional de falda corta y zapatos con pompones.
Sytagma es el lugar en el que todo pasa. Desde la firma de la Constitución al estallido de la Guerra Civil, pasando por interminables protestas y manifestaciones. Custodiando estos hechos se erige el pomposo Hotel Grande Bretagne, escenario de un atentado fallido contra Winston Churchill en 1944. Aún así, es el favorito de las altas personalidades que visitan la ciudad.