El sonido de las olas rompiendo en la orilla marida a la perfección con la suave brisa del Atlántico, esa que cuando sopla fuerte logra erizarnos la piel. Los eternos arenales de sus playas se extienden hasta el infinito mientras recibimos los buenos días del vecino que, como cada mañana, ha salido a comprar el pan. Caminar relajadamente por el paseo marítimo de Chipiona resulta siempre un placer, no importa si el calendario indica que es invierno, o verano: aquí, la cálida Costa de la Luz, hace honor a su nombre.
Es este pequeño pueblo costero de la provincia de Cádiz fundado por los romanos en el siglo II a. de C. y situado entre las localidades de Rota y Sanlúcar de Barrameda, un resumen de lo que la provincia ofrece a quienes la visitan. Un cóctel delicioso cuyo ingrediente principal esa la fusión del buen talante de su gente con el derroche de simpatía y, por supuesto, hospitalidad. Pero también tiene Chipiona monumentos que son todo un reclamo. Es más, sin movernos de nuestro privilegiado escenario frente al mar, a un lado contemplamos el imponente santuario de la Virgen de Regla, levantado en 1882, y al otro, el vetusto faro de Chipiona, que con sus 69 metros lleva a gala ser el más alto de España –además de tercero más alto de Europa, y el quinto más alto del mundo. Un comienzo más que atractivo para nuestra ruta.
Lo que pide a gritos Chipiona es dejar el navegador del móvil apagado y dejar que el instinto haga de guía. Así, nos perderemos por callejuelas y plazuelas únicas que demuestran que no hay mejor manera de medirle el puso a un lugar, que dejando que este revele, por sí mismo, sus bondades. A los pies del faro, de hecho, nos topamos con una de las estampas más singulares del pueblo gaditano: los corrales son pequeñas estructuras creadas de manera artificial con piedra ostionera y junto a la orilla cuyo funcionamiento se rige por las mareas: al subir, el agua cubre esta suerte de barreños naturales haciendo que los peces, cuando vuelve a bajar, queden atrapados dentro. Una técnica de pesca de lo más peculiar.
Catar el producto que se captura ahí mismo es bien fácil: al lado, el restaurante Los Corrales lleva agasajando a locales y foráneos con el mejor género desde hace décadas. ¿Lo más sabio? Animarse a disfrutar de las delicias que recogen su carta, desde su arroz marinero o sus almejas, a la corvina, la lubina o los carabineros. Todo siempre regado con un buen vino blanco de la tierra y, por supuesto, las mejores vistas.
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Solo necesitamos caminar algunos pasos más para alcanzar otro de los enclaves históricos de la localidad, su castillo, cuyos orígenes se creen que son de la época árabe. Situado también en altura frente al Atlántico, en su exterior las olas llevan siglos rompiendo con fuerza contra sus murallas, las mismas que atesoran en su interior el Centro de Interpretación Cádiz y el Nuevo Mundo, donde aprender curiosidades y detalles sobre todas aquellas expediciones que partieron de Cádiz hacia las Américas.
DONDE LATE CHIPIONA
Un vinito moscatel en el vecino bar El Castillito nos vuelve a hacer tener presente los sabores de esta tierra que no para de sorprendernos. Después, llegará el momento de enfilar la popular calle Sierpes, llamada realmente Isaac Peral. ¿El sobrenombre? Por lo concurrida que se vuelve llegados los meses estivales, cuando muchos sevillanos vienen a sus casas de veraneo en la localidad. Se trata de una estrecha y larga vía peatonal donde se concentran muchos de los negocios de Chipiona: restaurantes y heladerías, tiendas de moda o bazares.
Al llegar al final de la vía, allí donde se cruza con la calle Víctor Pradera —una de las espinas dorsales de Chipiona— se halla otro de esos lugares donde no podemos —ni debemos— dejar de parar: la plaza de abastos de Chipiona es, en sí misma, todo un espectáculo. Y lo es por lo que se huele, se ve y se siente Cádiz en ella. Una plaza cuadrada y abierta bajo cuyos soportales se despliegan los puestos de pescados y mariscos, verduras y carnes más animados del pueblo. Oír a los chipioneros conversar entre ellos cargados con las bolsas con la compra del día, escuchar a los tenderos anunciar a voz en grito el género y sus precios, o catar, por qué no, alguna de las famosas delicatessen de la localidad —ay, ese lomo en manteca; ay, esa mojama de atún— bien vale ya de por sí una incursión a este rincón de Cádiz. Para rematar, una parada en el despacho de vinos moscatel, donde adquirirlo a granel, nos alegrará la jornada.
En un rincón exterior, para quienes quieran participar de las costumbres locales, el bar La Cantina (en la imagen) lo mismo sirve para tomar otro moscatel que unos langostinos o unos churros con chocolate con los que arrancar el día. Porque esto es Cádiz, y oye, aquí se viene a disfrutar.
LA CHIPIONA DE «LA MÁS GRANDE»
No nos olvidamos de que, si Chipiona tuvo alguna vez una embajadora que supo compartir las bondades de la localidad a lo largo y ancho de todo el planeta, esa fue, no hay duda, Rocío Jurado. La artista nació en este pueblito gaditano y llevó a gala durante toda su vida sus orígenes. Hoy, como homenaje a lo que supuso para la historia de la música en nuestro país, pero también para su pueblo natal, existe en Chipiona el Centro de Interpretación Rocío Jurado (rociojurado.es), inaugurado en julio de 2022.
Un espacio expositivo en el que hay lugar para salas repletas de objetos personales de la artista, así como relacionados con su carrera musical, con los que hacer un recorrido por su historia, tanto la profesional como la personal, y descubrir así cómo logró llevar la canción española a lo más alto. Si nos quedamos con ganas de indagar más en su persona, siempre podemos animarnos a realizar una ruta turística por el pueblo siguiendo los monolitos informativos que indican la vinculación de cada una de las paradas con la artista.
Lugares como el chalet “Mi abuela Rocío”, donde residió, el monumento a su figura, una escultura realizada por Juan de Ávalos situado en la calle que también lleva el nombre de «la más grande», o su mausoleo, son algunos de los imperdibles.
SOBRE BRINDAR Y YANTAR EN CHIPIONA
Ya hemos hablado en varias ocasiones de los sabores de esta tierra gaditana, pero es que la cosa da para mucho más. Así que empecemos hablando un poco más sobre sus vinos, esos moscatel que ya mencionamos varias veces y que tan unido a la identidad chipionera se encuentra. ¿Lo mejor para conocer sus detalles? Acercarnos hasta el número 8 de la Avenida de Regla y visitar el Museo del Moscatel, claro. Una ruta de 60 minutos que nos permitirá descubrir datos tan curiosos como que el sistema de secado de la uva es conocido con el nombre de «asoleo», que significa que permanece entre 15 y 30 días al sol sobre esterillas, o que su característico sabor se debe al terreno arenoso en el que se cultivia y su cercanía al mar.
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El lugar donde se halla el museo pertenece a la Bodega Cooperativa Católico Agrícola (catolicoagricola.com), donde hay un agradable patio cubierto por parras en los que las mesas se reparten sobre el suelo de albero. Uno de esos rincones repletos de autenticidad visitado tanto por chipioneros, como por forasteros. Escogemos un rincón y pedimos alguno de los cuatro tipos de moscatel que se elaboran en la cooperativa.
Si las ganas de empapar el vino aprietan, nada como animarnos con una parada en La Concha (avenida de Jerez, 21), uno de esos restaurantes rebosantes de solera. Cuenta este tradicional negocio con terraza y salón, pero será en banquetas altas y acodados en su barra donde vivamos la más auténtica de las experiencias. Una tapa de huevos de choco aliñados para empezar, gambitas cocidas, puntillitas, tortillitas de camarones –que estamos en Cádiz, no se nos olvide– y un platito de arroz nos brindarán el festín que nos merecemos.
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Después, para bajar el homenaje, será hora de regresar al punto de partida: las numerosas playas de Chipiona –la de las Canteras, la de Regla, la de las Tres Piedras o la de Camarón, entre otras– siempre son buen plan. Las zapatillas en la mano, los pies descalzos y la fina arena sureña adhiriéndose a nuestra piel –los más atrevidos, quizás se animen con un bañito–, compondrán nuestra particular despedida de este paraíso. Chipiona, puro Cádiz, nos regala el más cálido de los abrazos desde el sur.