No hay abuelo ni abuela de Belmonte que no recuerde con claridad (y tal vez con idealización) aquel verano de 1961, cuando este pequeño pueblo de la provincia de Cuenca fue tocado por la varita mágica de Hollywood. Aquí, en este desconocido rincón de La Mancha, el director de cine Anthony Mann decidió dar vida a parte de las andanzas de El Cid, en la que ha sido la película más épica sobre el héroe castellano.
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Una superproducción que no solo trajo consigo el desembarco de toda una maquinaria cinematográfica sino también el glamour de un elenco que resultaría memorable, con nada menos que un apuesto Charlton Heston en el papel de Rodrigo Díaz de Vivar y una despampanante Sofía Loren en el de Doña Jimena.
Este filme, que obtuvo tres candidaturas a los Oscar, encendió la chispa para otras muchas ocasiones en que sus calles se convirtieron en prestigioso set de rodaje: Los señores del Acero, Juana La Loca y El Caballero Don Quijote son solo algunas de ellas. Pero, ¿qué tiene esta localidad para despertar al séptimo arte semejante fascinación?
UN HITO MONUMENTAL
La respuesta es un castillo. El histórico y majestuoso castillo de Belmonte, construido en 1456. Una impresionante fortaleza de estilo gótico-mudéjar, encaramada sobre el cerro de San Cristóbal, tan imponente y fotogénica que hasta sirvió de inspiración para la primera apuesta cinéfila de El Señor de los Anillos, que fue una versión en dibujos animados en la que hacía las veces del fuerte de Helm.
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Este castillo es la joya de la corona, el monumento que, en sí mismo, justifica una visita para conocer su trascendencia en la historia de España. Desde su papel en aquella guerra de sucesión de Castilla que llevaría a la unificación total del país, hasta la huella (dudosa para algunos historiadores) de la emperatriz Eugenia de Montijo, visible en salas ambientadas con su estilo tan característico.
FIGURAS ILUSTRES
Descubrir Belmonte es, definitivamente, hacer un viaje al pasado. Aprender una lección de historia y literatura que deja leer en cada piedra, en cada muro, un apasionante episodio del Medievo. Porque como bien demuestra la fortaleza, es en este periodo cuando la localidad alcanza su mayor esplendor, no solo por sus grandes edificaciones sino también por la eclosión de un buen puñado de personajes ilustres.
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Figuras como Juan Pacheco, conocido como el rey sin corona de Castilla, que fue el gran mecenas arquitectónico del pueblo (él mismo mandó levantar el castillo). O como Pedro Páez, que fue el descubridor de las fuentes del Nilo Azul en 1618. Ninguno, sin embargo, tan popular como el belmonteño Fray Luis de León, teólogo, poeta, astrónomo, humanista y gran referente de la poesía religiosa del Siglo de Oro. De él se conserva la casa natal en la calle que hoy lleva su nombre y donde puede verse una placa con aquella famosa frase que pronunció al salir de la cárcel (fue perseguido por la Inquisición) para volver a impartir sus clases en la Universidad: «Decíamos ayer…».
EL CONDE LUCANOR
A Belmonte hay que pasearla despacio y, a ser posible, de manera cronológica, es decir, siguiendo los pasos de su historia. Esto implicaría comenzar la visita por la que fuera su primera fortaleza (anterior, por supuesto, a lo que hoy es el gran icono), erigida en el año 1323 sobre una anterior edificación visigoda. Esta vez la orden de su construcción la vino a dar Don Juan Manuel, a quien todos conocerán por ser autor de El Conde Lucanor.
Lo curioso es que este majestuoso edificio, el más antiguo de la villa, que ejerció como alcázar y palacio residencial hasta convertirse después en un convento de monjas dominicas, es hoy un hotel-spa de 4 estrellas al que se ha dado el nombre de Hotel Palacio del Infante Don Juan Manuel (hotelspainfantedonjuanmanuel.es).
Dormir en este alojamiento, que pertenece a la Red de Hospederías de Castilla-La Mancha, es hacerlo en un entorno histórico que conserva intacta su esencia. Pero mejor aún es comer en su restaurante Los Alarifes. Un templo de la cocina tradicional manchega con riquísimos platos de caza mayor (su especialidad) y delicias típicas como la sopa de ajo morado de las Pedroñeras o el morteruelo conquense.
TÍTULOS A SU BELLEZA
Otra visita interesante es la colegiata, a la que el Papa Pío II concede semejante título y en la que encontramos joyas como el primer coro historiado que se hace en España (de madera de nogal), el Cristo atado a la columna de Salzillo o un estupendo archivo en el que figura la copia del facsímil con el que Fray Luis de León comienza a escribir De la Vida, Muerte, Virtudes y Milagros de la Santa Madre Teresa de Jesús.
Y no pueden faltar las casas señoriales que dan fe del esplendor de Belmonte allá por los siglos XV y XVI. Por ejemplo, la de la Beltraneja (Arquitecto Sureda, 8), que hoy es una hospedería con un bonito patio castellano, o la Casa Bellomonte (Lucas Parra, 20), que en su día fue el corral de comedias y hoy es un museo que recrea cómo era la vida cotidiana de un burgués del 1400.