Atrevida, hedonista y extravagante, la ciudad más grande de Australia celebra el medio siglo de vida del que está considerado uno de los templos musicales más prestigiosos del mundo. Y lo hace después de un largo aislamiento y cargada de una energía que invade sus barrios cosmopolitas y sus soleadas playas repletas de tablas de surf. Te contamos todo lo que tienes que saber sobre este icónico edificio que fue inaugurado en octubre de 1973.
A unos les recuerda a los gajos de una naranja, a otros al balanceo de las hojas de palma y hay quien incluso ha sugerido que se trata de un encuentro sexual entre tortugas. El caso es que la Sydney Opera House (sydneyoperahouse.com), con su rompedora cubierta, a nadie deja indiferente. Por algo no sólo es el monumento que mejor define la identidad australiana, sino que además está declarado Patrimonio de la Humanidad.
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Medio siglo cumple ahora este gran icono de Sídney, diseñado por el danés Jorn Utzon con un estilo vanguardista que es fuente de interpretaciones sin fin. Una obra calificada por los expertos como una orgía arquitectónica, aunque es quizás el arquitecto Louis Kahn quien dio con la definición más hermosa: “El sol no sabía lo bella que era su luz hasta que se vio reflejado en este edificio”, escribió, en referencia a la degradación de color que exhibe su silueta en las distintas horas del día.
Con dos millones de visitas al año, la Ópera de Sídney se ha hecho un hueco de honor entre las maravillas del mundo moderno. Pero más allá de su estética, se trata de uno de los más prestigiosos templos musicales del mundo. En sus cinco auditorios tienen lugar nada menos que 2.400 eventos anuales en los que la acústica, avalado por los entendidos, es sencillamente soberbia. Pese a que asistir a un espectáculo implica, además de largas lista de espera, rasgar sin piedad el bolsillo, este año la programación depara jugosas ofertas con motivo del aniversario.
DE CARA AL MAR
Y si no, siempre quedarán los tours guiados que se ofrecen por las mañanas a través de sus entrañas vacías. Una opción estupenda tal vez antes de conocer el otro gran emblema, emplazado a pocos pasos, en la misma bahía de Port Jackson: Harbour Bridge, apodado la Vieja Percha. Un puente que conecta el corazón financiero del CBD (Central Business District) con el norte de la urbe, en un carismático paseo a pie, en coche, bicicleta o patines con unas vistas fabulosas. Incluso los más osados pueden animarse a escalarlo, eso sí, sujetos con arneses: la experiencia Bridgeclimb permite ascender al arco en una divertida (y vertiginosa) excursión en grupo.
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Con estos dos hitos urbanos (en mitad de los cuales se sitúa Circular Quay, el nudo de las comunicaciones marítimas y terrestres), Port Jackson es el alma indiscutible de esta ciudad cuya extensión es veinte veces mayor a la de Madrid. Una ciudad que vive de cara al mar al abrigo de sus mil bahías y que hace de su relación con la naturaleza, su culto al sol y su clima benévolo los tres grandes pilares de su esencia. Especialmente en estos meses, cuando tiene lugar el verano austral, y después del largo aislamiento al que Australia se vio sometida con motivo de la pandemia.
ANIMACIÓN PERMANENTE
Ahora Sídney vive sus mejores horas. Y no tanto por el ecléctico bombardeo de eventos propio de esta temporada (música en la calle, teatro, instalaciones artísticas…) como por la luz que tiñe el puerto a la caída de la tarde y refleja sobre los yates el amasijo de cemento y cristal que proyectan los rascacielos. Especialmente Woolloomooloo, con sus refinados restaurantes en el muelle, y el glamouroso Darling Harbour, con su hilera de terrazas, son los enclaves donde se deja ver la gente guapa a la hora del afterwork.
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Porque no olvidemos que, a excepción del colorido barrio The Rocks, donde se asentaron los primeros europeos, estamos ante uno de los entramados urbanos más modernos y cosmopolitas del mundo. Martin Place podría ser el centro neurálgico. Una anchísima calle peatonal donde se aglutinan los museos, los edificios financieros, los grandes almacenes y las tiendas de moda, además del Ayuntamiento y el Centro Comercial Queen Victoria, al que todas las guías destacan por su insólita belleza.
A falta de un centro propiamente dicho, Sídney adopta múltiples personalidades en sus barrios, desperdigados por aquí y por allá. El alternativo Newtown tiene un aire al Malasaña madrileño con sus garitos de rock en vivo frecuentados por estudiantes. Surrey Hills expone la vena más artística con numerosos talleres y galerías. Paddington (en la imagen) resulta más elegante con sus casas adosadas y sus boutiques de diseño. Y King Cross despliega la vena más sórdida con sus locales de striptease, clubes y discotecas de ambiente.
PARQUES Y PLAYAS
Y siempre para desconectar están las zonas verdes en una ciudad que hace del deporte su religión. La más concurrida: la que contiene el Jardín Botánico, justo por detrás de la Ópera. Una zona exuberante que no sólo es un remanso de paz para los urbanitas sino también una lección de botánica con más de 4.500 árboles de diferentes ecosistemas que dan cobijo a zorros voladores, cacatúas y aves acuáticas a los mismos pies del asfalto. Luego están Hyde Park y Centenial, dos pulmones en los que llama la atención, una vez anochece, el revoloteo de murciélagos de tamaño descomunal.
Pero Sidney no sería Sidney sin las playas legendarias que dibujan su imagen arquetípica: tablas de surf cabalgando las olas y esculturales cuerpos bronceados. Bondi, con su forma de media luna flanqueada de tiendas deportivas, es la más popular, si bien en su extensión hacia el acantilado de Coogee esconde arenales solitarios como Tamarama y Clovelly. Manly, al norte, es otra cosa. Además de una playa oceánica, cuenta con un bello camino de diez kilómetros a través de calas de aguas esmeraldas precedidas por bosques de pinos.
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En todas ellas cabe hacerse la pregunta del millón: ¿Hay tiburones? Y la respuesta es sí, aunque en muy contadas ocasiones. Para tranquilidad de los bañistas, existen helicópteros que sobrevuelan las orillas, dispuestos a desalojar el mar ante sombras sospechosas.