Con la cabeza rapada, envuelto en su túnica de color azafrán, el monje encargado de despertar a los huéspedes toca levemente a la puerta corredera de papel de arroz. No han dado ni las 6 cuando, aún en penumbra, se estará enfilando por un laberinto de galerías hasta el santuario donde se celebra el nuevo día con la ceremonia Otsutome.
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EL RITUAL
En los shukubos o monasterios con hospedería del pueblo sagrado de Koyasan no se obliga a nadie a asistir a estos rezos matutinos, aunque, llegados hasta tan lejos, sería poco menos que un pecado perdérselos. Entonces, con solemnidad, la fila de monjes comienza a arrodillarse junto a un altar recargado de ofrendas y reliquias mientras los visitantes hacen lo propio por las esquinas más discretas. Lástima no entender los sutras que irán recitando durante la hora siguiente. Aun así, sus voces hipnóticas, envueltas de velas, inciensos y gongs, predisponen a la meditación hasta al más descreído entre los mortales.
«VATICANO» BUDISTA
Esta especie de Vaticano para el budismo shingon o esotérico, fundado cuando el monje Kobo Daishi introdujo esta filosofía en Japón tras su viaje a China en el siglo IX, llegó a sumar en la era Edo (1603-1868) cerca de 2000 monasterios, a los que acudían incluso emperadores y señores de la guerra. Hoy, aproximadamente la mitad de los 117 que siguen funcionando alojan también a viajeros. Basta acatar la etiqueta del lugar, en absoluto estricta por otra parte.
LAS NORMAS DE LOS SHUKUBOS
Al igual que en cualquier casa japonesa, tocará descalzarse a la entrada y deambular en las zapatillas que proporcionan para ello, y al ir al servicio no habrá que olvidar cambiárselas por las chanclas exclusivas de estos menesteres. Salvo estos gestos y otros que dicta el sentido común, como vestir con modestia y respetar el silencio del entorno, los horarios de las comidas son en realidad la principal norma a no perder de vista.
Al volver a la habitación tras las liturgias del alba, otro monje habrá doblado los futones antes de servir allí mismo el desayuno sobre una primorosa bandeja de laca. La cena tradicional shojin-ryori, con su interminable sucesión de sopas, tempuras y salmueras rigurosamente vegetarianas e igualmente preparadas por los monjes, se disfruta, ya sí, en la sala principal, y rara vez después de las cinco de la tarde.
JARDÍN ZEN
Entre medias, las horas pasan en el jardín zen que poseen la mayoría de los shukubos, pero también se puede tomar parte en las sesiones de meditación o las clases de caligrafía que imparten muchos de ellos. Convendría demorarse al menos un par de días por estas montañas para adentrarse en las rutas senderistas de los alrededores de Koyasan y, cómo no, explorar la barbaridad de templos que se alinean por su prácticamente única calle, de 6 kilómetros de largo y a 800 metros de altitud.
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EL IMPRESCINDIBLE KONGOBUJI
El cuartel general de esta escuela budista, con conexiones al tantra, es Kongobuji, con cerca de cuatro mil sedes repartidas por el archipiélago nipón. Impresiona la delicadeza de los paneles pintados a mano que decoran sus salones, pero más si cabe su vasto jardín de rocas, ultimado hace cosa de tres décadas para conmemorar el 1150 aniversario no de la muerte sino, como prefieren decir aquí, la ascensión de Kobo Daishi a su meditación eterna.
CEMENTERIO DE OKUNOIN
Además de la inconfundible puerta Daimon que da acceso al recinto o el complejo donde el fundador levantó su primer templo, el cementerio de Okunoin podrá dar para media jornada. Entre sus cientos de miles de lápidas, los visitantes buscan la huella de célebres samurais mientras se topan con los desconcertantes mausoleos que empresas como Nissan o Toyota han erigido más recientemente para los empleados que dieron la vida por la compañía.
RELAX EN LAS AGUAS DEL ONSEN
Con suerte, si el tiempo acompaña y anda disponible algún monje que chapurree el inglés para guiarlas, se organizará por la noche una visita de lo más fantasmal entre sus linternitas de papel y sus tumbas carcomidas por los musgos. Para ponerle la guinda a una jornada cargada de espiritualidad, nada como sumergirse en las aguas templadas del onsen comunal del shukubo. Los hombres, eso sí, por un lado, y las mujeres por el otro.
CÓMO RESERVAR LOS SHUKUBOS
Cerca de la mitad de los 117 templos de Koyasan cuenta con hospedería. Sus habitaciones de estilo japonés rondan los 100 € por persona, incluidos habitualmente el desayuno y la cena, y algunos cuentan con baño privado en la habitación, si bien la mayoría suelen ser comunes. Se pueden reservar directamente en cada templo o, algunos, como el delicioso Rengejo-in, a través de portales como Japanese Guest Houses (japaneseguesthouses.com), mientras que otros incluso se comercializan a través de Booking (booking.com). Conviene, eso sí, reservarlo con antelación, sobre todo en las fechas más concurridas del otoño, la primavera y el verano, o si se va a coincidir con algún festival, así como verificar, si se viaja con niños, si el shukubo elegido permite la estancia a menores de doce años.
EL «OTRO» CAMINO
Hermanado con el Camino de Santiago y, como él, Patrimonio de la Humanidad, los senderos del Kumano Kodo hilvanan por el interior de la prefectura de Wakayama tres soberanos templos por los que llevan siglos fundiéndose el sintoísmo y el budismo. La ruta más habitual y mejor señalizada es la que seguían antaño los emperadores, aunque hay otra, mucho más exigente, que parte de Koyasan, con no menos de cuatro días de caminata entre la soledad de sus montañas.
CÓMO LLEGAR A KOYASAN
El aeropuerto de Kansai es el más próximo a Koyasan, al que llegan vuelos con escala desde varios aeropuertos españoles. Desde Kioto y, sobre todo Osaka, se llega fácilmente en tren a la estación junto a Koyasan, donde habrá que tomar un teleférico y un tramo breve de autobús para alcanzar el pueblo.
Conviene informarse a fondo sobre el bono de trenes más recomendable para viajar en tren por Japón en función del recorrido que se vaya a hacer por el país en Japan Rail Pass (japan-rail-pass.es) y Kansai Thru Pass (surutto.com). Algunas agencias incluyen en su Ruta de Kumano, a través de los principales destinos de Japón, una noche en uno de los monasterios de Koyasan.