A la playa de Somo muchos la conocen como la de los surfistas. Ciertamente, es una de las cunas de este deporte en nuestro país y uno de los lugares más indicados para practicarlo en la costa del Cantábrico. Pero este enorme arenal, de unos 7 kilómetros de longitud si se incluyen las contiguas playas de El Puntal y Loredo, es también una buena opción para aquellos días en que El Sardinero, la playa urbana de la capital, está abarrotada de bañistas que muchos prefieren venirse hasta aquí en busca de tranquilidad y un cierto grado de privacidad.
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Para locales y visitantes, el litoral de Trasmiera, que cierra la bahía de Santander, es una alternativa que resulta de lo más agradable. Se toma el barco en el embarcadero frente al paseo de Pereda y junto al Centro Botín y en apenas media hora de agradable trayecto se llega hasta Somo. Luego, una vez aquí, se puede disfrutar de la playa y de largos baños de mar y sol y de los muchos y variados restaurantes y terrazas junto a la costa de esta localidad.
Desde hace décadas, Somo es conocido también como el pueblo de la cerámica, por el mimo con que tratan el barro los artesanos locales hasta convertirlo en piezas que, en muchos casos, son auténticas obras de arte. La mayoría, siguiendo la estela dejada por Miguel Vázquez. Este célebre ceramista cántabro trasladó a esta localidad su taller y trabajó aquí hasta 2010. Tan relevante es el legado de este artista que la localidad tiene hasta una Avenida de la Cerámica donde, por cierto, se encuentra uno de los centros alfareros mejor surtidos: el de Rufina.
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Ya aquí convendría hacer una visita al santuario de Nuestra Señora de Latas, a medio camino entre Somo y Loredo. Templo originario del siglo VIII y, por tanto, uno de los centros religiosos más antiguos de Cantabria. Aunque lo que hoy se puede contemplar es la construcción levantada sobre los restos de la iglesia primigenia en el siglo XVI, con remodelaciones y ampliaciones posteriores.
Como continuación lógica a la visita a Somo y su magnífica playa se puede recorrer el resto de núcleos de población y otros atractivos paisajísticos del municipio de Ribamontán al Mar, del que forma parte. Una extensa zona costera y rural convertida desde hace tiempo en refugio de algunas de las grandes fortunas locales, como la familia Botín, que encuentran en casonas con grandes jardines y fincas la tan anhelada privacidad, además de reposo y contacto con la naturaleza.
A falta de casa propia, el resto de los mortales pueden encontrar cobijo en establecimientos con tanto encanto como Torre de Galizano (hoteltorredegalizano.com), en la localidad homónima, situada a unos 6 kilómetros de Somo. Sus propietarios, los hermanos Marañón, han reformado por completo y ampliado una antigua casa de indianos de 1872, respetando la arquitectura tradicional en piedra, para ofrecer habitaciones muy confortables (tienen hasta una gran bañera de hidromasaje) y una experiencia gastronómica de altos vuelos.
El responsable de este hotel es Javier Marañón, discípulo de Martín Berasategui y que ha trabajado también en las cocinas de Pedro Larumbe, Eneko Atxa e Hilario Arbelaitz. Una vez sentados a la mesa del coqueto comedor, lo mejor es dejarse llevar por el desfile de platos del menú degustación. Este comienza con un homenaje al maestro Berasategui, versionando su mítico milhojas de foie, pero aderezándolo con puré de mango, y luego continúa con platos tan brillantes como el arroz con rabo de toro y anguila, la lubina, la caza y su chocolate en texturas.
La cocina de Torre de Galizano apuesta por el kilómetro 0, incluso con su propia producción de verduras, hierbas, huevos y carnes. Y resulta lógico que así sea en una zona que aún mantiene un indudable carácter rural y ganadero, donde las carreteras de la zona las flanquean huertos y las atraviesan vacas, auténtico icono de Cantabria, que pastan en sus veredas.
Quien busque una propuesta gastronómica algo más informal, pero igualmente convincente, puede encontrarla en Pan de Cuco (pandecuco.com), en la localidad de Suesa, también muy próxima a Somo. En los fogones de este restaurante reina Aleix Ortiz, que fue jefe de cocina del mítico local santanderino Bodega del Riojano (bodegadelriojano.com), al que, si se tiene tiempo, siempre merece la pena regresar para perderse en los mejores sabores de la tradición culinaria cántabra, entre tapas de barriles convertidas en arte por algunos de los más grandes creadores del siglo XX español.
En Pan de Cuco, propiedad de uno de los socios del Riojano, se lleva hasta el último extremo el concepto de cocina de producto. De hecho, en la carta entran siempre los mejores ingredientes de la zona y cercanías. A saber: anchoas de Santoña, ostras Gillardeau, rabas de calamar, bacalao, quesos, verduras de temporada con yema y jamón ibérico, pollos picasuelos pedrés, solomillo de vaca al foie con salsa de trufa, callos… Para terminar, sería imperdonable (por muy lleno que parezca estar el estómago) no probar el flan y el arroz con leche de la casa.
Pero conviene sacudirse la pereza consecuente a semejantes festines gastronómicos y aprovechar la estancia en la zona para visitar algunos de sus enclaves naturales más espectaculares. Por ejemplo, la playa de Langre, protegida por un acantilado de unos 25 metros de altura tapizado de vegetación. Es, sin duda, una de las más espectaculares de Cantabria (si no la más). Un espacio prácticamente virgen, con un arenal de 800 metros accesible desde el aparcamiento situado junto al pequeño cementerio de la localidad, a través de un camino paralelo al semicírculo, casi perfecto, que dibuja la costa en este tramo.
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La vista en altura de la playa y su bellísimo entorno desde el extremo más cercano al cabo de Galizano, sobre todo en esos días en que el Cantábrico azota la costa con todo su poderío, es de esos espectáculos imborrables para la memoria. Un lugar inmejorable para despedirse de esta zona de Cantabria que, en poco tiempo, promete convertirse en imprescindible.