Cosas del marketing y las campañas de promoción, a la ciudad holandesa de Gouda y su comarca se las «vende», desde hace años, como el Valle del Queso. Denominación tan atractiva como engañosa, pues de acuerdo con el concepto de lo que debe ser un valle, uno esperaría encontrar un curso de agua dulce que se abre paso entre montañas, dejando a su paso fértiles planicies para el cultivo. Pues bien, aquí hay cursos de agua (canales, ríos y lagos) y también cultivos y prados regados por ellos, en los que pastan plácidamente las vacas. Pero, ¿qué pasa con las montañas? Pues no hay. Estamos en Países Bajos, el estado más llano de Europa, con buena parte de su superficie por debajo del nivel del mar.
Consideraciones orográficas y publicitarias aparte, lo que sí es verdad es que Gouda es el epicentro del queso en Holanda. Ayuda el hecho de que se encuentre a mitad de camino entre varias de sus ciudades más grandes (Ámsterdam, Rotterdam, La Haya y Utrecht). Y también que el queso gouda que aquí se produce sea el más importante de todos los quesos holandeses, con permiso de maasdam, edam y el resto de variedades nacionales. De hecho, casi el 60 por ciento de los que comercializa este país en la actualidad pertenecen a alguna de las 2 denominaciones de Gouda: Noord-Hollandse Gouda DOP y Gouda Holland IGP. Quesos que, en su mayor parte no se quedan aquí, sino que se exportan a los lugares más remotos del planeta.
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Tan importante es el queso para Gouda y su región que aquí todo parece girar en torno a este producto lácteo. Se ve claramente en su llamativa plaza del Mercado (Marktplein), presidida por el ayuntamiento, bonito edificio de vertiginosa fachada triangular, que se construyó a mediados del siglo XV. Pues bien, frente a él y desde mucho antes de su existencia se viene celebrando cada jueves, entre abril y finales de agosto, un pintoresco intercambio de las enormes piezas de queso elaboradas en la región. No es un decir: algunas de ellas pesan más de 16 kilos.
Los productores de queso gouda llegan hasta aquí desde sus granjas, repartidas por la zona, ataviados con sus trajes típicos, incluidos los característicos zuecos de madera. Lo hacen subidos a carros de madera tirados por caballos y cargados con el fruto de su trabajo. Luego, los tratos comerciales se cierran entre productores/vendedores y compradores/distribuidores con un curioso ritual, casi coreográfico, dando palmas y con el clásico apretón de manos. Todo ello contribuye a aumentar la fascinación por algo que se ha convertido en un auténtico espectáculo y un polo de atracción para sus visitantes.
Con o sin mercado, pero siempre con queso, lo cierto es que esta plaza es el principal punto de encuentro de Gouda, el lugar por el que todo el mundo pasa más tarde o más temprano. Los bonitos edificios históricos que la flanquean, que en su momento fueron residencia de los más prósperos comerciantes de la localidad, ahora los ocupan bares, restaurantes, terrazas y tiendas de artesanía. También algún que otro negocio gastronómico donde adquirir queso los días en que no hay mercado. Como curiosidad, este espacio urbano tiene forma triangular, con uno de los lados en forma de semicírculo, como si se tratara de una enorme porción de queso cortada a cuchillo.
Sin salir de la plaza, la Casa de Pesaje (De Goudse Waag), del siglo XVII, alberga un pequeño museo sobre la historia, útiles e importancia del queso gouda para la economía local y regional, recordando la importante misión cumplida por este centro en la estandarización, peso y medidas de ese producto.
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GOUDA CHEESE EXPERIENCE
Bastante más espectacular resulta la propuesta de Gouda Cheese Experience. Ubicado en otro edificio histórico, utilizado durante décadas como cine, este centro, inaugurado en el año 2020, ofrece una experiencia inmersiva (y muy didáctica) sobre el proceso de elaboración del gouda: desde su origen (la cría y alimentación de las vacas que producen la leche), hasta el «cocinado» en grandes baldes metálicos, la curación y secado en penumbra sobre estanterías de madera características y, por último, la comercialización. Es un lugar ideal para ir con niños.
Ya que estamos en el capítulo de centros expositivos, recomendable es la visita al Museo Municipal, que ocupa lo que fue el hospital y el claustro gótico del convento de Santa Catalina. En las salas acondicionadas de este antiguo centro religioso se muestra una valiosa colección de obras realizadas por artistas de los Países Bajos desde la Edad Media. También tiene una parte dedicada a autores contemporáneos.
Pero a esta institución cultural se viene, además, a disfrutar de los placeres mundanos. En el jardín del museo hay una agradable terraza, ideal para probar las delicias locales y las de otros lugares del planeta. Pertenece al ecléctico Café del Museo, que ofrece ambientes y propuestas culinarias distintas en función del momento del día en que se visite. Por supuesto, nunca faltan maneras de disfrutar del sabor y la textura de las diferentes variedades de queso gouda.
Por lo demás, esta ciudad casi peatonalizada, entre canales y casitas con fachadas de ladrillo rojo y otros colores, resulta de lo más atractiva. Tanto como lo son algunos de sus barrios periféricos. Por ejemplo, la zona de Reeuwijk, regada por lagos (pantanos, más bien) y canales. El paseo por sus márgenes es una auténtica delicia, pero como realmente se disfruta de este entorno de naturaleza transformada es a bordo de una lancha. Es la opción que ofrece a sus comensales el restaurante Vaantje (vaantje.nl). El plan, siempre que haga buen tiempo, resulta irresistible: excursión flotando por este complejo acuático y residencial (algunas casas al borde del agua producen una insana envidia) y luego cena en el jardín del restaurante, con una amplia carta de inspiración francesa, pero con muchos platos internacionales. La selección culinaria se puede regar con alguno de los muchos vinos de la bodega, procedentes de los países más lejanos del planeta. Por supuesto, también hay algunos españoles.
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Sin alejarse demasiado de Gouda, a unos 10 kilómetros, está el encantador pueblecito de Stolwijk. Este se encuentra en medio de un poldark, es decir, uno de los muchos terrenos agrícolas ganados al mar a lo largo de los siglos y protegidos por un complejo sistema de diques, que constituyen uno de los paisajes más representativos de los Países Bajos.
En esta localidad está De Nieuwe Polderkeuken (polderkeuken.nl), es decir, La Nueva Cocina del Poldark. Un restaurante que aprovecha los productos que crecen en los campos circundantes, a los que se aplica una atractiva pátina de creatividad, sobre todo en la presentación de los platos. Este es el reino del joven chef Frank Streefland, empeñado en divulgar las excelencias de la gastronomía local, entre las que, por supuesto, se encuentra el casi omnipresente queso gouda.