Árboles centenarios, sombras, alfombras de hojarasca, silencios sonoros, musgo... Irati es uno de los bosques de hayedos y abetos más extensos y mejor conservados de Europa. Un rincón navarro de gran valor ecológico que es el mejor lugar para dar la bienvenida a la nueva estación.
Entre todos los bosques de la península ibérica, el hayedo es, sin duda, el que despliega una mayor magia. Por eso, el encanto y misterio de este bosque de halo mítico, repleto de gigantescos árboles centenarios, es propicio para despertar la imaginación.
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Las copas de los árboles, la humedad, la niebla, el agua... Es así como el bosque teje un ambiente lleno de presencias, de veladuras, creando juegos de luces y sombras con los rayos de sol que se cuelan entre las ramas.
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Para adentrarse en el bosque de Irati hay que dirigirse a la pintoresca población de Ochagavía, en el valle de Salazar, o bien a las antiguas ruinas de la fábrica de armas de Orbaitzeta, en el de Aezkoa. Entre ambos puntos discurre una pista que permite disfrutar bien a pie o en bicicleta del bosque en toda su magnitud.
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La carretera que lleva desde Ochagavía hasta Irati disfruta de buenas panorámicas sobre el valle de Salazar y las altas montañas que delimitan el paralelo valle del Roncal. El descenso por la cara norte de esta sierra es un anticipo de lo que se extiende unos kilómetros más allá: una selva donde los árboles, por suerte, siguen siendo los auténticos reyes del bosque.
Antes de descubrir el entorno boscoso de Irati, lo más recomendable es pasar por el centro de interpretación situado en la localidad de Ochagavía (cinirati.es). Una primera aproximación a conocer este espacio protegido, sus usos históricos y el valioso muestrario biológico que alberga.
Una red de una veintena de senderos de diferentes longitudes y dificultades se adentran en este espacio virgen de naturaleza en el que conviven zorros, jabalís, corzos, ciervos y multitud de pequeños mamíferos que encuentran refugio entre hayas, abetos, sauces, avellanos y fresnos. Pero también especies ornitológicas excepcionales, como el pico negro y el dorsiblanco, y diversas rapaces.
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Entre los rincones más emblemáticos de la Selva de Irati están la ermita de la Virgen de las Nieves, la fábrica de armas de Orbaitzeta o la sierra de Abodi. Uno de los más fáciles es el que rodea, en 18 kilómetros, el embalse de Irabia.
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Viejos caminos de tránsito de lugareños y pastores trashumantes son los utilizados por los dos senderos de largo recorrido, el Pirenaico o GR-11 y el de Euskal-Herria o GR-12, que también discurren por el bosque.
El otoño es una época perfecta para la recogida de hongos y setas en Irati aunque la zona está regularizada y para ello es imprescindible contar con pases que pueden ser de un día (aunque para quienes residen en la zona los hay también de temporada). Para obtener los permisos hay lugares autorizados (Centro de Acogida Casas de Irati, a unos 23 km de Ochagavia, 8 € el permiso diario que permite coger hasta 8 kilos). Más información en: irati-salazarzaraitzu.com/casas-de-irati/ y visitnavarra.es/es/selva-de-irati. Además en esta época, muchos restaurantes de Irati ofrecen menús de temporada, donde las setas y hongos de la zona son los protagonistas.
A su encanto y misterio, Irati suma los restos del arcaico poblamiento de este valle pirenaico, de cuyos habitantes neolíticos se descubren por todo el bosque abundantes monumentos de carácter sagrado, como dólmenes, crómlechs y túmulos.
Históricamente, los recursos de Irati se han aprovechado por los habitantes del entorno. La madera de los árboles para la construcción, las bellotas y hojas para el ganado y también el carbón vegetal. Las Marinas española y francesa fijaron sus ojos en Irati durante el siglo XVIII por la calidad de sus abetos y hayas para la construcción de los mástiles de sus barcos.