Es la más pequeña de las cuatro principales que forman el archipiélago de Japón, pero suficientemente grande como para dedicarle un solo viaje y, sin duda, la mejor para descubrir la cara más tradicional del país. Nada que ver con el bullicio de las grandes ciudades japonesas.
Una cadena de puentes colgantes de 13 kilómetros de largo une 7 islas del Mar Interior, conectando las de Honshu y Shikoku. Por ella discurre una vía férrea, varias carreteras y un carril bici.
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Castillo de Matsuyama, un hermoso ejemplo de arquitectura feudal en lo alto de una colina, a la que se accede en telesilla.
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Los escarpados desfiladeros, espesos bosques y pequeños pueblos aferrados a las montañas del valle de iYa son un paraíso remoto del interior de Shikoku, donde empaparse del japón más rural.
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Uno de los kazura-bashi o puentes suspendidos construidos hace unos mil años para unir las quebradas del valle de Iya; hoy son un vestigio de ingeniería ancestral en los que desafiar al vértigo.
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Calle de Wakimachi, que invita a un viaje en el tiempo guiado por los artesanos que muestran sus obras de arte mientras trabajan: miniaturas de bambú, sombrillas de papel, tejidos teñidos con el color índigo...