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País enigmático donde los haya, viajar a la antigua Persia es una aventura digna de cualquier viajero con alma exploradora que quiera descubrir Asia. Tierra con una apasionante historia, una riqueza cultural abrumadora y, sobre todo y lo más importante, un pueblo hospitalario como pocos existen. Nos disponemos a recorrerla con una intención clara: descubrir sus mayores tesoros.

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TEHERÁN, LA CAPITAL

Con ocho millones y medio de habitantes, Teherán se encuentra en una meseta del norte de Irán rodeada de los montes Alborz. Durante el invierno, la posibilidad de contemplar desde la misma ciudad sus picos nevados en el horizonte, regala una de esas estampas difíciles de olvidar.

Teherán es una ciudad moderna, cosmopolita y viva. Aquí el ajetreo se percibe desde bien temprano, y el lugar clave para tomarle el pulso a la ciudad está claro: su bazar, el más grande del mundo. Sorteando grandes carretas empujadas por vendedores entre los cientos y estrechos pasadizos cubiertos del zoco, aquí lo difícil será no dejarse llevar por el género expuesto en los tenderetes.  Alfombras persas, ropa a medida, especias, ropa… ¿cabrá todo en nuestra maleta?

Un lugar perfecto para descansar del tumulto del bazar será el vecino Palacio de Golestán, claro ejemplo de la edad de oro iraní. Los azulejos que decoran las fachadas de los diferentes edificios son auténticas obras de arte. Escenas de la naturaleza, de la vida cotidiana o, por qué no, flores, músicos e incluso animales, protagonizan las paredes exteriores, mientras que enormes lámparas de araña y ostentosos muebles lo hacen en el interior (el Palacio de las Flores y su edificio Captaviento merecen, sin duda alguna, una visita).  

Un atardecer desde el mirador de la Torre Milad, a 435 metros de altura, será imprescindible para completar una visita a la capital iraní. 

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KASHAN, UN HERMOSO OASIS

Una carretera infinita rodeada de un paisaje que va de las montañas al desierto en toda su inmensidad nos lleva hasta Kashan, la pequeña y aislada ciudad que limita con el desierto de Kabir. Aunque puede pasar desapercibida, se trata de uno de los lugares más auténticos y atractivos del país.

Perderse por el bazar cubierto de Kashan invita a impregnarse de la atmósfera autóctona. Nos atrapan los olores, especiales y diferentes, mientras entablamos conversación por señas con los lugareños que curiosean el por qué de nuestra presencia en un lugar tan remoto. Saliéndonos de los pasillos principales nos topamos con madrasas, mezquitas y caravasares.

Hacemos parada en sus históricas viviendas del siglo XIX, algunas de ellas restauradas y abiertas al público. Y lo hacemos también en el hamán del Sultán Mir Ahmad, un perfecto ejemplo con más de 500 años de antigüedad de lo que eran los típicos baños árabes. Desde su azotea se admiran los tejados de Kashan junto a los minaretes de las mezquitas vecinas. 

El Jardín Bagh-e-Fin, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, es el punto y final idóneo para una visita a la ciudad. 

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ISFAHÁN, EL TESORO IRANÍ

La auténtica joya de Irán tiene nombre propio: Isfahán, situada en el centro del país, es la ciudad más aclamada y visitada por los viajeros. Y no es de extrañar: solo por admirar en primera persona la inmensa plaza Naghsh-i Jahan, epicentro de la vida pública y religiosa de la ciudad, ya merece la pena cruzar medio mundo hasta este país. 

Aquí se encuentra la Mezquita del Imán, del siglo XVII, toda una obra de arte hecha edificio en la que es imposible no quedar atrapado por el cuidado trabajo de los azulejos que decoran fachada y cúpula. El palacio de Ali Qapu tampoco deja indiferente: lo que más sorprende son las vistas a la plaza desde su hermosa galería, y la llamada Habitación de la Música, de una belleza indescriptible.

Decenas de bulevares flanqueados por árboles, jardines, palacios y bellas plazas completan la oferta cultural y arquitectónica de la tercera ciudad más grande de Irán.  Los cinco kilómetros de su histórico bazar son el lugar idóneo para seguir indagando en la interesante cultura persa y continuar disfrutando de la hospitalidad de su gente. No es de extrañar que haya sido nombrada capital del país durante dos periodos de su historia. 

Para catar la gastronomía más auténtica, un lugar infalible es Malek Soltan Jarchi Bashi (jarchibashi.com), un antiguo y hermoso hamán reconvertido en restaurante en el que, además, se puede disfrutar de música tradicional en directo. ¿Un consejo? Probar el beriyani, uno de los típicos platos iraníes. Está exquisito. 

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YAZD, UNA JOYA EN EL DESIERTO

A estas alturas, que la Ruta de la Seda es una sucesión de ciudades-oasis que son auténticas maravillas no es ningún secreto. Más difícil de imaginar es que Yazd, una aislada ciudad en pleno desierto, podía suponer una sorpresa tan inmensa.

Para conocer bien esta perla de Oriente lo mejor es perderse por el laberinto de callejuelas que conforman su casco antiguo. Yazd es una de las ciudades más antiguas del mundo, y en ella, entre murallas construidas en adobe tras las que se ocultan tradicionales casas y negocios, y bajo la sombra proyectada por mezquitas que parecen salidas de un cuento de las Mil y una Noches –la del Viernes es absolutamente espectacular–, se descubren un sinfín de recovecos de los que enamorarse sin control alguno.

Subir a cualquiera de los miradores repartidos por la zona antigua mostrará un universo de minaretes y típicas torres de ventilación. La imaginación se echa a volar cuando se visita el encantador complejo de Amir Chakhmaq, uno de los lugares más icónicos de la ciudad, con sus tres plantas y su estructura simétrica. 

Para catar los dulces típicos –y famosos- de Yazd lo mejor será acercarse a la tienda de Hak Khalifeh Ali Rahbar (shirinihajkhalifeh.com), donde será imposible salir sin alguna que otra cajita bajo el brazo. 

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PERSÉPOLIS, EL PASADO DE UN IMPERIO

Un viaje a Irán jamás estará completo si no se le dedica, al menos, un día a Persépolis, la antigua capital del imperio persa. A medio camino entre Yazd y Shiraz, su construcción comenzó en el 521 a. C. y se alargó durante más de dos siglos, hasta que desgraciadamente fue destruida por Alejandro Magno en el 331 a.C.. El enorme complejo que compone Persépolis se halla sobre una terraza natural en pleno desierto y visitarlo junto a uno de los guías que se pueden contratar en la misma puerta es algo más que recomendable.

Mientras se camina por las antiguas calles de la ciudad se es consciente de que poco queda de este increíble lugar más que sus ruinas. Sin embargo, se tiene la certeza de que son suficientes para comprender la grandeza de lo que fue en su día: sus imponentes escaleras, sus cuidados relieves –muchos han permanecido hasta el día de hoy– y sus míticas puertas de entrada son prueba de ello. 

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NAQSH-E-RUSTAM, DONDE DESCANSAN LOS REYES

Una de las grandes sorpresas del viaje asalta mientras se avanza por una pista de arena hacia la imponente necrópolis donde descansan los restos de grandes reyes persas. Se encuentra muy cerca de la mítica Persépolis y es una parada que no podía faltar. Lo normal es hacer esta excursión desde Yazd o Shiraz y hacerlo con un taxista local que se contrate en una de las ciudades.

Una vez frente a las cuatro inmensas tumbas excavadas en el lateral de un acantilado, viene a la memoria la gran Petra de Jordania, aunque curiosamente estas cuentan con alrededor de mil años más de antigüedad.  Se cree, con dudas, que en ellas están enterrados algunos reyes como Darío II o Darío I. Sea o no sea así, uno queda maravillado ante tanta grandeza.

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SHIRAZ, BELLEZA Y TRADICIÓN

Con sus 2.500 millones de años de antigüedad, Shiraz es una de esas ciudades que dejan huella. Y, para comprobarlo, nada más fácil que ir directamente a su zona antigua, la misma en la que se encuentran lugares tan icónicos como la mezquita Vakil, uno de nuestros rincones favoritos. El cuidado trabajo de sus bóvedas, repletas de azulejos que componen maravillosos y coloridos dibujos, es uno de sus mayores reclamos. 

Junto a la mezquita, el bazar del que recibe el nombre. Perderse por sus callejuelas será, una vez más, la mejor forma de conocer la esencia de esta ciudad famosa por sus poetas. Después de hacer acopio de pistachos y azafrán, dos de los productos estrella iraníes, hay que ir directo a rendir homenaje a una de las figuras más importantes del país: el poeta Hafez. Considerado uno de los grandes héroes culturales de Irán, sus restos descansan en un enorme féretro de mármol donde hay grabados algunos de sus versos más famosos. Unos hermosos jardines lo rodean, el lugar idóneo para pasear. 

Para llevarse el mejor sabor de boca del país, Kateh Mas, uno de los restaurantes más famosos de la ciudad, en el que probar un clásico iráni: el tachin, arroz cocinado con azafrán y trozos de cordero. 

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