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POBLET

Deambular por el monasterio de Santa María de Poblet, el conjunto cisterciense habitado más grande de Europa y una de las joyas de la Ruta del Císter en la Costa Daurada, es recorrer las páginas de una novela ambientada en el Medievo. Discurrir por su claustro o su iglesia –panteón real de la Corona de Aragón desde finales el siglo XIV– es un recorrido apasionante donde cultura, historia y paisaje se funden. Pero es a vista de pájaro cuando el conjunto monástico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, desvela toda su monumentalidad: rodeado de viñas centenarias y del conocido como Bosque de Poblet, un mar de pinos, encinas y la única comunidad de roble melojo de Cataluña, todo ello salpicado de fuentes y riachuelos / © Richard Martin Vidal

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TAMARIT

Emplazado a orillas del mar, a la derecha de la desembocadura del río Gaià, el pueblo amurallado de Tamarit es una postal de cuento –no es extraño que una celebrity como Andrés Iniesta decidiera casarse allí– difícil de igualar. Encaramado sobre un promontorio rocoso, de la conocida como vil.la closa (villa cerrada) destacan restos del antiguo castillo, documentado desde el siglo XI, que durante siglos jugó un papel clave en la zona para frenar las incursiones de los piratas. Tras siglos de abandono, el conjunto fue restaurado a principios del siglo XX por el multimillonario norteamericano Charles Deering con la colaboración artística del pintor Ramón Casas, quien tuvo su taller allí / © joancapdevilavallve.com

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SIURANA

Como un nido de águilas, encaramada en un peñón sobre una caída al vacío no apta para propensos al vértigo, Siurana es el pueblecito más fotogénico del Priorat. Pocos lugares en Cataluña para volver a casa con un selfie de esos que quitan el hipo. Sobre todo cuando el click lo haces desde el mirador de El Salto de la Reina Mora, el lugar donde pervive una de las leyendas más deliciosas de Costa Daurada. Y es que cuenta la tradición que fue desde este peñasco desde donde saltó, montada en su caballo blanco, la hermosa Abdelazia, la hija del gobernador sarraceno de Siurana. Un final épico, con las cimas de las montañas de Prades como testigos, antes que verse sometida al ejército cristiano que sitiaba la fortaleza en 1153 / © Shutterstock

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APLEC CASTELLER

Esto sí es un espectáculo de altura. Porque los castells, vertiginosas torres humanas que son ya una de las tradiciones catalanas más célebres a nivel mundial –la Unesco la reconoció en 2010 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad–, no dejan nunca indiferente. De ahí que, como espectador, no hay mejor modo de experimentar las emociones que sienten las colles castelleres cuando construyen con su fuerza, técnica y belleza estas impresionantes construcciones que presenciar el Concurso de Castells en Tarragona. Con la Tarraco Arena Plaça como escenario, la diada castellera más multitudinaria se celebra cada dos años (en octubre) en Tarragona. Una supernova de emoción, colorido y desbordante explosión de alegría / © joancapdevilavallve.com

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LA MUSSARA

Una atalaya única sobre el azul del Mediterráneo y el Camp de Tarragona. Esa es la tarjeta de presentación de la vertiginosa Punta de les Airasses (993 metros), sin duda, uno de esos enclaves de altura con los que agasaja la Costa Daurada. Y es que, a un paso del misterioso pueblo deshabitado de La Mussara, este risco es un balcón natural inolvidable. Para llegar hasta aquí puedes llegar en coche desde la T-704 –la carretera muere en el pueblo– o aproximarte a sus alturas desde Vilaplana mientras disfrutas de la ruta senderista conocida como el Camino de Les Tosques / © Anton Briansó Fotografía

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ERMITA MARE DE DEU DE LA ROCA

Auténticos faros en la roca. Eso es la que son la ermita de la Mare de Déu de la Roca y la capilla de Sant Ramón de Penyafort, enhiestas sobre el mar, a 294 metros de altura. Situadas en la población de Mont-roig, no es extraño que la capilla, pintada de un blanco cegador y recortada por el rojo de la montaña, fuera desde su construcción, en 1826, una referencia para los marineros que navegan por esta parte del litoral. Y tampoco sorprende que el pintor Joan Miró, prendado de su belleza, las retratara en un cuadro de juventud en 1916. Y es que lo que se otea desde sus dominios no es baladí: todo el Baix Camp a sus pies y el mar en el horizonte / © Rafael López Monné

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CATEDRAL DE TARRAGONA

Desde lo alto, 2.000 años de historia te contemplan. Eso es lo que sentirás si asciendes al campanario de la catedral de Tarragona y, desde sus 140 metros de altura, dejas vagar la mirada por la impresionante panorámica 360º sobre la ciudad. Ubicada donde se alzaba el recinto de culto en época romana, la catedral es una atalaya única para auparse sobre los siglos y visualizar con la imaginación cómo era la segunda ciudad más importante del Imperio Romano. Las alturas de la Torre del Pretorio no son nada comparadas con esta imagen a vista de pájaro. Estos y otros secretos – como el acceso al témenos, el muro que rodeaba la plaza del templo romano y que es visible detrás del claustro– los revela la catedral (catedraldetarragona.com) / © Manel Antolí - Edipress

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PRATDIP

Si fueras un dron y te aproximaras desde el cielo al pueblecito de Pratdip lo más seguro es que, sobre todo con el ocaso, cuando las sombras comienzan a oscurecer la silueta de su castillo medieval, un escalofrío recorrería tus circuitos. Y es que Pratdip es el territorio de los dips, perros vampíricos que, según la tradición, causaban el terror cuando por las noches bebían la sangre del ganado o de los hombres borrachos que caminaban solos, unas historias que el escritor Joan Perucho inmortalizó en su novela Las historias naturales. No es extraño que un monumento a la entrada de Pratdip recuerde a unos seres que, según la tradición, desaparecieron en el siglo XVIII… o no / © Shutterstock

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SIERRA DE LLABERIA

Engastada como una sortija entre las sierras de la Argentera y las de Tivissa-Vandellòs, los riscos de la Sierra de Llaberia no solo brindan algunas de las panorámicas más vertiginosas de la Costa Daurada, sino también uno de los espacios con un mayor valor paisajístico y natural. Ahí está para demostrarlo, por ejemplo, la Mola de Colldejou (921 m) elevándose sobre el Camp de Tarragona, en cuyas alturas, por cierto, sigue latiendo la leyenda del famoso bandolero Carrasclet, quien a principios del siglo XVIII convirtió estas alturas en su particular reino / © joancapdevilavallve.com

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CASTILLO MONASTERIO DE SANT MIQUEL DE L’ESCARNALBOU

Encaramado sobre una montaña con forma de cuerno de buey, desde sus 650 metros sobre el nivel del mar, este castillo monasterio ha visto pasar la historia ante sus muros. Con referencias escritas de su existencia desde el siglo XII, cuando una comunidad de agustinos fundó aquí un monasterio, ascender desde la población de Riudecanyes hasta sus alturas por la empinada carretera es todo un espectáculo. Tras la visita a la que, desde 1909, fuera residencia del diplomático Eduard Toda i Güell, nada como seguir ascendiendo para arañar el cielo desde la ermita de Santa Bàrbara. El templete, elevado a más de 700 metros sobre el mar, nace de los restos de una torre de origen romano. ¿Las vistas de la baronía? Impagables / © Anton Briansó Fotografía

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