Esta ciudad belga es acogedora y hecha a escala humana. Una urbe joven, con una fértil historia, que exhibe una cuidada colección de lugares y monumentos que antoja husmearlos. En dos días hay tiempo para verlos todos y disfrutar de los platillos de los “Cocinillas Flamencos” y de un vaso de chupito a rebosar de su típica ginebra.