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Acantilados de Moher irlanda practico

Cliffs de Moher, los acantilados irlandeses que cortan el aliento

En la costa oeste del país y en el condado de Clare se alzan estos gigantes de piedra elevados más de 200 metros sobre el océano Atlántico que, a lo largo de ocho kilómetros, causan admiración se miren como se miren. Ya sea caminando por sus alturas o vistos desde el mar, el paisaje natural es de vértigo.


Actualizado 29 de septiembre de 2017 - 13:22 CEST

Doolin es la localidad más próxima a los cliffs de Moher, un disperso pueblo de la costa oeste irlandesa pero perfecto como centro de operaciones, porque tiene algunos hoteles, B&B, tiendas, varios pubs que cada noche se llenan de música irlandesa en vivo mientras se disfruta de una pinta y un puerto, a un par de kilómetros andando, desde el que parten los barcos que recorren los acantilados por el mar y también algunos ferry que llevan hacia las islas Aran.

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Vista aérea de la costa de los acantilados de Moher / Foto: Chris Hill.

ANTES DE LA VISITA
En Irlanda el tiempo es imprevisible y cambiante y elegir un día despejado puede no ser tarea fácil, por eso es importante estar atento a la predicción meteorológica (beta.windguru.cz/station/306 y met.ie). Si aparece la bruma esta puede tapar completamente los acantilados y no dejar ver el espectáculo que regalan estos entrantes y salientes del mar en la pared rocosa de la línea de costa. Si ha llovido el camino que los bordea puede estar embarrado y si son fuertes los vientos y el oleaje la visita en barco puede no realizarse.

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Los acantilados se suceden a lo largo de ocho kilómetros.

EL APARCAMIENTO
Si se ha optado por alquilar un coche y no contratar la excursión desde ciudades como Galway, a hora y media, Limerick, a una hora y cuarto, o Dublín, a algo más de tres horas, desde Doolin hay que enfilar por una carretera (R478) que en unos diez minutos lleva hasta el aparcamiento de los acantilados. El coste de este está incluido si se reservan con antelación las entradas. Un par de kilómetros más allá, también hay otro estacionamiento regulado que tiene un precio de 5 € por vehículo.

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Los entrantes y salientes de la costa son hogar de miles de aves / Foto: Valerie O'Sullivan.

LA VISITA
El recorrido por los acantilados de Moher se hace por libre, pero si se ha reservado antes la visita (cliffsofmoher.ie), la entrada, que tiene un precio de 6 € (gratuita para menores de 16 años), incluye, además del aparcamiento, el acceso al vanguardista centro de interpretación, donde se ofrece información al visitante y una exposición sobre el lugar. Una verdadera clase de geología que luego, sobre el terreno, se podrá vivir caminando por los senderos que recorren los acantilados, hogar de miles de aves. El horario de visita es de 9 hasta la caída del sol. Junto al centro también hay cafeterías y tiendas de regalos y artesanía.

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La torre O'Brien al atardecer / Foto: Niall Cosgrove.

TORRE O’BRIEN
En el punto más alto de esta senda costera se levanta una pequeña torre mandada levantar por el terrateniente Cornelius O’Brien para disfrutar de las panorámicas. Hoy es un excelente mirador (a la que se puede subir, con horario) para contemplar, en la distancia, las remotas islas Aran flotando en las aguas de la bahía de Galway o Aileens, la ola gigante de hasta 15 metros que se forma a los pies de los acantilados.

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A pie por el sendero de la costa / Foto: Chris Hill.

LOS SENDEROS
Caminar por este pasmoso y novelesco atrezzo natural de paredes rocosas de 200 metros de altura precipitándose sobre el mar exige tomar sus precauciones porque aunque en algunos tramos el sendero es amplio y está protegido por un muro de piedra o una valla, sobre todo en el que que discurre entre el centro de interpretación y la torre O ‘Brien, en otros se estrecha y exige mayor atención, especialmente los que sufren de vértigo, porque se asoma peligrosamente al vacío. A favor, el sendero no tiene grandes desniveles.

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Caminando por el sendero costero / Foto: Carsten Krieger.

Un pequeño paseo en torno a la torre no exige ningún esfuerzo, tan solo un zapato cómodo, pero si de lo que se trata de de volver andando a Doolin y recorrer la gran parte del sendero junto al mar, este será mayor y también las precauciones. Eso sí, también mayor el regalo para la vista y el oído, porque desde el borde del acantilado se puede oír cómo rompen las olas al chocar contra la roca. En el camino, un sinfín de nuevas panorámicas que disfrutar, caballos que salen al paso y ya, más cerca del pueblo, observar próximo el castillo de Doonagore, una casa-torre del siglo XVI con un pequeño recinto amurallado alrededor.

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Pasajeros contemplando desde el barco la roca Great Raven / Foto: Simon Crowe.

DESDE EL MAR
Si el tiempo lo permite, una vez vistos los acantilados desde arriba, hay que ademirarlos desde el mar. Varias veces al día, dependiendo de la temporada, salen barcos desde el puerto de Doolin –como los de Doolin2Aran (doolin2aranferries.com)– que realizan paseos de una hora de duración (10-15 €). Sentirse pequeño antes los descomunales acantilados verticales, observar a los frailecillos (puffins) que habitan en sus rocas y pasar por la roca Great Raven son experiencias que solo se viven desde el mar.

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Una perspectiva diferente es observar los acantilados desde el mar / Foto: Turismo de Irlanda.

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