A lo largo de varias semanas entre la primavera y el verano, la luz del sol no llega a desvanecerse del todo en esta ciudad mandada construir de la nada por el zar Pedro I el Grande. Hasta la primera quincena de julio, su entramado de islas, canales y palacios sobre el delta de la desembocadura del río Neva luce más aristocrático y animado que nunca.