Géisers, glaciares, cascadas, campos de nieve… Islandia –la tierra de hielo, como ya de entrada advierte su nombre– atesora un soberano muestrario de cuantas expresiones posibles tiene el agua. De entre todas ellas, pocas proporcionan un placer comparable al de sumergirse cuando el frío arrecia en las aguas termales de su Laguna Azul.