No hay en toda Europa un escenario más despampanante para navegar que la costa de Croacia. Saltando de una isla a otra por un mar de transparencias casi caribeñas, sin construcciones que dañen a la vista, y regresando a puerto cada noche para cenar en algún pueblito lleno de encanto tras una jornada por roquedos y calas salvajes que ni en pleno verano conocen la masificación.