Donde Oporto mira por última vez al Duero y se regala al Atlántico, en esa curva que deja atrás las famosas vistas de la ciudad, se adivina una de sus zonas más de moda: Foz do Douro. El río desemboca su recorrido de 900 kilómetros en el barrio al que le da su nombre, uno de esos a los que no llega el metro y en los que la gente aún dice "voy a Oporto" para referirse al centro. El pueblo independiente de São João da Foz do Douro pasó a formar parte de la ciudad invicta en el siglo XIX, aunque el escudo de su freguesía delata su pasado.
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Pronto, el antiguo pueblo de pescadores no fue ajeno a la costumbre de veranear junto al mar que se había extendido por Europa. "Ir a los baños" ganó tanta fama que la comunidad británica, asentada en la ciudad gracias al comercio del vino, se sumó a la moda y comenzó a construir sus opulentas casas en el lugar, junto a las de otras personas influyentes y acomodadas. En pocos años, Foz do Douro pasó de tener cuatro o cinco negocios a llenarse de pubs, discotecas, cafés y posadas donde comer, tomar un refresco o bailar por las noches.
La construcción de dos vías de ferrocarril desde el núcleo de la ciudad hasta esta zona democratizó la playa en cierto modo. Y es con dos de ellas que hoy en día aún se puede llegar a la desembocadura: la nº1 y la nº18. Aunque los más prácticos quizá prefieran llegar en la línea 500 de autobús, el romántico traqueteo del tranvía, que transita entre el río y los barrios de Miragaia, Massarelos y Lordelo do Ouro, se recomienda vivirlo al menos una vez. Consejo: bajarse una parada antes del final para admirar los últimos coletazos del río entre pequeñas casas, restaurantes y marineros remendando sus redes.
Antes de llegar al parque en el que se abandona el río y se saluda al Atlántico, hay una pequeña joya en un corto espigón. Se trata de la capilla-faro de São Miguel-o-Anjo, uno de los más antiguos de Portugal. En pie desde el siglo XVI, a su lado puede verse una curiosa caseta: la de un mareógrafo que, a pesar de estar ya en desuso, muestra la importancia del control de las aguas en este punto del río.
DESPIDIENDO AL RÍO
Aquí es donde da comienzo el Jardim do Passeio Alegre, una bonita zona verde que despide al Duero en su unión con el océano, repleto de caminos entre arboledas, pequeños lagos, el viejo Chalé Suiço (lugar de tertulia en el siglo XIX y ahora un bonito café) e incluso un pequeño club de minigolf para relajarse y disfrutar. Esta zona verde separa el río de una maraña de casitas bajas de pescadores entre calles imposibles por donde no se sabe cómo los vecinos hacen pasar los coches: la Foz Velha.
De las ventanas abiertas sale el ruido del trajín familiar de quien cocina; los tendederos rebosan de ropa, y las señoras reciben a las visitas con delantales tan coloridos como los azulejos que revisten las fachadas de algunas casas. En este reducto tradicional, se puede disfrutar de restaurantes deliciosos, como Casa da Pasto da Palmeira (@casadepastodapalmeira), junto a la diminuta capilla de Nossa Senhora da Lapa, o ascender hasta la iglesia de São João Baptista da Foz do Douro, que comparte plaza con uno de los restaurantes de sushi más frecuentados por los locales.
Al final de este entramado de viviendas y de la zona verde del jardín, se reúnen varias de las fotos más míticas de este barrio. Tras el curioso edificio circular que antiguamente fue un sanatorio, se encuentra un largo malecón de 400 metros coronado al fondo por el Farolim da Barra do Douro. Protegiendo la entrada del estuario del río y gobernado por las gaviotas y algún que otro pescador, este espigón tiene una pequeña copia a su lado, más corta, pero más espectacular.
Al fondo de ese corto paseo, el Farol de Felgueiras, que ahora solo emite avisos sonoros, devuelve una de las imágenes más evocadoras de Foz do Douro cuando las olas chocan contra la roca, creando grandes saltos de agua y espuma cuando la mar está más movida. Entre ambos, un arenal que podría pasar desapercibido, la Playa das Pastoras, pero una buena opción para quienes quieran resguardarse del viento del Atlántico para tomar el sol a unos metros del paseo.
DE LO DEFENSIVO A LO VACACIONAL
En la curva del paseo Avenida Dom Carlos I, cuando deja de ser paralelo al río y se convierte en acompañante del Atlántico, se encuentra el fuerte de São João Baptista da Foz, con vistas a la playa do Carneiro. Los ingleses, que un día fueron piratas antes que comerciantes y turistas en esta ciudad, propiciaron la construcción de una fortaleza para defenderse de sus ataques en el siglo XVI. En su interior, además de la primera iglesia renacentista construida en Portugal, se encontraba el Palacio de Miguel da Silva, aunque ahora de aquello queda poco o nada tras varias remodelaciones.
La costa atlántica comienza a tomar aquí su máximo esplendor. La playa do Ourigo se separa por grandes rocas de la de los Ingleses, con el faro da Senhora da Luz vigilándola tras de sí en una pequeña elevación. Alrededor de esta se comienzan a ver las casas que levantaron aquellos acaudalados portugueses y extranjeros que empezaron a veranear en el mar justo en esta zona de Oporto. Las familias de clase alta construían sus viviendas palaciegas de cara al Atlántico, con sus toques neoclásicos, románticos y art nouveau que rebosaban en molduras, ventanales, cerámicas y forjados.
La Pérgola da Foz, con un estilo neoclásico y más de un siglo de historia, ofrece algunos de los atardeceres más bonitos de este rincón del mundo
Prueba de que este barrio de pescadores pronto se convirtió en un lugar de vacaciones es la Avenida Senhora da Luz, que hoy en día sigue teniendo las mejores boutiques de firmas locales y artesanía, además de un mítico establecimiento, la confitería Tavi (tavi.pt), con casi un siglo de vida, donde las crepes saladas y los Pastéis de Chaves son toda una delicia de culto en el barrio. Si nos adentramos en este, alejándonos del océano, aparece el Mercado da Foz do Douro, otro reducto tradicional entre casas de estilo y zonas ajardinadas que conecta al visitante con la vida local.
En la confluencia de la calle más comercial de Foz con la carretera que bordea la costa en la que aparece la playa da Luz, con su Jardim dos Ingleses, nace la Avenida do Brasil. Aquí comienzan a verse los comercios más chic y dirigidos al visitante, como la pastelería francesa de Mademoiselle (mademoiselle_porto) o el mítico pub Bonaparte. Este es el lugar de inicio del Paseo Geológico da Foz, salpicado de paneles en los que se explica la formación de las rocas costeras de la zona, que dividen de forma natural los arenales.
UN OCÉANO DE POSIBILIDADES
Foz do Douro se estira aquí hasta su unión con el municipio de Matosinhos en un desfile de playas, cada una con su particularidad. La playa da Gondarém, de las más tranquilas del lugar, deja paso a la do Molhe, quizá una de las más famosas por sus formaciones y su muelle, que permite acercarse más a ellas. En el paseo, la Pérgola da Foz, con un estilo neoclásico y más de un siglo de historia, recoge algunos de los atardeceres más bonitos de este rincón del mundo.
Sin embargo, quienes quieran seguir admirando la riqueza geológica del lugar, se pueden acercar a la playa do Homem do Leme, conocida no solo por estar frente al lujoso Vila Foz Hotel & Spa, con sus deliciosos restaurantes y su arquitectura afrancesada, sino también por el Passadiço das Ondas que se ubica en su parte norte, una pasarela que discurre sobre las rocas, paralela a los Jardins da Avenida de Montevideu, y que desemboca en la playa del Forte de São Francisco Xavier, la fortaleza que muchos conocen como "el castillo del queso" por los agujeros que presenta la roca bajo sus cimientos. La construcción, del siglo XVII, contiene no solo un museo de objetos militares donde se cuenta la historia de la defensa marítima de Oporto, sino también un mirador excepcional sobre el litoral portuense.
Aunque este sea el límite con Matosinhos, el encanto de Foz do Douro no acaba aquí. El visitante puede explorar sin titubear entre las calles que se alejan de la costa para admirar las grandes casas, las instituciones de renombre y las construcciones que se alzan en la suave colina que mira al Atlántico. También perderse entre sus calles, sus pequeños cafés y sus restaurantes de alta cocina, como In Diferente (indiferente.pt) o Cafeina (cafeina.pt), buscar los rincones más recónditos, adentrarse en el Parque da Cidade do Porto (el parque urbano más grande de Portugal) o volver al centro por la larga Avenida da Boavista, no sin antes hacer una parada en el imperdible Parque e Jardim da Fundação Serralves.