Otros ríos, la mayoría, nacen sin pena ni gloria en un manantial a ras de suelo, con una fuente y un letrero. Al que ahora nos referimos, el llamado río Mundo, que tiene un nombre tremendo, lo hace en un lugar acorde con su bautismo: un anfiteatro calcáreo de 300 metros de altura de la sierra del Segura, por el que baja formando varias cascadas –la mayor, de 80 metros– y remansándose en pozas que los vecinos llaman calderetas. Hablando de calderetas: zamparse una de cordero segureño después de andar todo el día arriba y abajo admirando cómo nace el Mundo, es otro plan acorde, tremendo. Tras semanas de nieves y lluvias copiosas, como han sido las últimas, el caudal del Mundo llega a multiplicarse hasta por mil –100.000 litros por segundo–. Es el famoso Reventón, un estallido de agua que hace que las cascadas de otros ríos, la mayoría, parezcan chorros de meoncillos.
Te contamos todo lo que necesitas saber para visitar este río, su famoso estallido y, además, su precioso entorno:
EL CAMINO FACILÓN, EL COMPLICADO Y EL MÁS DIFÍCIL TODAVÍA
- A ocho kilómetros al sur de Riópar, se encuentra el aparcamiento de Los Chorros, donde hay servicios, un centro de interpretación de la naturaleza y un sendero facilón y bien marcado de menos de un kilómetro que lleva hasta las pasarelas y los miradores del nacimiento.
- Si el estacionamiento está lleno –solo caben un centenar de coches y media docena de autobuses–, toca hacer cola o dirigirse al puerto del Arenal –a 3,5 kilómetros de Los Chorros y 6,3 de Riópar–, donde arranca otro sendero bien señalizado que conduce hasta el nacimiento. Aquí la ruta se complica, porque son cuatro kilómetros de ida y otros tantos de vuelta –tres horas largas en total– y porque se acumula en las piernas un desnivel de 400 metros.
- Existe una tercera opción para los que tienen mucho tiempo y ganas de andar: olvidarse del coche y caminar desde Riópar. Para eso hay un circuito de 15 kilómetros –cuatro horas sin parar– que se aleja en busca del nacimiento por los pinares que rodean el pueblo y por el valle del arroyo de Roblellano.
ACTIVIDAD ‘ESPELEOEXCLUSIVA’ EN LA CUEVA DE LOS CHORROS
¿Se puede complicar más la visita? Sí, se puede, dejándose de sendas señalizadas y de miradores para turistas y subiendo con casco, cuerda y arnés a la cueva de Los Chorros, por la que el Mundo viene al mundo –valga la redundancia– llenando el paisaje de chorros blancos, como si alguien allá arriba hubiese descorchado una botella gigante de champán. O de espumoso, que es lo que se produce en Albacete. Pero solo lo pueden hacer federados en montañismo o espeleología y grupos guiados por empresas autorizadas, como Mundo Aventura Riópar (mundoaventurariopar.com). Con no menos de diez días de antelación se debe pedir una autorización, que solo se concede a un grupo de siete personas cada jornada. Más exclusiva no puede ser la experiencia. Ni más exigente. Solo la subida hasta la boca es una trepa de una hora y media por pendientes que imponen, de hasta el 60% de desnivel. Y adentrarse en la cueva más de 150 metros, una temeridad si no se hace con el equipo adecuado y con un guía experto. Por una abertura de 15 metros de alto y 25 de ancho –la que usa el Mundo para salir a chorro– se entra en una cavidad que es la octava de mayor recorrido horizontal de España, con más de 50 kilómetros de galerías exploradas y seguramente el doble sin explorar. La subida deja sin aliento. Lo que se ve desde arriba, sin palabras. Y lo que se descubre dentro, sin todo lo anterior y sin 50 euros, que es lo que cuesta esta aventura de cuatro horas.
NO HAY UN RIÓPAR: HAY UN PAR DE ELLOS
Riópar es un buen nombre para la población en cuyo término nace el Mundo, porque es la madre de un río y porque no es un solo pueblo, sino un par. El Riópar nuevo, o Riópar a secas, es el núcleo urbano que durante mucho tiempo se conoció como Fábricas de San Juan de Alcaraz debido a la instalación, en 1772, de una industria de zinc y latón, la primera de España y una de las más importantes de Europa. La gente bajaba desde el otro Riópar, el viejo, a trabajar en la fábrica y, poco a poco, se fue estableciendo alrededor de ésta, creando el nuevo núcleo de población y abandonando el antiguo. A cinco kilómetros de Riópar, en lo alto de un cerro calcáreo, yacen las ruinas del castillo de Riópar Viejo y, a sus pies, junto a la iglesia del Espíritu Santo –del siglo XV–, se arraciman las casas de piedra de esta encantadora villa medieval. Además de mucha paz, hay muchas vistas, las mejores de la sierra del Segura, pues desde los miradores de la aldea se ven desde la cercana Peña Leal (1.279 metros) hasta el Pico Argel (1.699 metros), el más alto de los que rodean el nacimiento del río Mundo.
SENDERISMO ILUSTRADO EN LAS REALES FÁBRICAS
Una parada obligada en Riópar –el nuevo– son aquellas Reales Fábricas de San Juan de Alcaraz que, tras su cierre en 1996 y posterior rehabilitación en 2001, muestran hoy en un museo sus dos siglos largos de historia mediante una importante colección de piezas de bronce y latón, moldes y maquinaria de los siglos XIX y XX. Se puede visitar solo el museo, examinando por libre sus siete salas, o se puede dar un paseo guiado de una hora y media por todo el complejo, rodeados de árboles, agua y montañas. Si elegimos esta segunda opción, comenzaremos el itinerario en la casa del fundador de las Reales Fábricas, Juan Jorge Graubner, y recorreremos la colonia obrera que dio origen a Riópar: talleres, viviendas y centrales eléctricas a lo largo del Caz Cortés, el canal que alimentó, movió e iluminó todo, una admirable obra hidráulica de la Ilustración. Después de empaparnos de la epopeya de la Revolución Industrial, accederemos al museo, fábrica reconvertida que concentró la última actividad hasta 1996, donde conoceremos los secretos de la fundición, el mecanizado y el acabado de piezas de bronce y latón. Hay paseos guiados todos los sábados y domingos a las 11.00, debiendo contratarse con antelación en la Oficina de Turismo de Riópar (tel. 967 43 52 30), que está allí mismo, en el museo. Si se reserva con tiempo, se puede concertar además una visita para admirar el trabajo de los últimos maestros de la fundición tradicional.