En primavera, la provincia de Huesca, con su imponente paisaje montañoso, sus pueblos medievales y sus rutas de senderismo, se convierte en una sinfonía de color y vida, donde naturaleza y patrimonio histórico se funden en escenarios que parecen sacados de otro tiempo. Prepárate para descubrir cinco lugares inolvidables, perfectos para dejarse sorprender en esta época del año.

1. RODA DE ISÁBENA, LA CATEDRAL QUE CABE EN UN SUSPIRO
Aunque suene a tópico, Roda de Isábena es un pueblo que parece detenido en el tiempo. Con apenas 30 habitantes, puede presumir de ser la localidad más pequeña de España que cuenta con una catedral, aunque hoy en día el templo ya no funcione como tal. Este rincón de la provincia aragonesa fue en otros tiempos fortaleza defensiva romana, residencia de los condes de Ribagorza y sede episcopal, así que su legado histórico y artístico es enorme para sus reducidas dimensiones. No hay duda alguna: la excatedral de San Vicente Mártir es el corazón del pueblo. Construida en el siglo XI, es una joya del románico aragonés que sorprende por su riqueza artística.

En su interior, la cripta central alberga el sarcófago de San Ramón, una obra maestra de la escultura medieval que narra escenas del Nuevo Testamento con una delicadeza excepcional. Las pinturas murales del ábside, del siglo XIII, son otro tesoro, con sus vibrantes colores y su representación del Pantocrátor, los meses del año y los signos zodiacales correspondientes. El claustro, aunque pequeño, es un remanso de paz. Sus capiteles esculpidos con motivos vegetales y animales e inscripciones latinas, invitan a la contemplación. Otra pieza imprescindible es la silla de San Ramón, una obra tallada del siglo IX que fue robada en los años 70 por Erik el Belga y por suerte recuperada años después, convirtiéndose en un símbolo de la resistencia cultural de Roda.

Pero Roda no es solo su catedral. Pasear por sus calles empedradas es como viajar al Medievo: la muralla, de la que se conservan algunos tramos, el portal de acceso y el palacio prioral, del siglo XVI, completan un escenario de cuento. Para reponer fuerzas, el Mesón del Isábena (laposadadelisabena.es) ofrece platos tradicionales con carnes de cordero, ternera o longaniza de la cercana Graus, mientras que la Hospedería de Isábena (hospederiasdearagon.com), cuyo restaurante se ubica en el antiguo refectorio de los canónigos, junto al claustro de la catedral, te permite dormir entre siglos de historia, con diez habitaciones tan confortables que habrían hecho llorar de emoción a los religiosos.

2. SANTA MARÍA DE OBARRA: EL MONASTERIO QUE MIRA A LAS ESTRELLAS
A pocos kilómetros de Roda de Isábena, en un pequeño valle solitario y rodeado de naturaleza, se encuentra el monasterio de Santa María de Obarra. Fundado en el siglo IX, este conjunto monástico es uno de los mejores ejemplos del románico lombardo en Aragón y un lugar donde el silencio y la espiritualidad se funden con el entorno.
El monasterio está formado por tres edificios de piedra que parecen brotar del mismo paisaje: la basílica de Santa María, la iglesia de San Pablo y el antiguo palacio abacial. La basílica de Santa María, consagrada en el siglo XI, destaca por su ábside semicircular decorado con arcos ciegos y su interior sobrio pero elegante. De muros rítmicamente decorados con arcos lombardos, la basílica se recorta sobre el telón de fondo de una peña escarpada, en un rincón que sedujo a los monjes por su tranquilidad y sus condiciones ideales para contemplar las estrellas, pues los religiosos de este cenobio solían contemplar los astros para calcular los calendarios litúrgicos. La capilla de San Pablo, más pequeña, sencilla y antigua, es una joya oculta que parece sacada de un cuento, con su portada decorada con crismón y su atmósfera íntima.

El entorno de Obarra es ideal para los amantes del senderismo y la naturaleza. El camino a Beranuy es una ruta de dificultad moderada y muy bonita, de poco más de 6 kilómetros.
Obarra es también un lugar para desconectar. El sonido del río, el canto de los pájaros y la brisa entre los árboles crean una atmósfera mágica, especialmente al atardecer, cuando la luz dorada ilumina las piedras del monasterio. Visto desde el sendero cercano, el conjunto monástico parece flotar entre prados verdes y montañas que lo abrazan, como si el tiempo se hubiese detenido solo para él.

3. AÍNSA, ENTRE MONTAÑAS Y LEYENDA
Considerado uno de los pueblos más bellos de España, Aínsa es un tesoro medieval ubicado estratégicamente entre tres parques naturales: Ordesa y Monte Perdido, Posets-Maladeta y la Sierra y Cañones de Guara. Su casco histórico, de piedra y alma medieval, conserva intacta su plaza Mayor del siglo XII, un espacio porticado rodeado de arcos de medio punto románicos y balcones floridos donde aún resuenan las antiguas ferias y mercados tradicionales que se celebraban en ella.
El castillo que corona el conjunto, con su torre del homenaje del siglo XI, alberga un mirador desde el que se contempla una de las vistas más sobrecogedoras del Pirineo: la imponente silueta de la Peña Montañesa recortándose sobre un valle de verdes infinitos. Al atardecer, el paisaje se tiñe de ocres y azules, y el tiempo parece detenerse sobre los tejados de la villa.
Pasear por sus callejuelas empedradas –estrechas, sinuosas, salpicadas de tiendas de artesanía y casas con escudos nobiliarios— es como sumergirse en un decorado vivo. Cada esquina revela una historia y cada piedra parece custodiar siglos de memoria.

Desde lo alto, se puede divisar la confluencia de los ríos Cinca y Ara, una encrucijada natural que convirtió a Aínsa en un lugar estratégico durante siglos. La iglesia de Santa María, sobria y majestuosa, guarda en su interior siglos de historia y fe. Y a las afueras, la Cruz Cubierta recuerda la legendaria batalla de la Reconquista, cuando, según la tradición, una cruz de fuego apareció sobre una carrasca para guiar a las tropas cristianas.
Aínsa es también punto de partida ideal para rutas de senderismo y excursiones, como la que conduce a la ermita de la Virgen de los Palacios, el Morillo de Tou, o la ermita de Santa Ana. Además, su agenda cultural es vibrante todo el año, con festivales de música, ferias medievales, exposiciones…, y tampoco faltan establecimientos donde disfrutar de la buena gastronomía: en el restaurante Callizo (restaruantecallizo.es), en la misma plaza Mayor y con una estrella Michelin, los chefs Josetxo Souto y Ramón Aso ofrecen dos menús degustación innovadores y de altos vuelos, basados en el producto local.

4. PARQUE NACIONAL DE ORDESA, EL REINO DE LOS TRESMILES
El Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido es uno de los espacios naturales más espectaculares de la Península (suma más de 20 cimas que superan los tres mil metros), y en primavera, su belleza alcanza su máximo esplendor. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, este parque combina imponentes cumbres, como el Monte Perdido (3348 m), con valles glaciares, cascadas y bosques frondosos.
La ruta más famosa es el sendero de Soaso, que recorre el valle de Ordesa hasta la cascada de la Cola de Caballo, que se precipita desde la roca como una cinta de agua viva que rompe el silencio pirenaico. Es un lugar que invita a sentarse y contemplar las paredes montañosas aún moteadas de nieve en primavera.
Este itinerario, de 16,5 kilómetros (ida y vuelta), es accesible para familias y ofrece paisajes de ensueño: hayedos centenarios, puentes de madera sobre el río Arazas y las Gradas de Soaso, una serie de saltos de agua escalonados que parecen tallados por gigantes.

Caminando entre hayedos y claros de bosque, el sendero se convierte en una experiencia sensorial: los rayos de sol se filtran entre las ramas, los troncos centenarios parecen susurrar historias, y el silencio apenas se ve interrumpido por el rumor del río.

Para los más aventureros, la Faja de Pelay es una opción inolvidable. Esta senda de 22 kilómetros, tallada en la roca a media altura, regala vistas increíbles del valle y requiere cierto esfuerzo, pero la recompensa es una panorámica única. Otro imprescindible es el cañón de Añisclo, un desfiladero labrado por el río Bellós donde las paredes rocosas se elevan hasta las alturas.
El pueblo de Torla, puerta de entrada al parque, es el lugar perfecto para descansar después de una jornada de senderismo. Sus casas de piedra, sus chimeneas tradicionales y su ambiente acogedor lo convierten en un rincón con mucho encanto.

5. PASARELAS DE MONTFALCÓ: AVENTURA EN VERTICAL
Para quienes buscan emociones fuertes, las pasarelas de Montfalcó ofrecen una experiencia de vértigo en plena naturaleza. Esta ruta única conecta el albergue de Montfalcó, en la provincia de Huesca, con el congosto de Mont-Rebei, que enlaza ya con tierras leridanas. El recorrido tiene una longitud de 8,6 km (solo ida) y salva un desnivel de unos 600 metros, atravesando puentes colgantes, sendas forestales y escaleras metálicas literalmente ancladas en paredes verticales de roca.
Las pasarelas de madera, suspendidas sobre el vacío y encajadas en las laderas del embalse de Canelles, permiten avanzar por zonas que antes eran inaccesibles. El tramo más icónico es el de las escaleras de Montfalcó, dos espectaculares estructuras que descienden en zigzag por un farallón calcáreo, como un camino imposible colgado del abismo, ofreciendo vistas sobrecogedoras del cañón. Se requiere buena forma física y ausencia de vértigo, pero no conocimientos técnicos: es una ruta de senderismo, no de escalada.
El itinerario termina en el puente colgante del congosto de Siegué, de 83 metros de longitud y suspendido a 35 metros sobre el río Noguera Ribagorzana. Este paso permite cruzar a Cataluña y continuar la ruta por el congosto de Mont-Rebei, uno de los desfiladeros más espectaculares del Prepirineo. La ruta culmina en el aparcamiento de La Masieta, por lo que si regresamos al punto de partida el recorrido alcanza los 17 kilómetros, aunque también se puede reservar un servicio de taxi que nos lleve al inicio de la ruta para recoger nuestro vehículo.

Muy cerca, otro enclave natural impresiona por su singularidad: la llamada Muralla China de Finestres o Roques de la Villa, en el término municipal de Viacamp. Se trata de una alineación de estratos rocosos verticales que emergen del terreno como si fueran los restos de una fortaleza o el lomo de un dragón. En lo alto, dominando el embalse de Canelles, se hallan las ruinas de dos ermitas medievales: San Vicente y San Marcos. Lo ideal es comenzar la ruta desde el pueblo abandonado de Finestres, para cubrir los escasos tres kilómetros y medio de recorrido que conducen a este curioso capricho geológico.
Ambos enclaves —Montfalcó y Finestres— son ideales para quienes buscan paisajes grandiosos, caminatas exigentes y la sensación de haber llegado al fin del mundo.