El paseo es un arte que, en Ostende, se debe cultivar a conciencia. Porque si viajamos hasta esta ciudad flamenca que presume de contar con la zona costera más amplia de toda Bélgica, es para sacar provecho. Por eso, esta escapada comienza así: con calzado cómodo mientras recorremos algunos de los ocho kilómetros por los que se despliegan sus extensos arenales frente al mar del Norte. Por algo se conoce a Ostende como 'La reina de las playas de Bélgica'. Y, sinceramente, no se nos ocurre paisaje más espléndido para un primer contacto con la ciudad.
Es en este mar, precisamente, donde se continúa desarrollando una tradición con varios siglos de historia que es parte de la idiosincrasia y esencia del lugar: la pesca del camarón a caballo. Por eso no es difícil que, determinados días del año, y a determinadas horas, nos encontremos con curiosos agolpándose en torno a los pescadores que descargan lo capturado en sus redes en la orilla. Camarones, muchos, pero también cangrejos, pececillos o alguna que otra almeja que, rápidamente, vuelve a ser entregada al mar.
Verles en pena faena, enfundados en sus chubasqueros amarillos mientras avanzan contra las olas a lomos de sus caballos, es un espectáculo incomparable. Aunque lo mejor, eso sí, es dar buena cuenta del sabor de esos manjares sentados en la mesa de algún restaurante de la ciudad.
Reminiscencias de tiempos pasados
Aunque la presentación nos haya hecho la boca agua, la curiosidad nos lleva a seguir explorando las calles de la urbe antes de entregarnos a sus bondades gastronómicas. Porque es Ostende una ciudad que se aleja mucho de sus vecinas Brujas o Gante, que definen lo que todos imaginamos cuando hablamos de la región belga de Flandes: aquí no hay canales ni vetustas iglesias, nos olvidamos de sus históricos edificios y de sus puentes colmados de encanto.
Ostende es una ciudad moderna y cosmopolita, repleta de edificios belle époque que nos hablan de un tiempo en el que la aristocracia europea viajaba hasta aquí para pasar sus días de verano.
El culpable de aquello fue el rey Leopoldo I, que se construyó un chalé sobre una de las dunas de arena frente al mar. Él fue el que promovió que Ostende quedara conectada de manera directa, vía tren, con Bruselas, además de por mar con Dover, convirtiéndola así en un destino adorado de manera internacional. El toque final llegaría más tarde, en 1905 y ya con Leopoldo II, que fue quien transformó Ostende en la ciudad balneario por excelencia al mandar construir nuevos y modernos edificios como el Casino Kursaal Ostend, el Hipódromo Wellington, el teatro de la ciudad o las Galerías Reales.
Otro de esos icónicos edificios lo encontramos, precisamente, frente a la costa. Se trata del Palacio Termal, un imponente edificio de estilo art déco que abrió en 1933 y que, además de un lujoso hotel, contaba con inmensas piscinas y salas de masajes, baños de lodo y baños turcos. Un lugar perfecto que combinaba agua mineral y agua del mar dando forma a ese spa diferencial en el que dejarse mimar y rejuvenecer. Hoy día, tras una época en declive y su posterior restauración, mantiene una parte en uso que alberga un hotel, el Thermae Palace.
Con el arte por bandera
James Ensor es, no hay duda, el personaje más vinculado al nombre de Ostende, y solo hay que darse una vuelta por la ciudad para comprobarlo. Pero si existe una manera de indagar en su historia, es visitando la casa en la que habitó durante los últimos 30 años de su vida, que se mantiene prácticamente intacta. Ensor fue un pintor belga que participó en los movimientos de vanguardia de comienzos del siglo XX con una obra enmarcada en el expresionismo y el surrealismo. Su domicilio, anexo a la tienda de recuerdos que sus padres regentaban, y en la que se vendían objetos de lo más extravagantes —como máscaras de carnaval, que estuvieron muy presentes en sus creaciones— es hoy un museo interactivo en el que aprender todos los matices sobre su vida, tanto personal como laboral. Más de 850 obras repletas de color y de llamativas escenas avalan su prolífica carrera. Una historia que podemos continuar conociendo, también, por las calles de Ostende: existe una audioguía con la que seguir una ruta guiada acompañado por el mismísimo Ensor.
Pero el arte asoma en cada vuelta de esquina en esta ciudad flamenca. Y lo hace de manera literal: desde hace años, el festival bautizado como The Crystal Ship reúne en Ostende a lo más granado del arte urbano del mundo para dejar su impronta a lo largo y ancho de sus calles. Un evento de lo más especial que invita a recorrer sus diferentes vías y alrededores con los ojos bien abiertos, ya que, allí donde menos se espera, aparece un inmenso mural o una instalación artística. Gracias a grandes nombres de la escena tanto nacional como internacional como Elisa Capdevila, Ricky Lee Gordon, Leon Keer, Sebas Velasco o las curiosas miniaturas del belga Jaune, hoy más de 80 obras pueblan los lugares públicos de Ostende, una ciudad de lo más inspiradora.
Tanto es así, que —¡sorpresa!—, incluso fue musa de uno de los grandes músicos de soul de la historia. Porque por aquí pasó, huyendo de una vida no del todo saludable en su Estados Unidos natal, Marvin Gaye. El norteamericano arribó a Ostende en 1981 para desconectar durante una época y se instaló nada menos que dos años en la ciudad belga. Tanto le ayudó, que incluso compuso aquí uno de sus temas más emblemáticos, Sexual Healing, que nos sirve de banda sonora al paseo mientras enfilamos el camino hacia algunos de sus restaurantes. ¡Es hora de comer!
Los sabores de Ostende
Que el mar es la despensa más importante para los ciudadanos de Ostende no es ninguna sorpresa. Está claro que, siendo la urbe costera que es, los pescados y mariscos colman las neveras de hogares y restaurantes. Para comprobarlo solo hay que pasarse por el Vistrap, nombre que recibe el mercado de pescado al aire libre que, ubicado a pie de puerto desde que abriera sus puertas por vez primera en el siglo XIX, despliega en sus puestos un buen ejemplo del género que se trabaja por estos lares.
Uno de sus productos más famosos es el camarón del mar del Norte, esa delicatessen con la que se elabora uno de los manjares más repetidos en la restauración de la ciudad. Puede que las más sabrosas las sirvan en Mac Moules, un moderno bistró donde, más allá de las croquetas, cocinan también mejillones preparados en diferentes estilos que son toda una tentación. También es menester catar las que preparan en el Hotel Rubens, un dos estrellas de ambiente familiar en cuyos bajos se encuentra su brasería. Con vistas a la marina, en ella preparan también esta receta tradicional, que supone un reclamo para locales y visitantes. ¿Un último bocado para completar la cata? En Brasserie Albert, ubicado en el histórico Thermae Palace Hotel. Con el estilo art déco abrazando cada rincón de su espacio, apuestan una vez más por defender los sabores locales combinándolos con la magia de ubicarse en un lugar histórico. ¿Y de postre? Pues, de postre, el mismo regalo con el que empezamos: un paseo por la costa disfrutando de la brisa marina hasta regresar al corazón de la ciudad.