El sol apenas se ha despojado de las penumbras del crepúsculo cuando el coche circula por la carretera de las salinas, muy cerca de la localidad de Poblenou del Delta, a un paso de Amposta. Durante buena parte del recorrido, a ambos lados de la carretera sólo se vislumbran campos de arroz, que, en estas fechas, están completamente secos. Un paisaje en apariencia yermo que será muy diferente en apenas unas semanas, cuando comience la siembra y estos campos estén completamente anegados con aguas del Ebro.
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De pronto, a derecha e izquierda comienzan a aparecer pequeñas lagunas y, con ellas, vemos algunas de las aves que habitan en este fabuloso humedal, el más importante de Cataluña y uno de los más destacados de todo el Mediterráneo. Pese al madrugón, el sueño se esfuma cuando, al otro lado de la ventanilla, nos sorprende una bandada de flamencos, con sus gráciles movimientos y su danza ejecutada en unas aguas que, a estas horas, reflejan ya el vibrante azul del cielo. Es la primera sorpresa que aguarda en este paraje repleto de maravillas que es el Delta del Ebro.
Un ecosistema singular
El río más caudaloso que serpentea por las tierras de España, culmina su largo viaje en el sur de la provincia de Tarragona, donde sus aguas se funden con el Mediterráneo para crear el Delta del Ebro, un santuario natural que está entre los humedales más valiosos del Mare Nostrum. Nacido hace unos 6.000 años de la paciente labor del río, que fue depositando sedimentos arrancados de los Pirineos, el Sistema Ibérico y la Cordillera Cantábrica, este paisaje de agua y tierra se extiende hoy como un lienzo vivo de 320 km² que se adentra 22 kilómetros hacia el horizonte marino. Contemplado desde las alturas –privilegio que ahora nos conceden herramientas como Google Maps– el delta revela su identidad: una elegante punta de flecha que se dibuja sobre el azul, constituyendo el tercer delta más extenso del Mediterráneo, solo superado por los del Nilo y el Ródano.
Este territorio mágico, mosaico de contrastes, entrelaza arrozales, lagunas y playas interminables, componiendo un paisaje en perpetua transformación, moldeado por el ritmo de las estaciones y la intervención humana. Durante la primavera y el verano, tras la siembra, el delta se viste con un manto de verde esmeralda que gradualmente se transforma en un tapiz dorado con la maduración de los campos. Llegado el otoño, después de la cosecha, los campos permanecen anegados durante un tiempo, convirtiéndose en santuario para miles de aves migratorias, aunque el delta es hogar permanente para otras muchas especies durante todo el año. En este rincón privilegiado, la naturaleza dicta sus propios tiempos y reinventa el paisaje con cada estación, ofreciendo al visitante estampas sublimes que nunca se repiten.
Parque Natural del Delta del Ebro
Este edén nacido de las benéficas aguas del Ebro fue reconocido como parque natural en 1983, y desde 2013 forma parte de la Reserva de la Biosfera de las Tierras del Ebro. Sus 7.736 hectáreas de humedales y marismas acogen a más de 300 especies de aves, entre las que destacan la singular gaviota de Audouin y los elegantes flamencos que pintan de rosa los atardeceres, compartiendo cielos con abubillas, majestuosos aguiluchos laguneros, águilas pescadoras–siempre atentas para capturar su próxima pieza–, cormoranes de brillante plumaje, y una sinfonía alada que parece no tener fin, y que hace las delicias de los amantes de la ornitología.
Los dominios del parque natural se extienden por las zonas que besan el Mediterráneo: la Punta de la Banya –distinguida también como Reserva Natural–; la fina barra de arena del Trabucador, que se dibuja sobre las aguas; las serenas lagunas de la Encanyissada y La Tancada, que reflejan nubes viajeras; la cautivadora Illa de Buda, anclada entre dos mundos, y la Punta del Fangar, que se adentra en el mar como una aleta de arena...
Este rico ecosistema es el refugio de multitud de especies, aunque las aves son las soberanas indiscutibles de este enclave. Entre los cientos de especies que surcan los cielos del parque natural y establecen sus nidos en sus confines, el flamenco es seguramente la más deslumbrante. En 2024, se contabilizaron más de 3.000 parejas reproductivas de estos elegantes zancudos en la Reserva Natural de la Punta de la Banya, rincón que también alberga las Salinas de la Trinidad. Esta explotación salinera, que mantiene su actividad desde hace 150 años, produce aproximadamente 90.000 toneladas de sal cada año, gran parte destinada al uso culinario como preciado producto gourmet.
Sin embargo, la actividad industrial de las salinas ha generado también un inesperado beneficio ecológico en el entramado vital del delta: «Creamos ecosistemas que de forma natural aparecerían solo excepcionalmente. Los generamos artificialmente y, lo que es más valioso, les proporcionamos estabilidad y continuidad», nos explica Manel Salvadó, gerente de Infosa, la empresa responsable de la explotación. Además de generar alimento para las aves en las balsas, los caminos trazados entre ellas se han convertido en el escenario ideal para la nidificación de las aves que pueblan el delta –hasta el 80% de ellas establecen allí sus nidos–, ya que brindan protección a los huevos y los polluelos.
En invierno la población de flamencos puede superar los 12.500 ejemplares (una cifra que se reduce en primavera y en verano), pero la zona alberga también al 85% de la población de la gaviota corsa, una especie en peligro de extinción, y también una nutrida población de anátidas y limícolas.
Las lagunas de la Encanyissada y La Tancada, en la parte sur del delta, son otros enclaves imprescindibles para los amantes de la observación de aves. En el norte, es la isla de Buda, con 1.200 hectáreas, la que resguarda a un buen número de especies. A Buda sólo se puede acceder alojándose en la masía turística que hay en su interior, pero se pueden contemplar sus dominios, y la fauna que la habita, desde los miradores del Migjorn y del Zigurat, o bien navegando en uno de los cruceros turísticos que surcan las aguas del delta.
Playas salvajes
El espléndido ecosistema del delta constituye uno de sus principales tesoros, pero no es el único. Los vastos arenales que dibujan gran parte de su geografía poseen una arena sedosa y aguas serenas que invitan al baño durante buena parte del año. Las playas del delta destacan por su extensión y su aspecto salvaje. La playa del Trabucador, probablemente la más emblemática, se despliega como una fina lengua de arena de diez kilómetros de longitud que separa la bahía de los Alfacs del abrazo del Mediterráneo. Es el lugar perfecto para contemplar la puesta de sol y observar el ballet de las aves en las lagunas. Siguiendo la costa hacia el norte, la playa del Fangar, un lienzo ondulante de dunas presidido por el faro del Fangar, imprime al paisaje un carácter singular y ofrece uno de los mejores rincones para los senderistas, pues sólo se puede acceder a ella a pie.
La playa de Riumar, ubicada en las inmediaciones de la desembocadura del Ebro, es el escenario perfecto para los entusiastas de los deportes acuáticos. En este privilegiado enclave, el kitesurf y el windsurf encuentran condiciones ideales para desplegar sus coloridas velas y deslizarse sobre aguas cristalinas de escasa profundidad. Y para quienes buscan una experiencia de serenidad absoluta, ningún lugar supera a la playa de los Eucaliptos que, con sus seis kilómetros de arena fina y su aspecto virgen, constituye un auténtico santuario de paz en el corazón del delta.
Otras formas de descubrir el delta
El delta despliega un abanico de experiencias para descubrir sus múltiples tesoros. Las travesías en barco permiten navegar por las bahías del Fangar y los Alfacs para llegar a las mejilloneras, donde establecimientos como Musclarium ( musclarium.com ) o Mirador Badia ( miradorbadia.com ) ofrecen degustaciones de marisco recién extraído del mar. Para los viajeros que buscan una conexión más íntima con la naturaleza, el kayak supone una opción inmejorable, pues permite deslizarse por las aguas del delta acompañado únicamente por la melodía del viento y el aleteo de las aves. El ciclismo y el senderismo constituyen otras alternativas fantásticas para adentrarse en este paraíso natural. La ruta del Camino de Sirga, que se extiende por treinta kilómetros, serpentea siguiendo el curso de un Ebro ya anciano, transitando entre arrozales dorados y bosques de ribera.
Arroz, huerta y frutos del mar
Como cabría esperar, la gastronomía del delta gira en torno al arroz, el pescado y los mariscos. Los vastos arrozales han sido fuente vital de sustento para innumerables familias durante generaciones. Testimonio vivo de esta tradición son los hermanos Tere y Rafael Margalef, tercera generación de una familia profundamente ligada a este cereal. Su abuelo Rafael comenzó a cultivar los arrozales en 1910, y años después su padre instaló un molino de arroz. Actualmente, aquel molí se conserva en la calle Sant Roc de Deltebre, siendo el único molino de madera todavía operativo en todo el delta. Tere y Rafael perpetúan en Molí de Rafelet ( moliderafelet.com ) la elaboración artesanal del arroz, honrando las enseñanzas de su familia con variedades selectas. Su ingenio les ha llevado también a crear una exquisita cerveza de arroz (Theresa), además de organizar visitas guiadas al molino y degustaciones in situ, que incluyen catas de dos variedades.
En la comarca del Montsià, al paso del delta, se encuentra la localidad Alcanar. Allí, entre campos de naranjos y palmeras, se levanta Tancat de Codorniu ( tancatdecodorniu.com ), una histórica masía del siglo XIX donde –según se cuenta– pasaba los veranos Alfonso XII, seducido por la belleza del paisaje. Convertida hoy en un elegante hotel boutique con habitaciones que miran al mar y a un bosquecillo de naranjados, este cautivador y relajante rincón mediterráneo conserva toda su esencia al abrigo de un jardín de cítricos y la caricia de la brisa marina.
Sin embargo, la experiencia más singular del establecimiento la ofrece su restaurante, Citrus del Tancat ( citrusdeltancat.com ), dirigido por el chef Aitor López, reconocido hace sólo unos meses con una estrella Michelin. Aitor, quien asegura que sólo concibe una cocina con la que pueda divertirse y le permita interactuar con los clientes –los aperitivos de su menú se disfrutan en barra, en animada charla con el chef–, se puso a los mandos de Citrus en 2021, donde desde el primer día disfruta de una libertad absoluta que se traduce en un menú en el que las verduras son las reinas indiscutibles y se apuesta por el producto de proximidad, pues, en su mayor parte, llega de las fecundas tierras del delta, bendecidas por el generoso padre Ebro.