«Estos días azules y este sol de la infancia». Con estos versos –los últimos que brotaron de su puño y letra, hallados en un papel arrugado en el bolsillo de su viejo gabán– Antonio Machado inmortalizó su despedida en Colliure. La localidad francesa, que acogió al poeta y aparte de su familia tras huir de Barcelona, despertó en el alma del andaluz una profunda nostalgia. Sus cielos intensamente azules y su sol radiante evocaron en él los recuerdos luminosos de su infancia sevillana. No sorprende que Colliure, con su clima acogedor y su serena estampa mediterránea, ofrezca al viajero que la descubre un consuelo similar al que brindó al poeta en sus últimos días.
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Más allá de su vínculo con Machado, Colliure se revela como un tesoro mediterráneo a escasos 26 kilómetros de la frontera española. Este antiguo pueblo de pescadores, enclavado entre las majestuosas estribaciones de los Pirineos y las serenas aguas del Mare Nostrum, pertenece al departamento de Pirineos Orientales, un territorio que en gran parte conformó la provincia histórica del Rosellón. Hoy es conocida como la ‘Perla de la Costa Vermeille’, y seduce al viajero con sus fachadas de vibrantes colores, sus laberínticos callejones y sus playas de belleza cautivadora, que componen un paisaje único, acariciado por un sol generoso y mecido por el soplo fresco de la Tramontana.
Musa para artistas y literatos
Colliure ha ejercido durante más de un siglo un magnetismo irresistible sobre artistas y escritores. Este pequeño puerto de esencia catalana cautivó primero a Paul Signac en las postrimerías del siglo XIX, y poco después atrajo a Henri Matisse y André Derain en 1905, quienes convirtieron esta localidad en el epicentro del fauvismo, una corriente artística que revolucionó la pintura con su audaz y vibrante uso del color. Mientras a Machado el azul celeste de Colliure le evocaba la luminosidad de su niñez, a Matisse le deslumbró como fuente inagotable de inspiración: «No hay en Francia un cielo más intensamente azul que el de Colliure... Me basta cerrar los postigos de mi habitación para conservar todos los colores del Mediterráneo», confesó el maestro, rendido ante la belleza cromática del lugar.
El Museo de Arte Moderno de Colliure, fundado en 1934 por el pintor Jean Peské, rinde tributo a esta época dorada con su valiosa colección de casi 1.400 obras firmadas por artistas como Perrot, Cocteau o el español Balbino Giner, entre numerosos creadores que encontraron inspiración en este rincón privilegiado.
Este profundo vínculo entre Colliure y el arte se manifiesta en cada recoveco de la localidad. La Maison du Fauvisme invita a sumergirse en los entresijos de este revolucionario movimiento artístico y su trascendental influencia en el pueblo. Este espacio cultural también acoge talleres creativos para los más pequeños, donde pueden descubrir las obras fauvistas mientras despliegan su imaginación en actividades lúdicas. De abril a octubre, los visitantes pueden sumarse al fascinante Camino del Fauvismo, un recorrido guiado que sigue las huellas de Matisse y Derain por las callejuelas de Colliure, donde reproducciones estratégicamente ubicadas de nueve de sus obras permiten conectar con la inspiración que ambos maestros hallaron en este enclave mediterráneo. Este itinerario fusiona armoniosamente arte, historia y paisaje, ofreciendo una experiencia inmersiva que cautiva a los amantes de la pintura.
El legado cultural de Colliure va más allá del ámbito de las artes visuales. La presencia de Antonio Machado todavía se percibe en sus calles. El Espace Machado (arriba), instalado en el antiguo hotel Bougnol-Quintana, el lugar donde falleció, custodia objetos personales del poeta y constituye un emotivo santuario que honra su memoria. El cercano cementerio local, un íntimo camposanto donde se apiñan tumbas y nichos, alberga los restos del poeta –sepultado junto a su madre, Ana Ruiz– en un lugar que se ha convertido en destino de peregrinación para miles de personas que acuden a rendirle tributo.
De igual relevancia resulta la huella del escritor británico Patrick O'Brian, célebre por sus novelas protagonizadas por el capitán Jack Aubrey y el doctor Stephen Maturin (cuya fama se acrecentó con Master & Commander, adaptada al cine con Russell Crowe como protagonista). O'Brian encontró en Colliure su refugio creativo durante casi cinco décadas y hoy, su escritorio, preservado tal como lo dejó, se exhibe como tesoro literario en La Médiathèque de la localidad, mientras sus restos descansan, al igual que los de Machado, en el cementerio municipal, convertido en silencioso guardián de ilustres creadores.
Un pasado repleto de tesoros
La historia de Colliure se despliega como un fascinante tapiz tejido por las distintas culturas que se disputaron su privilegiada posición estratégica en la costa mediterránea. Por este enclave desfilaron sucesivamente romanos, visigodos y sarracenos, para después convertirse en joya preciada de la Corona de Aragón y del reino de Mallorca, antes de pasar definitivamente a soberanía francesa en 1642.
Testigo pétreo de este rico pasado se eleva, majestuoso, el Château Royal, levantado en plena época medieval sobre los vestigios de una antigua edificación romana. Las primeras referencias a esta fortaleza se remontan al siglo VII, aunque alcanzó su máximo esplendor durante los siglos en que perteneció a los monarcas aragoneses y mallorquines, quienes lo convirtieron en residencia real predilecta durante gran parte del año. Tras el periodo bajo dominio español, el castillo volvió a manos francesas en 1642, consolidando la nueva identidad política de este territorio de alma catalana.
La historia reciente del castillo está marcada por un sombrío capítulo: su transformación en prisión para los españoles que huían del franquismo durante la “Retirada”' (el masivo éxodo republicano hacia Francia), a partir de marzo de 1939, apenas semanas después del fallecimiento de Machado. Este oscuro episodio añade una dimensión conmovedora al recorrido por sus murallas, en las que aún resuena el eco de numerosas historias de exilio y resistencia, testimonios que pueden conocerse gracias a dos reveladoras exposiciones permanentes: 'El exilio de los republicanos españoles' y 'El campo especial de Colliure'. No obstante, la visita también brinda experiencias más amables y de singular belleza, como el ascenso a sus puntos más elevados, que regala a los visitantes una espléndida panorámica de Colliure y sus hermosos alrededores.
Otro de los emblemas más reconocibles de la localidad es la iglesia de Notre Dame des Anges, cuyo peculiar campanario –originalmente un antiguo faro– se asoma a las aguas del puerto. Completa este recorrido, donde se entrelazan la belleza paisajística y un rico legado histórico, el Fort Miradou, que sirvió como estratégica torre de vigilancia en época medieval y fue posteriormente remodelado en tiempos de Carlos V.
Descubriendo las calles y el sabor de Colliure
La seductora localidad mediterránea ofrece mucho más que un rico legado histórico y una profunda conexión con el arte. Durante el verano, las playas de Colliure –Saint Vincent, Boramar y Port d’Avall– se convierten en el punto de atracción para visitantes y vecinos, aunque el viajero que busca mayor sosiego encontrará refugio en las calas cercanas, generalmente más apacibles, como Les Roches Bleues, L'Ouille o Balette.
Durante todo el año es posible disfrutar de un delicioso paseo por los barrios de Le Mouré y Port d'Avall, que revelan el corazón más auténtico de Colliure. Sus callejuelas estrechas y vibrantes, engalanadas con cascadas de buganvillas, vistosos plumbagos y aromáticos limoneros, invitan a perderse en un laberinto donde en cada rincón aguarda una estampa diferente. Estos antiguos barrios de pescadores conservan una atmósfera genuina, con fachadas que se tiñen de suaves rosas, intensos azules y luminosos amarillos, tonos que cautivaron la mirada de los pintores fauvistas y transformaron sus lienzos.
La gastronomía de Colliure es otro de sus atractivos
Las anchoas, elaboradas artesanalmente desde el siglo XIX siguiendo métodos tradicionales, se han convertido en emblema inconfundible de la localidad. Establecimientos como Anchois Roque y Anchois Desclaux permiten al visitante sumergirse en el fascinante proceso tradicional de salazón y fileteado manual, realizado íntegramente a mano, descubriendo así uno de los productos más representativos de esta población que floreció gracias a su actividad portuaria y su estrecha vinculación con el Mediterráneo. Entre las delicias culinarias típicas de la región del Rosellón destacan también las exquisitas boles de picolat, suculentas albóndigas en salsa acompañadas de tiernas judías blancas, o la sepia preparada según recetas transmitidas de generación en generación.
Junto a las célebres anchoas, los vinos amparados bajo las denominaciones DOP Colliure y AOC Banyuls sobresalen por su personalidad incomparable. El Banyuls, vino dulce de carácter singular, despliega toda su excelencia al maridar con el Croquant de Colliure, un postre local, aunque armoniza también a las mil maravillas con otras especialidades de la zona: desde pescados recién capturados hasta tapas a base de marisco. La tradición vitivinícola, cuyos orígenes se remontan varios siglos atrás, ha modelado el paisaje circundante con viñedos que prosperan en las escarpadas terrazas montañosas, embelleciendo los alrededores y ofreciendo al caminante la posibilidad de deleitarse con apacibles paseos entre cepas centenarias.
Tampoco hay que perderse una visita al mercado de Colliure, que, todos los miércoles y domingos por la mañana, abre sus puestos a los pies del Châteu Royal con unas increíbles vistas al mar. En él se pueden adquirir y degustar productos típicos de la región, como los pasteles de anchoa, berenjena y pimientos, aceitunas, especias y frutas y verduras cultivadas por productores locales. Puro sabor mediterráneo.