Odeceixe, Costa Vicentina, Algarve, Portugal© ah_fotobox - stock.adobe.com

Costa Vicentina, el desconocido refugio que te espera en el Algarve portugués

Desbordante de naturaleza, de rica gastronomía y proyectos bonitos, este pedacito de paraíso en la costa oeste portuguesa nos invita a recorrer su territorio lentamente, deleitándonos en cada parada. Esto es lo que no nos podemos perder.


4 de marzo de 2025 - 16:42 CET
Odeceixe, uno de los pueblos más bonitos de la Costa Vicentina, Algarve, Portugal© Alamy Stock Photo

Hay una zona del popular Algarve que, a menudo, se deja de lado. Un pedacito de costa que arranca cuando se alcanza el Cabo San Vicente y sube, desplegando su belleza por calas remotas y escarpados acantilados, hasta alcanzar el pueblo de OdeceixeTodo ese territorio se halla al amparo del Parque Natural del Suroeste Alentejano y Costa Vicentina, una suerte de vergel complementado con coquetas villas y proyectos bonitos a los que escaparse para olvidarse del mundo. Aunque, precisamente, este se muestre mucho más vivo y auténtico aquí que en otros rincones del planeta.

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El punto de partida para comenzar a conocer sus bondades lo marcamos en Sagres, que a pesar de la infinidad de visitantes llegados desde todos los rincones del mapa que recibe cada año, no pierde el carácter especial que regala lo rural. Las tiendas con material específico para surfistas, las escuelas de iniciación a este deporte y el ambiente que rodea a quienes disfrutan de esta práctica advierten de que las olas, en esta esquina de Portugal que se despliega frente al Atlántico, no son cualquier cosa. Contemplar de lejos a aquellos que conquistan el mar sobre sus tablas es todo un espectáculo. 

Los atardeceres de Sagres desde Cabo San Vicente son mundialmente conocidos, por eso hay que marcarlo a fuego en la to do list. Sin embargo, cuando el sol cae y la vida a pie de mar se calma, son sus bares los que se colman de ambiente tentando a visitantes y vecinos a brindar, cerveza en mano, por la belleza de este pedacito de tierra lusa. 

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De cala en playa en busca de la belleza

Los apenas 60 kilómetros que separan nuestro inicio del viaje del destino final se hallan repletos de atractivos y excusas por los que parar a cada paso. Uno de ellos son sus extensas playas de arena blanca y fina, por supuesto. Aunque, a veces, ocultas entre altísimos acantilados, se vislumbre también alguna pequeña cala escondida. 

Sin salir de Sagres se hallan los extensos arenales de Beliche, Tonel o Martinhal, pero si continuamos dirección norte hacia Vila do Bispo, aparecen otros deslumbrantes paraísos con nombre propio como la Praia do Castelejo, con forma de concha, en la que la roca negra de pizarra contrasta con sus arenas doradas, o Praia do Amado, una de las preferidas para la práctica de surf en todo Portugal. Tanto es así, que hasta se celebran en  ella competiciones internacionales. Entre chapuzón y chapuzón, también hay tiempo para visitar la localidad de Vila do Bispo, que ya capta nuestra atención desde la distancia gracias a su esbelta torre de agua.

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Con un caserío blanco impoluto, las callejuelas del pueblo se desparraman loma abajo regalando una de esas estampas que rememoran un clarísimo pasado árabe. Aquí no deberemos perdernos su iglesia parroquial del siglo XVIII, que mantiene sus hermosos azulejos con dibujos de jarras y delfines, pero tampoco los múltiples yacimientos arqueológicos en los que visitar menhires cuyos orígenes se remontan al 4.000 antes de Cristo. Son estos restos un claro testimonio de que, ya en el pasado, la riqueza de la zona atrajo a los primeros asentamientos humanos. Tallados en piedra caliza, algunas de esas piezas muestran relieves que evocan cultos ligados a la fertilidad o a la muerte.  

Más al norte se alcanza la Praia de Bordeira, de más de tres kilómetros de largo y famosa por sus rincones casi inaccesibles desde los que los pescadores tientan a las mareas para lograr su cometido: capturar las piezas más deliciosas que, después, podremos catar en sus restaurantes.

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Aljezur, entre el mar y la montaña

Escuchar cómo las olas rompen contra los acantilados y, acto seguido, deleitarnos con el suave cantar de cualquiera de las aves que habitan su territorio, es posible en Aljezur. Encontrarse rodeado de mar por un lado, y de sierra por otro, es lo que tiene. Fértiles paisajes en los que también hay lugar para el cultivo, pero en el que la tranquilidad, el silencio y la calma son los que mandan. Y en medio, se alza el núcleo urbano, un claro ejemplo de la arquitectura más rural del Algarve que deja atrás los tradicionales azulejos para dar paso a fachadas blancas con ribetes de colores. 

Arriba, en lo más alto de la colina sobre la que se asienta, el castillo del siglo X rememora las luchas entre moros y cristianos y nos invita a subir hasta él para ahondar en el pasado. Abajo, recorriendo el caserío, es posible conocer su vida más cotidiana haciendo parada en la Iglesia de la Misericordia —del siglo XVI— y en el Museo Municipal, en la Fonte das Mentiras y en la Casa Museo del pintor José Cercas. Para picar algo antes de continuar el camino, se puede optar por la carta contemporánea de Restaurante O Sargo o, por qué no, un café de especialidad en la cafetería KŌYŌ.

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Cuando vanguardia y naturaleza son uno

El Parque Natural del Suroeste Alentejano y Costa Vicentina continúa sorprendiendo según avanzamos hacia el norte: la belleza paisajística y la riqueza de la fauna y flora que habita este increíble territorio no deja de sorprender. Las flores silvestres crecen sin control a los lados de la carretera que nos conduce hacia uno de los alojamientos más especiales de la zona, aunque, antes de hacer check-in, decidimos embriagarnos de la brisa atlántica asomados a otra de sus deslumbrantes playas.

Llegamos, tras conducir por un polvoriento carril durante verios kilómetros, hasta la Praia da Carriagem, donde una larga escalera nos permite descender, acantilado abajo, hasta la arena. Los senderos que permiten recorrer el litoral de este lado del Algarve son múltiples, por lo que las oportunidades de vivir una experiencia diferente son amplias y tentadoras. Eso sí, habrá que informarse bien sobre las mareas: cuando esta está alta, las olas rompen directamente sobre el lugar donde desembocan los escalones.

© @amariahotels

Remota y de no tan fácil acceso, se trata de uno de esos lugares escondidos a los que merece la pena escaparse. Aunque el destino que buscamos se halla a unos 10 minutos más arriba del mapa: Amaria, el proyecto del portugués Nuno Avillez, es un paraíso terrenal en el que dejarse llevar por los sentidos. Un edén único donde la sencillez por las cosas que de verdad importan son las que adquieren todo el protagonismo. 

12 habitaciones —además de un apartamento— componen nuestro particular tesoro. Amplios espacios de fachadas encaladas conectados por senderos y rodeados de más de 400 árboles y 3 mil plantas autóctonas que nos permiten respirar el Algarve; sentir sus raíces. Cada habitación está dotada de las máximas comodidades, incluso algunas cuentan con chimenea, terraza y bañera. Un sueño hecho realidad que va más allá del confort de un hotel boutique de estas características, porque Amaria es un hotel destino en sí mismo. Un rincón en el que desconectar. Un oasis a dos pasos del Atlántico donde deleitarnos con los verdaderos sonidos del parque natural. Un campo base para explorar más allá, ya sea en su coqueta piscina, en su atractiva biblioteca, en su espectacular salón-restaurante o en su tentadora sauna con vistas.

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 Así sabe la Costa Vicentina 

No es de extrañar que, con la paulatina llegada de viajeros que, poco a poco, descubren que este lado del Algarve esconde mil y un atractivos, los negocios enfocados a una oferta gastronómica distinta estén proliferando. Eso sí, apostando bien fuerte por mantener lo especial del lugar, la magia de lo autóctono. Una manera de experimentar los sabores de la Costa Vicentina es acercándonos hasta la bella Odeceixe, que, si bien durante los meses estivales se halla algo más ajetreada, el resto del año destaca por su ritmo calmado. Este encantador pueblo es el último antes de alcanzar el Alentejo y está dividido entre el casco antiguo y la parte nueva. Se halla junto a la desembocadura de la Riberia del Seixe y cuenta con una de las playas más espectaculares de la zona.

© @naperon.restaurante

Aquí, al abrazo del histórico molino de viento que es símbolo de la localidad y que gobierna la parte más alta de la colina sobre la que se asienta, se halla uno de los restaurantes más reconocidos de la zona, Näperõn, liderado por el chef Hugo Nascimento y Juana Martins. Optamos por su menú degustación, que varía con la temporalidad de los ingredientes, y disfrutamos de propuestas deliciosas inspiradas en el kilómetro 0. Mencionado en la Guía Michelin, lo ideal es maridar sus platillos con vinos locales que permiten vivir una velada perfecta.  

Caldos como los del joven italiano Filippo Pozzi, que tras estudiar enología y trabajar en lugares icónicos como Napa o Burdeos, aterrizó en plena pandemia en este rinconcito luso decidido a crear su propia bodega, que hoy es una realidad. Atlas Land, que produce vinos naturales a partir de variedades de uva como castelão, bral branco y crato branco, todas ellas procedentes de viñedos centenarios que el enólogo decidió recuperar, se ha logrado hacer un nombre en la zona a base de esfuerzo y duro trabajo. No dudamos en acercarnos hasta la pequeña bodega a conocerle, quien no duda en abrir algunas de sus botellas para deleitarnos con sus creaciones mientras nos narra su historia. Una manera única y sencilla de poner el broche de oro a nuestra particular incursión en la Costa Vicentina. Y es que, no se nos podría haber ocurrido ninguno mejor.  

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