Desde Jaén a Cádiz y desde Almería a Huelva, la geografía andaluza ofrece tantísimos atractivos patrimoniales, naturales y de ocio, que se hace harto complicado elegir con cuáles quedarnos. Pero si existen lugares que saben concentrar como pocos todo ese encanto que resume la esencia andaluza, son sus pueblos. Proponemos 10 de ellos para empaparnos de las bondades del sur en un recorrido por las ocho provincias andaluzas.
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SETENIL DE LAS BODEGAS, AL ABRIGO DE LA ROCA
Tenía que ser Cádiz, y tenía que ser su sierra. Porque solo allí podía encontrarse una localidad con tantísimo carácter como para vivir al cobijo de las rocas. Así, como te lo contamos. Se trata de Setenil de las Bodegas, uno de los famosos Pueblos Blancos que tantísimo encanto derrochan en cada esquina. Ubicada en el cañón moldeado por el río Guadalporcún, Setenil lleva desde la prehistoria sabiendo aprovechar la geología que la rodea para construir en ella sus hogares. También sus bares, claro, que integrados en la roca ofrecen un sinfín de oportunidades de catar la gastronomía local con tapas como las masitas de Setenil, la sopa cortijera o las migas. Las calles Cuevas de la Sombra, y Cuevas del Sol, son las más populares del municipio, pero tampoco hay que dejar de acercarse a las vías Herrería, Minas y Calceta, al aljibe árabe o a la antigua casa consistorial.
OSUNA, ESPLENDOR EN LA VILLA DUCAL
Es hora de descubrir los tesoros escondidos de una de las localidades más deslumbrantes de la provincia hispalense, empezando por la calle San Pedro, reconocida como la que más palacios concentra de todo el mundo. Un paseo por ella para admirar sus fachas es algo obligado antes de subir a la zona alta del pueblo, donde se despliegan algunos de los edificios más emblemáticos: fue en el siglo XV cuando se construyeron muchos de ellos bajo el paraguas de los Téllez-Girón, Condes de Ureña, y de los Duques de Osuna posteriormente. Se levantaron conventos, iglesias y su famosa colegiata, visitable en una ruta guiada en la que conocer historias y leyendas relacionadas con este edificio renacentista. Sus capillas y claustros, su espectacular colección de pintura barroca o el patio del Santo Sepulcro de los Duques de Osuna son una maravilla. Habrá que dejar tiempo también para la Universidad, del siglo XVI. Una última parada, eso sí, deberá ser en su plaza de toros, que fue escogida por la productora de la serie de HBO para grabar algunas escenas de la mítica serie Juego de Tronos. Algo que llevan muy a gala los habitantes de Osuna.
ALMONASTER LA REAL, UNA PERLA DE LA HUELVA SERRANA
Caminar sin prisas por el blanco caserío de Almonaster es todo un placer, pues en sus calles empedradas, sus cuestas y sus plazuelas aún se siente la huella de los romanos y visigodos, los árabes y cristianos que, a lo largo de los siglos, pasaron por él dejando su impronta. Prueba de la riqueza de su legado es la joya de su patrimonio: la antigua mezquita, la única andalusí que se conserva prácticamente intacta en un entorno rural, emblema inigualable de este pueblo onubense. Sin embargo, no es el único reclamo monumental de la localidad, que cuenta, también, con joyas como la capilla de la Trinidad, un coqueto templo que desborda de estilo barroco en la plaza del Ayuntamiento, o la iglesia parroquial de San Martín, cuya puerta manuelina del Perdón es una verdadera obra de arte. La belleza de los pequeños relieves coloreados de la fachada de la casa de Miguel Tenorio de Castilla, la fuente del Concejo o las tenerías son solo otras de las bondades con las que cuenta este destuni rico en tradiciones, leyendas y rincones bonitos.
ALCALÁ LA REAL, TIERRA DE FRONTERA
Lo primero que llama la atención cuando nos acercamos a este remoto pueblo de la provincia de Jaén, es, precisamente, su mayor seña de identidad: la fortaleza de la Mota, construida durante la época de dominio musulmán, corona impetuosa el perfil de la jienense Alcalá la Real. Las murallas que la rodeaban se levantaron adaptándose a los tajos y peñas del cerro en el que se halla, por lo que se volvió un lugar inexpugnable por parte del enemigo. Tanto fue así, que Alfonso XI, que anhelaba su dominio por ser un enclave estratégico, logró conquistarla por asedio: jamás se libró ninguna batalla en torno a ella. Una manera de conocer su interior es realizando una interesantísima visita guiada que lleva a subir 150 metros por estrechos y empinados pasadizos. Arriba, en la renacentista iglesia abacial de Santa María la Mayor, aguardan más sorpresa. De vuelta en la zona baja, no hay que perderse otras maravillas como el Museo Arqueológico, alojado en el Palacio Abacial, sus edificios de corte modernista o el palacio de la Hilandera, de 1897.
PAMPANEIRA, ODA A LA VIDA LENTA
Los apenas 250 habitantes de este encantador pueblo ubicado en el corazón de la Alpujarra granadina saben la suerte con la que cuentan. Entre otras muchas cosas, porque vivir rodeado de la naturaleza más pura, con los Picos de Sierra Nevada saludando en el horizonte, no es cualquier cosa. Quizás sea precisamente esa la razón por la que el ritmo del día a día, ajeno a los ruidos de la ciudad, al estrés de la vida moderna y a los agobios, transcurra mucho más lento que para el común de los mortales. Así que a Pampaneira —como a sus vecinas Capileira o Bubión— se viene a descansar, a disfrutar de las cosas sencillas de la vida —¿un plato alpujarreño sentados en la terraza, al solito, de cualquier bar?— y a respirar el aire más puro que se pueda imaginar. Escuchar el sonido de las fuentes, que brotan por doquier, caminar sus calles y cuestas empedradas entre terraos y tinaos —como se denominan los tejados y soportales alpujarreños—, y dejarse abrazar por esa luz del sur que todo lo hace más agradable, serán suficientes motivos por los que no querer marcharse jamás.
MONTORO, AL ABRAZO DEL GUADALQUIVIR
Alcanzar las faldas de la Sierra Morena cordobesa supone hacer parada en uno de sus pueblos más deslumbrantes: Montoro, con su inconfundible perfil, luce abrazado por el meandro del Guadalquivir rodeado de un increíble paisaje de suaves colinas y extensos olivares. Y es que el aceite de oliva que se elabora con sus frutos es, precisamente, una de las señas de identidad de esta joya del patrimonio cordobés. Con un casco urbano catalogado como conjunto histórico, el pueblo posee restos de su pasado romano plasmados en una antigua calzada o en su puente, aunque es al caminar por sus callejuelas, flanqueadas por vetustos edificios levantados en piedra molinaza —característica por el alto índice de óxido de hierro que le otorga su peculiar color rojizo— cuando nos impregnamos de su majestuosidad. ¿Para visitar? Emblemas como la Plaza de España y las Tercias Catedralicias, la iglesia de San Bartolomé o la de Santa María de la Mota.
GENALGUACIL, CON EL ARTE HEMOS TOPADO
Las curvas serán las fieles compañeras en un viaje que, atravesando los increíbles paisajes del Valle del Genal entre castaños, encinas y alcornoques, nos lleve hasta uno de los pueblos más auténticos de la provincia de Málaga. Porque sí, aquí volvemos a enamorarnos de esa típica estampa rural andaluza que encuentra en las casas pintadas de blanco y en las calles enrevesadas las claves de su belleza. ¿Qué le vamos a hacer si nos gustan las cosas bonitas? Sin embargo, en Genalguacil encontramos mucho más: arte. Y no cualquier arte, no, arte urbano. De hecho, desde 1994, año en el que el Ayuntamiento inició un certamen bianual bautizado como 'Encuentros con Arte', con el que artistas llegados desde todos los rincones de mundo pasan unos días en la localidad plasmando su creatividad en las calles, la popularidad no ha hecho más que aumentar. Pero el verdadero placer está en perderse por sus estrechas vías peatonales y escaleras sin fin, por sus enrevesadas cuestas encaladas, plazas y fotogénicos rincones. Aquí se viene a disfrutar sin mirar el reloj.
MOJÁCAR, EL VIGILANTE DEL MAR
Y del Atlántico, al Mediterráneo, donde la suave brisa salina refresca el blanco caserío de Mojácar, que se aferra con fuerza a una colina frente al mar. Se trata, no en vano, de uno de los destinos más hermosos de la costa almeriense: solo hay que caminar su entramado de callejuelas empinadas, prueba de su pasado árabe, para quedar conquistados por su belleza. Recorrer los más de tres kilómetros de su paseo marítimo es ya una delicia, aunque es al subir hasta la plaza del Parterre, admirar las vistas desde el Mirador del Castillo o sentarnos junto a la Fuente de los 13 Caños —aquí se cree que fue donde Garcilaso de la Vega, enviado por los Reyes Católicos, se reunió con el alcaide de la Mojácar musulmana, tras la cual se logró la rendición pacífica—. Para embriagarnos de la esencia mediterránea, eso sí, elegimos perdernos por el barrio del Arrabal o antiguo barrio judío, donde entre macetas colmadas de flores y fachadas encaladas, enamorarnos, si cabe, un poquito más del sur.
VEJER DE LA FRONTERA: CÁDIZ EN SU MÁXIMA ESPLENDOR
Aferrada al cerro que la eleva 200 metros sobre el mar, y a solo 9 kilómetros de la costa, Vejer de la Frontera, una de las joyas de la comarca gaditana de La Janda, desprende encanto en cada uno de sus rincones. Recorrer su entramado de callejuelas es hacer un recorrido por su historia, tejida siglo a siglo por fenicios y cartagineses, romanos y árabes. Sus casas encaladas y patios floridos son los mejores acompañantes a la hora de explorar rincones como la Casa del Mayorazgo o su castillo, construido durante el mandato de Abderramán I y sus sucesores entre los siglos X y XI, pero también su mirador de la Cobijada o su plaza de los Pescaítos. El lado más vanguardista del pueblo se despliega en la Fundación NMAC, un museo al aire libre que no deja indiferente a quien lo visita y una parada perfecta antes de poner rumbo a su costa: las playas de El Palmar, de arenas blancas y olas que son el sueño de cualquier surfista, son el punto final perfecto al viaje.
ZUHEROS, UN OASIS EN UN MAR DE OLIVOS
Visitar este sorprendente balcón de la Subbética cordobesa es sentirse pequeño, diminuto, ante la inmensidad. Porque los eternos campos colmados de olivos que rodean el risco sobre el que se aferra Zuheros, son de una belleza realmente abrumadora. Después, llegará la hora de explorar: de andar y desandar sus calles para fijarse en todos esos detalles que hacen este pueblo especial. Porque ahí está la cenefilla, la fina línea negra con la que los zuhereños se afanan en decorar, con envidiable pulso, el espacio entre el suelo y las blancas fachadas de sus casas. Pero también los balcones a rebosar de flores; las bellas rejas de sus ventanas. En la plaza de la Paz, centro neurálgico, queda el único resto del castillo que los árabes, allá por el siglo XII, levantaron en este preciso lugar: su torreón. Para redondear una visita a esta joya de la campiña cordobesa, hay que catar su admirado queso de cabra, ideal para coger fuerzas antes de poner rumbo a otros de los platos fuertes: la Cueva de los Murciélagos, donde se hallaron pinturas del 3500 y 4000 a. C., o la Vía Verde del Aceite, cuyos 65 kilómetros transcurren por el trayecto del antiguo tren que transportaba este preciado bien.