Es una epopeya sobre la belleza llevada a la dolorosa extenuación. Un relato que oscila entre el hedonismo y la tragedia, entre lo efímero y la eternidad. Parthenope, la última película de Paolo Sorrentino, encierra un canto melancólico a la juventud, a las frágiles emociones de una mujer dotada de un atractivo desbordante. Ella es Celeste Dalla Porta, la muchacha nacida de las olas del mar.
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Pero a su vez Parthenope es un retrato lírico sobre Nápoles, una carta de amor a la ciudad natal del director, cargada de simbolismo y densidad conceptual. Con una arrolladora potencia visual, la cinta captura las contradicciones de esta metrópoli caótica y temperamental. “Es imposible ser feliz en la ciudad más hermosa del mundo”, dice en cierta ocasión uno de los personajes.
Parthenope, en realidad, fue la sirena que se enamoró de Ulises y que, despechada ante el rechazo del héroe, se arrojó al mar y este arrastró su cuerpo hasta la costa. Allí donde llegó se fundó Nápoles, según cuenta la mitología. Una ciudad que poco a poco se fue desparramando por la bahía, siempre bajo la telúrica mirada del Vesubio.
LA ELEGANCIA DEL CASCO HISTÓRICO
Una y otra vez aparece en la película esta fachada marítima, abierta a los azules del Mediterráneo. Aquí es donde descansa la casa de los protagonistas, un viejo palacio aristocrático, tan refinado como la carroza versallesca con la que surcan las olas en una de las escenas más extravagantes. Puro Sorrentino.
Es el Nápoles de salitre el que más se retrata en el filme, con impresionantes amaneceres que recortan la silueta perfecta de Celeste. Pero no es ni mucho menos el único. La cámara se adentra en los vericuetos del que se erige en uno de los mayores cascos históricos de Europa, declarado Patrimonio de la Humanidad. Un lugar que repasa la tumultuosa historia de la ciudad, con la huella de griegos, normandos, romanos, bizantinos y franceses… sin olvidar que durante siglos también tuvo dominio español.
Este centro, coronado por tres castillos (el del Huevo, el Nuevo y el de San Telmo, en la colina del Vómero), es, en ocasiones, el marco en el que se explota la belleza. Como cuando recoge en las calles el desfile de esas jóvenes impecablemente glamourosas, como si se tratara de un anuncio de Yves Saint Laurent (quien, por cierto, ha aportado parte del presupuesto).
En las entrañas de Nápoles aparece la ciudad anárquica y vociferante, su rostro más canalla y popular
LA VENA MÁS CANALLA
Pero otras veces las entrañas de Nápoles sirven para exponer el caos. Es entonces cuando aparece la ciudad anárquica y vociferante de los mercados, los tenderetes de pescado en plena calle y los puestos a los que llaman triperías y en los que se vende eso, tripas fritas con sal y limón. Movimiento y griterío con los que se expone la vena más canalla, que tiene su máxima expresión cuando Parthenope deambula en la noche bajo los soportales: ahí aparece la quintaesencia del rostro más popular.
La Universidad, en la que la protagonista decide estudiar Antropología para hallar la respuesta a sus preguntas, conforma otro escenario de la película, como también lo hace la catedral y, más concretamente, la Capilla Real, donde tiene lugar uno de los misterios imperecederos de Nápoles: el milagro de San Genaro, por el que la sangre del santo, que se conserva reseca y negruzca en un tarro, se vuelve líquida y roja en tres días concretos del año. Si este prodigio no se produce, mal asunto: alguna calamidad está a punto de suceder, como ocurrió en 1939, el año en que comenzó la Segunda Guerra Mundial.
EL VERANO DE CAPRI
Aunque la ciudad de la pizza ocupa la mayor parte del metraje, en un momento dado la acción se traslada a Capri, donde tiene lugar el verano de la dicha y la debacle. En esta isla del archipiélago de la Campania, a la que se llega en ferri en apenas una hora, se suceden hermosas imágenes que hacen honor a su carácter sibarita.
Fiestas como las que organizaba el emperador Tiberio en el palacio Villa Jovis (y que nuestros personajes reviven con sus ansias de juventud) recuerdan que este lugar es el preferido de la jet set, que derrocha sus fortunas en las prohibitivas boutiques de la Via Camerelle y se dejan ver en las terrazas de la sofisticada Piazzetta.
Pero también hay lugar en la cinta para mostrar la naturaleza de Capri, siempre con el horizonte de un mar centelleante. Aquí Parthenope descubre algo mucho más revelador que el poder de la seducción y los primeros latidos del amor: el paso inexorable del tiempo y el consecuente marchitar de la belleza.