"Encontré todo lo que quería como escritor: sol, mar, montañas, agua de manantial, árboles con sombra, nada de política y algunos lujos civilizados como luz eléctrica y servicio de autobús a Palma». El poeta y novelista británico Robert Graves recordaba así las razones que le hicieron caer rendido a los encantos de Deià, un pintoresco pueblecito de apenas 660 habitantes enclavado en plena Serra de la Tramuntana, al noroeste de Mallorca.
Este lugar de vistosas casitas de piedra, que se derrama por las laderas de la sierra hasta el Mediterráneo, se ha convertido en un santuario para el arte y la creatividad desde que Graves estableciera aquí su residencia en 1929. Entre callejuelas empinadas y terrazas tapizadas de almendros, árboles frutales y olivos centenarios, Deià ha sabido preservar su esencia de refugio bohemio, donde la luz mediterránea juega con las sombras de sus casas de piedra y los bancales de naranjos y limoneros perfuman el aire.
La huella de Graves, que vivió aquí hasta su muerte en 1985, transformó este rincón de la sierra en un polo de atracción para artistas internacionales. Siguiendo su estela, músicos, actores, pintores y escritores han encontrado en Deià el escenario perfecto para su inspiración. Hoy, sus calles silenciosas y sus vistas al mar siguen inspirado a nuevos creadores, manteniendo vivo ese espíritu cultural que hace de Deià uno de los enclaves más cautivadores de la isla.
UN OASIS PARA LAS MUSAS
Robert Graves encontró en Deià su paraíso particular, siguiendo la recomendación de la también novelista Gertrude Stein, quien solía decir que «Mallorca es el paraíso, si puedes resistirlo». Graves sucumbió instantáneamente al encanto de este pueblo de origen musulmán, donde las casas parecen brotar orgánicamente de la ladera de la montaña. En este paraje idílico, construyó Ca n'Alluny, su refugio personal entre huertos y árboles frutales. Entre sus muros nacieron algunas de las obras más significativas de la literatura del siglo XX, incluyendo su obra más conocida y exitosa, Yo, Claudio. La casa, convertida hoy en un fascinante museo (lacasaderobertgraves.org), preserva la esencia del escritor y ofrece a los visitantes una ventana íntima a su mundo creativo y personal.
El vínculo eterno entre Graves y Deià se selló definitivamente en el cementerio de la iglesia de San Juan Bautista, donde reposa bajo una sencilla lápida que solo muestra su nombre y la palabra que él mismo eligió como epitafio: Poeta (como él se consideraba, antes que novelista). Desde esta atalaya privilegiada, a 900 metros sobre el nivel del mar, su tumba contempla ese mismo Mediterráneo que durante décadas nutrió su inspiración.
Tras la estela de Graves, otros escritores de renombre cayeron bajo el embrujo de Deià. Anaïs Nin, la célebre autora de Delta de Venus, se mudó a la localidad en los años 40 del siglo pasado, alojándose en una casita de Es Clot –la parte baja del pueblo–. Desde allí solía acudir cada día, dando un agradable paseo, hasta la seductora Cala Deià, un tesoro natural de aguas turquesa. Unas aguas cristalinas que inspiraron a Nin para escribir Mallorca, uno de sus cautivadores relatos eróticos. Este rincón de la costa mallorquina, con su playa de cantos rodados pulidos por el mar, no solo ha fascinado a escritores: hace unos años alcanzó fama internacional al servir de escenario para la serie El Infiltrado de la BBC, que también inmortalizó al Ca's Patró March, un restaurante local donde la gastronomía se funde con vistas incomparables al Mediterráneo.
Otro de los nombres que resuenan en las calles de Deià es el de Gabriel García Márquez, que añadió un nuevo capítulo a la rica historia literaria y artística del pueblo. Durante los años 70, el escritor colombiano encontró en este rincón mallorquín un refugio perfecto para escapar del bullicio de Barcelona, hospedándose en una casa del siglo XVII cerca de la iglesia parroquial. Fue aquí donde, según se cuenta, pulió algunos pasajes de El otoño del patriarca, convirtiendo las callejuelas y los bancales de olivos en testigos silenciosos de su proceso creativo.
El magnetismo de Deià atrajo también a otras figuras del boom latinoamericano como Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa, que sumaron sus nombres a la constelación de artistas cautivados por este enclave. Los pintores también sucumbieron a su encanto: a finales del siglo XIX y comienzos del XX, Joaquín Mir y Santiago Rusiñol plasmaron en sus lienzos la luz única del lugar. Este último, con su doble faceta de pintor y escritor, inmortalizó Deià en L'illa de la calma con una descripción que captura perfectamente su esencia: «Si Giotto u otro pintor primitivo hubiera tenido que inventar un pueblo, lo habría hecho como Deià. Solo le falta un marco y montarlo como retablo».
RINCONES LLENOS DE ENCANTO
Escondida entre acantilados y bañada por aguas esmeralda, Cala Deià es uno de los rincones más bellos de la localidad. Anaïs Nin la convirtió en escenario literario, pero no es la única playa que puede disfrutarse en el municipio. En dirección a Sóller, Es Canyeret –también conocida como Platja de Llucalcari– aparece como un refugio de aguas turquesa entre imponentes rocas. Hay otros muchos rincones con encanto. La diminuta península de Sa Foradada representa otro de los emblemas naturales del municipio, distinguida por su característico orificio que perfora la roca, creando un espectáculo visual único en la costa mallorquina. Este fenómeno geológico se aprecia en toda su magnificencia desde el mirador homónimo, ubicado junto a Son Marroig.
Esta última edificación, que data del siglo XVII, está íntimamente ligada a la figura del archiduque Luis Salvador de Austria, quien encontró en Deià su particular paraíso. Renunciando a los privilegios de la corte Habsburgo, el archiduque dedicó su vida a documentar la esencia de Mallorca en su obra magna Die Balearen in Wort und Bild (Las Baleares en imágenes y palabras). Hoy, Son Marroig funciona como museo, albergando no solo el legado del archiduque, sino también obras de destacados artistas como Anglada Camarasa, perpetuando así la tradición artística que define a Deià.
EL ARTE EN DEIÀ, AYER Y HOY
El legado artístico e intelectual de Deià, forjado a lo largo del siglo XX, brilla hoy con renovada vitalidad. Un capítulo fundamental de esta historia comenzó en los años ochenta, cuando el visionario empresario Alex Ball adquirió y transformó dos antiguas casas señoriales de piedra en un hotel boutique de excepcional elegancia, estratégicamente ubicado en una de las colinas más privilegiadas del pueblo.
La amistad de Ball con George y Cecilie Sheridan, artistas estadounidenses que habían hecho de Deià su hogar décadas atrás, dio origen a una colaboración única: convertir los espacios del hotel en una galería viva donde exhibir tanto su obra como la extraordinaria colección de arte que habían reunido con pasión y criterio a través de los años.
El establecimiento, que pasó por las manos del magnate Richard Branson y hoy opera bajo el nombre de La Residencia (belmond.com) como parte de la prestigiosa cadena Belmond, se ha consolidado como un santuario donde el arte y la hospitalidad se entrelazan de manera magistral. Su galería, Sa Tafona, continúa bajo la experta curaduría de Cecilie Sheridan tras el fallecimiento de su esposo, y mantiene un innovador programa de residencias artísticas que acoge a creadores internacionales durante periodos de ocho semanas.
El patrimonio artístico del hotel, que ha tenido entre sus visitantes a huéspedes tan ilustres como la princesa Diana, es verdaderamente notable: además de un fondo que supera las 800 obras, el Café Miró –un espacio que combina la exquisitez gastronómica con la vocación artística y vistas panorámicas del pueblo– alberga 33 creaciones del genial Joan Miró, prestadas por la fundación del artista. Este rincón privilegiado encapsula la esencia de La Residencia: un lugar donde el arte, la belleza natural y la hospitalidad mallorquina convergen en perfecta armonía.
"Si Giotto u otro pintor primitivo hubiera tenido que inventar un pueblo, lo habría hecho como Deià"
Por si fuera poco, el hotel organiza también recorridos por la localidad, de la mano de Cecilie, para conocer a la nutrida y vibrante comunidad creativa que ha elegido este rincón mallorquín como su santuario artístico. Entre estos creadores contemporáneos destaca Sunna Wathen, cuya historia personal está íntimamente entrelazada con el espíritu bohemio del pueblo desde que llegó, con apenas dos años, cuando sus padres —ella artista, él poeta y alpinista— se establecieron aquí en la década de los sesenta. Sunna ha expuesto en galerías de toda Europa, pero en Deià no sólo ha encontrado su hogar, sino también la fuente de su inspiración. Hoy sigue viviendo en la casa que construyó su padre –y en la que también se han criado sus hijos–, una acogedora vivienda cuyos muros están forrados de libros y obras de arte.
La barcelonesa Gina Cubeles representa otro ejemplo más del magnetismo artístico de Deià. Sus extraordinarios lienzos ofrecen una perspectiva única: la belleza de nuestro planeta contemplado desde las alturas del espacio. Aunque reside en la cercana Llucalceri, en una singular residencia diseñada por su abuelo –quien tuvo el privilegio de trabajar con Gaudí–, Cubeles eligió establecer su santuario creativo en Deià. Es en este estudio donde la artista da vida a sus cautivadoras obras, fusionando en sus composiciones la majestuosidad del cielo, la fuerza de la tierra y la inmensidad del mar, elementos que parecen resonar en perfecta armonía con el espíritu creativo de este rincón mallorquín.
Con las últimas luces del día, cuando el sol desciende tras la icónica silueta de Sa Foradada, tiñendo de oro los bancales de almendros y olivos centenarios, la magia envuelve una vez más a Deià. Es entonces cuando el legado de Graves, García Márquez y tantos otros artistas parece cobrar vida en las calles del pueblo. Desde su atalaya privilegiada en la Sierra de la Tramuntana sus calles siguen siendo el escenario de un romance eterno entre arte y paisaje, una historia de amor que comenzó hace más de un siglo y que, como las aguas turquesas de su cala, se reinventa con cada ola, con cada pincelada, con cada verso nuevo que nace entre sus muros.