Aunque los colores otoñales de la Selva de Irati suelen alargarse hasta bien entrado el invierno, la nieve ya ha llegado y ha cubierto las copas de los árboles sin dejar apenas filtrar la luz; mientras, el viento silva por entre las ramas aireando miles de leyendas. Es lo que tiene estar inmersos en un bosque encantado como el que relatan los cuentos de hadas y declarado en 2024 Reserva de la Biosfera de la Unesco.
La Selva de Irati, que ostenta el honor de albergar el segundo hayedo más extenso y mejor conservado de Europa (solo lo supera la Selva Negra alemana), es el tesoro natural de Navarra, por cuya esquina norte se extiende, casi tocando tierras francesas. Y pese a que el espectáculo cromático se pinta de colores en primavera y otoño, una nueva magia aparece cuando el invierno desploma su telón blanco.
Especialmente lo es si la noche transcurre en Iratiko Kabiak, el alojamiento que brinda un viaje al territorio de la infancia, al deseo irrefrenable de los niños (y los no tanto) de trepar a las alturas. Un lugar que nos remite a las aventuras de Pipi Calzaslargas y Tom Sawyer, quienes daban rienda suelta a sus fechorías en las entrañas de la foresta.
EL DESAYUNO POR UNA TIROLINA
Iratiko Kabiak son seis peculiares treehouses mimetizadas con el bosque y colgadas a una altura de entre seis y diez metros. Seis cabañas, unidas por una pasarela de madera, que se funden con el paisaje como parte de un decorado: no sólo están semiocultas entre las hojas, sino que además quedan magistralmente acopladas en los huecos que dejan libres los troncos y las ramas. Son como una especie de nidos construidos para los humanos.
Pero que no lleve a engaño su carácter rústico: el confort en estas casitas nada envidia al de un hotel de cinco estrellas. Tremendamente acogedoras y calentitas, todas ellas disponen de estufa de pellet, baño completo, conexión wifi y una gran terraza con vistas al bosque en la que no falta un mesa con sillas, una hamaca o un columpio.
Íntimamente conectadas con el entorno mediante grandes ventanales abiertos a la vegetación (como si el paisaje quedara capturado dentro de las propias paredes), lo más singular, sin embargo, es que tanto el desayuno como la cena llegan en una cesta a través de una tirolina, a la hora a la que el huésped solicite. Una cesta en la que, junto a suculentas delicias, no faltan ni el mantel ni las servilletas de cuadros.
CAMAS DE MIL MANERAS
Amanecer en la espesura del bosque supone escuchar nítido el canto de los pájaros y el arrullo que emiten las hojas al ser azotadas por el viento. También sentir el cielo más cerca, como en una especie de vuelo, y dejarse calar por la niebla que desdibuja los contornos. Todo ello desde unas cabañas que tienen, como las personas, diferente identidad: si bien en todas prima la fusión con la naturaleza, no existen dos iguales en Iratiko Kabiak.
Está la que, a través de unos raíles, permite desplazar la cama al porche para dormir bajo las estrellas. Y la que tiene la cama suspendida por cuerdas, como si se flotara en el aire. También la que goza de una cama redonda y la que está enmarcada por un elegante dosel. Todas ellas conforman espacios en los que sentirse como en casa, pero siempre dentro de un bosque misterioso.
Sencillas, pero, al mismo tiempo, lujosas y sofisticadas, estas eco-casas son, asimismo, la mejor muestra de que lo rural no está reñido con la vanguardia, de que lo sostenible no tiene por qué ser anodino y de que el lujo inteligente también puede, por supuesto, presumir de conciencia ambiental.