La comarca gerundense de La Garrotxa, la manchega del Campo de Calatrava y el parque natural almeriense del Cabo de Gata-Níjar son las tres zonas donde ha habido una actividad volcánica reciente más importante en la península Ibérica y donde se conservan más frescas sus huellas. Pero también en Valencia y en Albacete pueden encontrarse algunos objetos que el dios Vulcano ha extraviado en sus formidables ataques de ira: una bomba gigantesca o un mineral muy raro en la Tierra, que el hombre descubrió en la Luna. Estos volcanes son inofensivos. Las únicas precauciones que hay que tener al visitarlos son llevar calzado de senderismo y no salirse de los caminos.
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VOLCÁN DE SANTA MARGARIDA (GIRONA)
Hace 11.500 años, la lava aún hacía chup-chup en el noreste de la península Ibérica, en lo que hoy es el Parque Natural de la Zona Volcánica de La Garrotxa, alrededor de Olot. Parece mucho tiempo, pero para el reloj geológico, que todo lo mide en eones, es un suspiro, como si la última erupción se hubiera producido hace un rato. De hecho, este es el paisaje volcánico más joven y mejor conservado de la España peninsular, con 20 coladas de lava y 40 cráteres prácticamente intactos. Para verlo, lo mejor es seguir el itinerario pedestre número 1 del parque natural: una ruta circular bien señalizada de poco más de 10 kilómetros y tres horas y media de duración que asciende al volcán de Santa Margarida, en cuyo cráter, de 330 metros de diámetro, hay un prado circular y, haciendo diana en el centro, una ermita románica.
Antes de subir al volcán, se camina por la Fageda d’en Jordà, un hayedo excepcional por su belleza y su rareza: está a solo 550 metros de altitud y sobre llano, cuando lo normal es que las hayas medren entre los 1.000 y los 1.700 metros y en terrenos empinados. Y después, se visita el Croscat, un volcán de tipo estromboliano cuyo cono es el más grande de la península, de 160 metros de altura, y también el último que se formó, hace 11.500 años, hace un rato. Más información, en es.turismegarrotxa.com y en parcsnaturals.gencat.cat
CERRO GORDO (CIUDAD REAL)
En la comarca manchega del Campo de Calatrava, en el centro de Ciudad Real, hay más de 300 cerros y lagunas de origen volcánico. No son tan recientes como los de La Garrotxa, pues se formaron entre hace 8,7 y 1,75 millones de años, pero a pesar de la erosión aún pueden reconocerse a simple vista. Esos oteros troncocónicos que salpican la inmensa llanura solo pueden ser obra de topos gigantes o lo que son: antiguos volcanes. Entre todos ellos, destaca Cerro Gordo, en Granátula de Calatrava, un volcán de 90 metros de altura y con un eje mayor de un kilómetro, que en 2016 fue el primero que se musealizó en la península Ibérica, dotándolo de aparcamiento, guías, pasarelas, paneles informativos, página web (volcancerrogordo.es) y todo lo que se supone que debe de tener un museo. El primer año lo visitaron más de 15.000 personas y tres después ya se había duplicado esa cifra.
Durante una hora, los visitantes recorren los pasadizos y los enormes cortes que una empresa de extracción minera ha practicado durante 30 años en este cerro para extraer la puzolana, la ceniza volcánica con la que los romanos ya hacían cemento en Puteoli, la actual Pozzuoli, en las faldas del Vesubio. ¿Y cómo es que una cementera permite que el público acceda a un volcán que ha estado explotando sin miramientos durante 30 años? ¿Por repentino amor a la ciencia? ¿Por remordimiento, al ver la grave herida que se ha infligido a un paraje tan excepcional? En la web se da a entender otro noble motivo: que se “apuesta por la creación de un modelo de negocio de economía circular”. O sea, que es mejor negocio para todos –la empresa y los vecinos– mantener abierto el gigantesco socavón y mostrárselo a los curiosos que volver a rellenarlo y dejarlo tal y como estaba antes. En Granátula de Calatrava, por cierto, nació en 1793 el general Espartero, otro que era un volcán.
CALDERA DE MAJADA REDONDA (ALMERÍA)
Hasta en las playas, que son lo más bello y casi lo único que interesa a quienes visitan el Parque Natural Cabo de Gata-Níjar, es evidente la huella del vulcanismo que estremeció y moldeó esta esquina suroriental de la península, donde las últimas erupciones se produjeron hace unos 7,5 millones de años. En la cala Grande del Barronal, a medio camino entre la playa de los Genoveses y la de Mónsul, unas columnas de basalto afloran en mitad de la arena, como un órgano de viento petrificado. Si uno se fija en las paredes que arropan esta cala y las vecinas, verá como palmeras de roca, las marcas radiales que las explosiones dejaron en los acantilados de esta costa telúrica, que parece hecha a martillazos en la fragua de Vulcano.
En Rodalquilar hay un ecomuseo, la Casa de los Volcanes, donde se habla con detalle de todo esto. Y a ocho kilómetros, junto a Las Presillas Bajas, se alza la caldera de Majada Redonda, que es un cráter considerable, de 1200 metros de diámetro y con una máxima altura de 485 metros: el cerro de Peñones, donde hay instalado un radar. Desde Las Presillas Bajas, una senda señalizada de 2,8 kilómetros, la SL-A-101, lleva en una hora de fácil paseo al interior de la caldera, avanzando por la misma rambla sinuosa en la que se halla ubicada esta población, que no es sino el desagüe por el que salió en su día del cráter un río de lava.
PITÓN DE CANCARIX (ALBACETE)
Si uno circula por la autovía de Murcia (A-30) hacia Albacete y mira a la izquierda en el kilómetro 75, a la altura de Cancarix, descubrirá un cerro que no se parece a ningún otro de los que se ven en 600 kilómetros a la redonda, pues tiene una corona de columnas verticales de basalto. Es un pitón volcánico, algo habitual en Canarias –donde lo llaman roque– y sumamente extraño en la Península. Hace siete millones de años, la lava que borboteaba dentro de un volcán que había aquí se enfrió y, al solidificarse, conservó la forma del cráter. La erosión hizo el resto de este artístico trabajo de vaciado, al retirar la endeble capa exterior y dejar a la vista la interior, de durísimo basalto, como una escultura sacada de un molde. Más extraordinario que este pitón volcánico albaceteño es un mineral que los geólogos han encontrado aquí mezclado con el basalto: la armalcolita. Se descubrió primero en la Luna –de ahí su nombre, acrónimo de Armstrong, Aldrin y Collins, los astronautas del Apollo 12– y después en contados lugares de la Tierra. Declarado monumento natural, el pitón de Cancarix cuenta con un sendero circular señalizado (PR AB-01) de 7,7 kilómetros y tres horas de duración.
CERRO DE AGRÁS (VALENCIA)
Hace 1,8 millones de años, en Cofrentes hubo un volcán que arrojaba bombas como la que puede verse a un kilómetro al noroeste de la población, sobre el cerro de Agrás. Es como un huevo de Godzilla, de 4 metros de largo por 2,5 metros de ancho, pero maciza, de puro basalto: una bomba volcánica que, al caer, tuvo que sonar como un trueno, pero que nadie oyó porque, al salir disparada segundos antes, debió de romper los tímpanos de todas las criaturas en 50 kilómetros a la redonda. En la oficina de turismo de Cofrentes (Plaza de España, 6), arranca la Ruta Volcánica PR CV-379, una senda señalizada de algo menos de 4 kilómetros que, en una hora y cuarto –sin contar paradas–, lleva hasta el cerro donde cayó y aún se puede admirar la bomba. Desde allí se domina un panorama impresionante.
Se ven, en primer término, las aguas verdes del Cabriel, fundiéndose con las no menos verdes del Júcar en el embalse de Embarcaderos. Poco más allá, la población de Cofrentes, con su castillo plantado en lo alto de una antigua chimenea volcánica. Y, al fondo, otras dos chimeneas colosales, de 75 metros de altura: las de la central nuclear de Cofrentes, que humean como lo hacía hace 1,8 millones de años el propio volcán. No, el volcán hace mucho que no humea, pero su cámara magmática, situada a unos 15 kilómetros de profundidad, sigue emitiendo gases que enriquecen las aguas de la fuente termal que, a su vez, alimenta al balneario Hervideros de Cofrentes (balneario.com). Ya no humea, pero aún burbujea.